"Ventana abierta"
HOMILIA
2 - Noviembre - 2019
P. José Antonio Pagola
Conmemoración de todos los difuntos (C)
LLORAR Y REZAR
Podemos ignorarla. No
hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero
no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares
arrebatándonos a nuestros seres más queridos.
¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos
lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?
No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos,
pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados.
Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en
el fondo anhela el ser humano.
Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».
Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.
Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así:
«Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te dejamos en sus manos».
José Antonio Pagola
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HOMILIA
NO A LA MUERTE.
Yo soy la resurrección y la vida
Lo que nosotros
llamamos muerte, no es sino terminar de morir. El último instante en que se
apaga la vida biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o
setenta y cinco años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es
algo que nos llega desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza
cuando nacemos.
Nos vamos muriendo segundo a segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va desgastando y va «muriendo».
Pero la muerte no es problema sólo del individuo
humano. La muerte está presente dentro de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se
puede afirmar que todo lo que vive está ya camino de la muerte.
Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro
planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la
muerte.
Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas, sus
revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.
Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta protesta se
convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.
Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.
Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto eutanasia muertes violentas, opresión destructora...) nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.
José Antonio Pagola
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HOMILIA
EN LAS MANOS DE DIOS
En la casa de mi Padre hay muchas moradas.
El hombre
contemporáneo no sabe qué hacer con la muerte. Lo único que se le ocurre es
ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso y volver
de nuevo al vértigo de la vida.
Pero, tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía de ese esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué
hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es una puerta que traspasa cada hombre o mujer en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?
La liturgia cristiana
nos revela cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros
amigos y hermanos.
La Iglesia no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a consolar a los que quedamos aquí llorando a nuestros seres queridos. Su reacción espontánea es de solidaridad fraterna hacia el difunto.
La comunidad cristiana rodea al que muere, pide por él y le acompaña con su amor y su plegaria en ese misterioso encuentro con Dios.
Ni una palabra de desolación o de rebelión, de vacío o duda. En el centro de toda la liturgia por los difuntos, sólo una oración de confianza: «En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano”.
Es como si dijéramos a ese ser querido que se nos ha muerto: «Te seguimos queriendo, pero tú te vas y tu partida nos entristece. Sin embargo, sabemos que te dejamos en mejores manos. Esas manos de Dios son un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer ahora. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. En Él te dejamos confiados”.
Esta confianza que llena el corazón de los-creyentes de paz y esperanza ante la muerte de nuestros seres queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en Jesucristo resucitado: «Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a tu presencia. Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección”.
Todo esto puede parecer inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a depositar unas flores y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Como decía K Rahner, hay cosas que sólo podemos vivir “si tenemos un corazón sabio y humilde y nos acostumbramos a ver lo que está sustraído a la mirada del superficial y del
impaciente”.
José Antonio Pagola
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