"Ventana abierta"
17 oct. 2015
Ceremonia de la Canonización de Madre María de la Purísima
I. Antes de la Canonización, en
Sevilla
• Los días 12, 13 y 14 de octubre
2015 habrá Vísperas solemnes a las 19,00 horas en el Convento de las Hermanas
de la Cruz.
II. Antes de la Canonización en
Roma
• El 17 de octubre de 2015. Celebración de la
Misa del Peregrino en la Parroquia de las Hermanas de la Cruz en Roma “Chiesa
Nuova”, Via del Governo Vecchio, núm.
134, a las 18,30 horas.
III. Canonización en Roma
• El 18 de octubre 2015 en la Plaza de San
Pedro tendrá lugar el acto solemne de la Canonización de Madre María de la
Purísima de la Cruz a las 10,00 horas.
A tener en cuenta:
Hay que recordar que a la ceremonia de la plaza
de San Pedro no se puede acceder sin entrada. Las personas que vayan a la
ceremonia y no dispongan de entradas, podrán retirarla, la tarde anterior a la
canonización, en el Portón de Bronce, situado en la parte derecha del
columnado. Allí, los guardias suizos disponen de cantidades de entradas que
sólo se pueden retirar la tarde anterior, o sea el día 17, en el arco horario
de las 3 a las 8 de la tarde, basta pedirles el número que se desee: 10, 15,
20...
Conviene tener en cuenta que las entradas no
van numeradas, por consiguiente, quienes lleguen primero ocuparán los primeros
puestos.
En la ceremonia pueden concelebrar cuantos
cardenales, obispos y sacerdotes que lo deseen. Los sacerdotes deben llevar
alga y estola e irán situados en un apartado, preparado para ellos, de entre
los que se dividen los asientos de la plaza.
El Postulador pedirá entradas sólo para los
grupos de sacerdotes que vayan a concelebrar y también para los peregrinos que
se hayan inscrito como grupo a través de este número de teléfono de la Casa
General de las HH. de la Cruz en Sevilla,
Teléfono 954 22 57 88
o a través de este correo electrónico: procesomadrepurisima@hotmail.com
donde podrán inscribirse dando el nombre o
dirección del responsable de dicho grupo.
Los grupos de peregrinos deberán comunicar a
este teléfono o a ese correo el número de personas que lo forman y un
responsable de grupo para hacerle llegar las entradas; lo mismo vale para el
grupo de sacerdotes de una diócesis, dar el nombre de una persona responsable y
al obispado se les harán llegar las entradas solicitadas; el plazo de esta
inscripción de grupos finaliza el 1 de septiembre.
IV. Después de la Canonización en
Roma
• El 19 de octubre de 2015, tendremos Misa
Solemne en acción de gracias por la Canonización de Santa María de la Purísima
de la Cruz en la Basílica de Santa María la Mayor a las 16,00 horas.
Los sacerdotes que deseen concelebrar deberán
llevar alba y estola.
V. Después de la Canonización, en
la Catedral de Sevilla
• Los días 28, 29 y 30 de octubre de 2015,
habrá un Triduo en honor a Santa María de la Purísima en la Catedral, a las
20,00 horas.
• El 31 de octubre de 2015. Misa Solemne en
acción de gracias por la canonización de Santa María de la Purísima en la Catedral
a las 20,00 horas.
29 ago. 2015
Epistolario personal de Santa Ángela de la Cruz - 04
86
UN REGALO PARA
EL DOS DE AGOSTO
1. Conocer la pasión dominante.− 2. Medios para
conocerla.− 3. En el conocimiento propio está la solidez espiritual.
Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo
1 julio 1912
Mis muy queridas hijas en Dios nuestro Señor:
Esta la escribo para despedirme de Sus
Caridades hasta que pase el 2 de agosto, porque tengo que ocuparme de las otras
casas.
1. Como todas desean
obsequiarme para ese día, les voy a decir cómo han de preparar el regalo y el
de más gusto para mí. Y es, en la linda batea del conocimiento propio poner
vuestra manera de ser y desprenderse de ella tan completamente que nunca más
vuelvan a tomarla; si no hacer un cambio: a mí me regalan la suya para yo
presentársela a nuestro Señor, y Sus Caridades toman la del Instituto.
