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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

sábado, 2 de noviembre de 2019

Homilías: P. José Antonio Pagola. Sábado, 2 - Noviembre - 2019

"Ventana abierta"


HOMILIA

2 - Noviembre - 2019
P. José Antonio Pagola

Conmemoración de todos los difuntos (C)

LLORAR Y REZAR

Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.

¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?

La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?

No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.

Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».

Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.

Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así:

«Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te dejamos  en sus manos».

José Antonio Pagola

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HOMILIA

NO A LA MUERTE.
Yo soy la resurrección y la vida


Lo que nosotros llamamos muerte, no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.

Nos vamos muriendo segundo a segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va desgastando y va «muriendo».

Pero la muerte no es problema sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se
puede afirmar que todo lo que vive está ya camino de la muerte.

Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la muerte.

Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas, sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.

Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.

Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.

Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.

Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto eutanasia muertes violentas, opresión destructora...) nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.

José Antonio Pagola

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HOMILIA

EN LAS MANOS DE DIOS

En la casa de mi Padre hay muchas moradas.


El hombre contemporáneo no sabe qué hacer con la muerte. Lo único que se le ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso y volver de nuevo al vértigo de la vida.

Pero, tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía de ese esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?

La muerte es una puerta que traspasa cada hombre o mujer en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

La liturgia cristiana nos revela cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros amigos y hermanos.

La Iglesia no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a consolar a los que quedamos aquí llorando a nuestros seres queridos. Su reacción espontánea es de solidaridad fraterna hacia el difunto.

La comunidad cristiana rodea al que muere, pide por él y le acompaña con su amor y su plegaria en ese misterioso encuentro con Dios.

Ni una palabra de desolación o de rebelión, de vacío o duda. En el centro de toda la liturgia por los difuntos, sólo una oración de confianza: «En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano”.

Es como si dijéramos a ese ser querido que se nos ha muerto: «Te seguimos queriendo, pero tú te vas y tu partida nos entristece. Sin embargo, sabemos que te dejamos en mejores manos. Esas manos de Dios son un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer ahora. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. En Él te dejamos confiados”.

Esta confianza que llena el corazón de los-creyentes de paz y esperanza ante la muerte de nuestros seres queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en Jesucristo resucitado: «Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a tu presencia. Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección”.

Todo esto puede parecer inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a depositar unas flores y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Como decía K Rahner, hay cosas que sólo podemos vivir “si tenemos un corazón sabio y humilde y nos acostumbramos a ver lo que está sustraído a la mirada del superficial y del impaciente”.

José Antonio Pagola

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