Y pueden preparar este regalo estudiando en la
presencia de Dios cuál es su pasión dominante, porque ésta es la que sostiene
nuestra manera de ser. Y les será muy fácil conocerla por las faltas diarias y
frecuentes, por el testimonio de su conciencia que les dirá: Esas faltas nacen
del árbol de esa pasión que ha echado raíces en tu interior.
Si de veras queremos conocer la pasión que nos
domina y se lo pedimos a Dios, la conoceremos con la ayuda de su gracia, y
entonces nuestra enmienda sería positiva. Porque lo que nos suele pasar es que
no sabemos cuál es la pasión dominante y no destruimos el mayor de nuestros
enemigos; nos vamos a los otros y se nos queda ése sin tocarlo en nuestros
propósitos. O más bien dicho, en los Ejercicios y días de retiro cortamos
ramas, pero dejamos el tronco y muy pronto vuelven a retoñar las malas hierbas.
Cuando demos con ese enemigo tenemos que tener
mucho cuidado, porque es como los gatos, se ha aficionado tanto a nosotras que
lo echamos por una puerta y se entra por otra. Y deben estar muy avisadas para
no darle entrada, aunque venga disfrazado tomando distintas formas; pero nacen
de lo mismo, de las faltas de la pasión dominante.
2. Si como espero de la que les escribí después
de mi enfermedad, se han afirmado más en su vocación, se han unido más a su
Instituto, a las Superioras y Hermanas: no queriendo otro alimento para su alma
que el que le condimenta la santa Regla; ni otra savia para crecer en las
virtudes, que como flores espirituales se esparza su aroma en toda la Compañía,
que la savia de la humillación como el más bello distintivo de la Hermana de la
Cruz. Si no queremos más que eso y hemos sacado ese fruto de aquella carta,
entonces no hay duda podrán presentarme el regalo.
Pues la que tiene verdadera vocación, además de
los medios que les he indicado tiene otros medios muy eficaces para conocer su
pasión dominante, como es: la caridad espiritual, que las Hermanas nos conocen
más que nosotras mismas; las amonestaciones y advertencias de la Superiora, de
las que están de mayor en los oficios; hasta las quejas de los seglares y las
alabanzas nos sirven para conocernos. Y cuando se tiene vocación, como lo que
se desea es perfeccionarse, de estos medios que hay en la religión se
aprovechan para ponerlos en práctica.
3. Para consuelo de Sus Caridades les digo, que
no está tanto la perfección en no cometer faltas como en conocerlas. Porque
está tan unida nuestra naturaleza al espíritu y somos tan débiles, aunque practiquemos
la virtud con gusto; pero como todas tienen distintas manifestaciones, cuando
no es una cosa faltamos a otra, que por eso se suele decir : «No hay virtud sin
defecto»; y no es que está en la virtud sino en quienes la practican. Pero si
al cometer la falta la reconoce y la repara, se dice es un alma sólida. Pero si
no la conoce y se justifica, y quiere que aquel defecto pase por virtud, se
dice es un alma buena, pero no tiene solidez porque no se conoce y no repara
las faltas.
Está probado que sólo en el conocimiento propio
está el adelanto en la vida espiritual.
Mucho las quiere y bendice en los Sagrados
Corazones, vuestra pobre Madre
Sor Ángela
****************
BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE SOR ÁNGELA - CAPÍTULO 04
CAPITULO IV
[1.] Extraordinaria influencia que ejerce en el
alma de la joven Ángela, la dirección del Padre Torres.- [2.] Rasgos de su
caridad.- [3.] Divina vocación.- [4.] Noviciado en las Hermanas de la Caridad
.- [5.] Su vuelta al mundo.- [6.] El Padre Torres en Roma.
[1. Extraordinaria influencia que ejerce en el
alma de la joven Ángela, la dirección del Padre Torres]
La maestra del taller donde trabajaba la joven
Angelita, conociendo bien el magnánimo corazón del Padre Torres; sabiendo que
en su estimación los pobres y humildes eran preferidos a los ricos y soberbios,
y que no perdonaba trabajos ni sacrificios cuando de por medio estaba la gloria
de Dios y el bien del prójimo, se ofreció como ya hemos dicho, a presentarla al
Padre; lo que se llevó a efecto con gran consuelo del alma de nuestra piadosa
joven.
Por su parte, el P. Torres conoció al punto el
valor de aquella alma que el Señor ponía en su camino y se aplicó a dirigirla
con el entusiasmo propio de su ardiente celo sacerdotal.
Como recuerdo de este tiempo contó ella a sus
hijas, que la primera vez que se confesó con el Padre, le preguntó éste:
«¿A qué enemigo del alma tienes que temerle
más?, y que ella contestó muy rápida: “Al demonio”. Mas el Padre le dijo:
No;... al mundo...: ese es el más formidable enemigo. “Al mundo” le repitió con
voz muy fuerte».
Y la Hermana Pilar, ya nombrada como aprendiza
de Angelita en el mismo taller, decía, refiriéndose también a estos tiempos,
que su oficiala pedía siempre los ojales y trabajos más entretenidos, y que por
lo mismo rehusaban las demás. Ella se impacientaba diciéndole: «No pida usted
ojales, que ganamos muy poco dinero y a mi madre le hace mucha falta». «-Y tú
¿qué quieres ser?», le decía Angelita con dulzura. -«Yo no quiero nada, sino
ganarle a mi madre mucho dinero». Angelita, al verla tan deseosa de ganar, se
propuso conquistarla para que agenciara ganancias celestiales, consiguiendo del
despejado entendimiento de aquélla una victoria completa.
La invitó a que la acompañase un día que ella
iba a confesar con el Padre Torres, y excusándose con que no tenía velo, le
prestó ella uno; la presentó al Padre y éste quedó agradablemente impresionado
de la vivacidad y disposición de la muchacha, aumentando su favorable impresión
al confesarla y apreciar mejor la sencillez y bondad de su alma. Desde este
día, no quería separarse nunca de Angelita: la acompañaba a todas partes y
sintió mucho su ingreso en las Hermanas de la Caridad. Este hecho pone de
relieve su celo por la salvación y santificación de las almas.
[2. Rasgos de su caridad]
El Padre Torres dirigía a nuestra Angelita con
exquisita prudencia, moderando los excesos de su fervor y su sed de
mortificación y penitencia; pero en lo relativo a las obras de caridad y celo,
le dejaba libertad de acción y la impulsaba a su ejercicio, proporcionándole él
mismo abundantes limosnas, para que pudiera extender su influencia a mayor
número de enfermos y desvalidos.
Visitábalos, y con el ejemplo de sus virtudes y
el atractivo de una caridad dulce y paciente, ejercía tal ascendiente sobre sus
pobres favorecidos, que les ganaba el corazón, y ya en este terreno desplegaba
las armas de su principal objeto, que era atender a las necesidades
espirituales por medio de la ayuda material; llegar a las almas, mediante el
socorro de los cuerpos. Hablábales del amor paternal de Dios, de cómo desea la
salvación de todas sus criaturas, de su predilección por los pobres. Y aquellas
almas, hundidas en los abismos de la impiedad o del vicio, que quizá no habían
gozado nunca de los inefables consuelos que proporciona nuestra santa fe, se
rendían a cuanto deseaba la joven Ángela, siendo muy numerosas las que debieron
la salvación a su abnegado y ardiente celo.
[«Llevó las delicadezas de su
caridad al extremo»]
Impulsada por sus nobles sentimientos,
fomentados por el P. Torres y ayudada de su maestra, que le dejaba todo el
tiempo necesario para sus caritativas empresas, llevó las delicadezas de su
caridad al extremo de realizar en favor de los pobres actos verdaderamente
heroicos. Entre ellos, el más notable de que se conserva recuerdo, quizás sea
el realizado en favor de una pobre enferma, que a causa de no haberle extraído
a tiempo la leche corrompida, sufría vivísimos dolores, producidos por una
grande y repugnante llaga que se le formó en el pecho. No teniendo alivio con
los diversos remedios aplicados por los médicos, juzgaron éstos indispensable
hacerle una dolorosa operación, a cuya noticia fue tal la desolación y angustia
de la pobre mujer que no hallaba consuelo.
Mucho se esforzó nuestra joven por animar su
espíritu con prudentes y caritativas reflexiones; pero viendo que todo era
inútil, compadecida de aquel sufrimiento moral, más que de la enfermedad misma,
tuvo uno de esos arranques que solo la caridad puede inspirar y que admiramos
en la vida de algunos santos: Acercóse a la enferma con pretexto de lavarle y
curarle la repugnante llaga, y terminada esta operación, aplicó a ella
intrépidamente sus labios, y haciendo succión extrajo gran parte de la
pestilente y corrompida materia que contenía .
Estupefacta la pobre mujer, aunque notando un
sorprendente alivio, se opuso vivamente a que la joven repitiese su heroísmo,
temiendo perjudicar a su piadosa bienhechora, mas triunfando la porfiada y
generosa abnegación de ésta, dejóla terminar su obra. Nuestro Señor bendijo el
santo arranque y generoso procedimiento curativo, de tal modo que la enferma
recobró la salud en brevísimo plazo y los médicos no supieron qué admirar más;
si la rápida curación de la paciente, o la sublime caridad de la muchachita.
La mujer, no haciendo caso de las vivas
instancias que Ángela le hizo para que el suceso quedase oculto, publicólo sin
reserva, lo que dio margen a la general admiración y fue ocasión además de
acaloradas discusiones: Unos aplaudían la heroica acción sin reserva; otros la
tachaban de imprudente temeridad, que podía haber costado la vida a la
fervorosa joven, juzgando más razonable que la enferma se hubiera sometido a la
operación indicada por los médicos. Claro está que mirada la cuestión humanamente
tenían razón los que así pensaban. Y que los temores de contagio no eran
infundados lo demostró la experiencia, pues a nuestra Ángela se le llenó la
boca de pequeñas llagas, constituyendo una enfermedad bastante penosa, que a
veces le impedía tomar alimento, y que le duró la mayor parte de su vida .
Pero, ¿y los fines sobrenaturales que ella perseguía? Sufrir por su Dios,
darle gloria, ganarle almas.
Los conocidos de la joven, al tener noticia de
lo ocurrido, acudieron en recurso de queja al P. Torres, para que con su
autoridad reprimiese estos excesos; pero el santo sacerdote, sin dar
importancia al hecho, se limitó a decir sencillamente: «Ya le he dicho que hizo
mal; debió tomar precauciones para que no le perjudicase su caritativo celo. Ya
lo tendrá en cuenta si se le presenta otro caso análogo». Digna respuesta del
que, próximamente a la misma edad (unos diez y ocho años) acabó de estropear su
delicado estómago por vencer la repugnancia que le costaba tomar los alimentos
preparados por la tan aficionada al rapé cuanto desaseada vieja que le servía,
en aquellos sus tiempos heroicos de estudiante, en la Universidad de La Laguna.
También él obró entonces sobrenaturalmente y sin prudencia humana; sufrió por
Dios y se mortificó en silencio.
[3. Divina vocación]
Ocupaba nuestra virtuosa joven el día entre la
oración, el trabajo en el taller y sus ejercicios de caridad, en los cuales
sentía su alma inundada de celestiales alegrías.
Pronto comenzó ella a notar un particular
disgusto por todo lo terreno y un algo dulce y misterioso en su alma que ella
no sabía definir, pero que a veces creía ser señales de llamamiento divino al
estado religioso. Dio cuenta al Padre Torres de sus sentires y sus anhelos;
díjole que deseaba consagrarse a Nuestro Señor, si lo que sentía era
verdaderamente vocación religiosa y que le parecía más apropósito para ella
solicitar ingreso como lega, porque esperaba encontrar en esta forma mayores
medios de santificación; mas era también porque en su humildad se creía inhábil
para otra cosa.
El P. Torres, sin aprobar del todo su proyecto,
dióle no obstante una recomendación para las Car¬melitas Teresas, que a la
sazón necesitaban una lega. Era entonces el mes de Septiembre de 1865, según se
deduce de una carta de Sor Ángela a unas amigas, que residían en Marchena . Es
el documento autógrafo más antiguo que se conserva en el archivo de la Casa
Matriz, por lo cual vamos a copiarlo casi íntegro.
Dice así:
«Sevilla, 24 de Septiembre de 1865.
Apreciables amigas: Me alegraré se hallen
buenas y también toda su familia. Nosotras, gracias a Dios estamos buenas, pero
con algún disgusto por estar amenazada esta ciudad del cólera, ya no hay tanto;
Dios nuestro Señor nos ha mirado con misericordia.
Le suplico a ustedes pidan a Dios me conceda,
si me conviene, que entre en el convento; estoy en vísperas de entrar, pero
como soy endeble y para legas se necesitan fuertes, no sé si me lo conseguirá
Dios. Sea lo que Dios quiera; de allí les escribiré si tengo lugar.
Recibid los afectos de estas sus amigas que las
aprecian y desean servirlas; y reciban los míos, que les deseo su eterno bien.-
Ángela Guerrero».
Una de las amigas a quienes se dirige en esta
carta, se llamaba Dolores Clamajírand, la cual prosiguió hasta su muerte la
buena amistad que a nuestra Madre la unía. Estimábanse mucho ambas familias y
la de Marchena pasó casi un año en Sevilla, habitando en la misma casa de
Angelita, durante el cual tuvieron ocasión de apreciar las excepcionales
virtudes que la adornaban.
Una sobrina carnal de la citada amiga, nos ha
contado haberle oído referir innumerables veces a su tía, que Angelita asistía
por entonces al taller y que los domingos tenía permiso para hacer
escapularios, los cuales confeccionaba con mucho primor, y con el producto de
este trabajo, hacía limosnas a los pobres enfermos que visitaba. También dice
que iban juntas los domingos por la tarde a oír las conferencias espirituales
que daba el P. Tejero y que fueron a ver las cofradías de aquella Semana
Santa, disfrutando grandemente por el camino, escuchando a Angelita, que con un
fervor y gracia particular le hablaba de Nuestro Señor.
Vueltos a Marchena se escribían alguna que otra
vez, conservándose una carta fechada en noviembre del año 72, en la que les
habla de la aflicción que habían pasado por enfermedad de un hermano, llamado
Luis, al cual nombra. Se advierten ya los primeros aleteos de su espíritu
gigante en estas palabras:
«…Pero, querida amiga, Dios permite estas cosas
para nuestro bien, y dichosas de nosotras si sabemos aprovecharnos, como así lo
habrán Vdes. hecho; pero muy en particular V. que no deseando otra cosa que
agradar a Dios, se habrá aprovechado bastante en esta ocasión, para ofrecerle
flores de verdadera virtud, todas con el perfume de la voluntad de Dios. ¡Oh
dichosas ocasiones en que tanto se puede adelantar en la perfección! […].
Y refriéndose al enfermo dice:
«Cuando supe que estaba malo, no pensé otra
cosa otra cosa, sino que Dios lo permitía así para hacerlo un santo; con que,
que lo haga así.
Y no molestándola más, dará los afectos de mi
madre y míos a la suya y a Luis, y V. reciba el cariño que le profesa su
hermana en Jesucristo, María de los Ángeles Guerrero ».
Es esta una de las raras veces en que se firma
«María de los Ángeles ». Más tarde volvió esta familia a Sevilla, donde se
instaló definitivamente. Las Hermanas asistieron a «Dolorcita», como Madre la
llamaba, en su última enfermedad, y ésta les entregó antes de morir las dos
cartas de que hemos hecho referencia.
[Intenta entrar en el Carmelo]
Volvamos a su proyectado ingreso en las
Carmelitas. Acompañada de su hermana Joaquina, a la cual había revelado su
secreto, se dirigió al convento con grandes deseos de consagrarse a Dios
en una Orden tan observante; pero vio defraudadas sus esperanzas, pues las religiosas,
aunque reconociendo y estimando el mérito de la joven postulante, (tenía
entonces diez y nueve años) creyeron imprudente recibirla como lega, a causa de
su fina y delicada complexión; pensando que no tendría fuerzas para soportar
los rudos trabajos físicos que ordinariamente han de ejercitar estas
religiosas.
Completamente desconcertada la fervorosa joven
y llena de amargo desconsuelo, volvió al P. Torres, que sin duda esperaba este
resultado, pues no le sorprendió lo más mínimo y la consoló haciéndole creer
que la divina misericordia le proporcionaría medios de santificación más
meritorios.
[Transcurren los años 1865 -
1868]
Una terrible epidemia de cólera que azotó a
Sevilla en el año 1865, hizo ostensibles al P. Torres la falta de instrucción
religiosa y el lamentable estado en que yacían los pobres en los corrales de
vecindad, y esto le sugirió las primeras ideas sobre la gran obra de su vida;
aunque de momento, quedó su corazón lleno de pena por no tener aún medios de
remediar tantos males.
El 7 de enero de 1866 pronunció el hermoso
discurso de apertura del Seminario, (retrasada aquel año a causa de la epidemia
del cólera) que fue muy aplaudido y continuó explicando las asignaturas de que
estaba encargado, con infatigable celo. El ilustre Sr. D. Modesto Abín,
Canónigo de la Santa Iglesia Catedral, en unos apuntes biográficos dedicados a
enaltecer su memoria, (de los cuales hemos tomado muchos de los datos que
ilustran este capítulo), dice así, recordando al P. Torres como Catedrático:
«Aún nos parece verle, sentado en su cátedra
del Seminario; el cuerpo enjuto, consumido por los rigores de la mortificación,
las incesantes tareas de su ministerio y el padecimiento crónico que le
aquejaba; el rostro serio, reflexivo, pero atrayente, por la dulzura de su
mirada franca, sincera, vivamente expresiva de la penetración de su ingenio y
de la nobleza de sentimientos de aquel corazón que no latía sino a impulsos del
amor de Dios y del prójimo.
Sus alumnos le amaban entrañablemente; desde
que oían sus primeras explicaciones eran arrastrados por la afabilidad de su
trato, por la forma clara y persuasiva de su enseñanza y por algo que vale
mucho más: (aquí hace una reseña y elogio de sus heroicas virtudes) por todo
eso, además de amarle como maestro le venerábamos como a santo».
En 1868 pasó a vivir a la calle de la Bolsa,
feligresía de San Pedro, en compañía de su íntimo amigo el ejemplar sacerdote
D. José Antonio Ortiz Urruela , donde en vez de descansar de sus tareas, se
entregaban ambos a la penitencia más austera, habiendo ocasiones en que les
faltó hasta lo más preciso, porque los pobres habían agotado sus recursos.
El P. Torres, que hasta aquí dijo Misa y tenía
su confesionario en Santa Paula, se trasladó ahora a la iglesia del convento de
Santa Inés , más próxima a su nuevo domicilio. En estos turbulentos días de la
revolución del 68 , cuentan que los revolucionarios obligaban a poner una
piedra en las barricadas a todos los transeúntes, y nuestro P. Torres, que
nunca dejó de usar sus hábitos sacerdotales ni de ejercer por temor sus
ministerios, alguna vez hubo de ponerla al pasar por la calle D.a María Coronel
en dirección a Santa Inés.
La joven Angelita, también tenía que recorrer
las calles para ir a su taller de la calle Huevo, y al verla venir los revolucionarios,
notaban en ella un algo tan especial, que se decían unos a otros: «Dejad pasar
a esa joven», y le cedían el paso respetuosamente, sin obligarla a poner
piedras en la barricada.
A esta época también, debe referirse un hecho
contado por la maestra del taller, que revela la extraordinaria humildad del P.
Torres y su celo en la dirección del alma de Angelita. Cierta mañana había
estado ella en la Catedral y en Santa Paula buscando a su Director para
comunicarle algo de interés; mas viendo que llegaba la hora del trabajo, se fue
resignada, aunque con alguna contrariedad por el natural convencimiento de que
ya no podría verlo. A eso de las once, no sabemos si por sobrenatural impulso,
o porque alguien le hubiese advertido que la joven lo buscaba, se presentó en
el taller el Padre, que le dijo sencillamente: «Angelita ¿tenías algo que
decirme?, ¿para qué me buscabas?», quedando ella admirada y más confirmada en
el concepto de santidad que de él tenía.
[4. Noviciado en las Hijas de la
Caridad]
Urgiéndole nuestra joven sus deseos de
consagrarse a Dios, parecióle al P. Torres que la ardiente y fervorosa caridad
de Angelita eran pruebas inequívocas de que Dios la llamaba a su servicio en un
Instituto de vida activa, y pensando que en las Hijas de la Caridad hallaría
campo adecuado para realizar sus deseos, le aconsejó fuese a ver a la Superiora
del Hospital Central, muy conocida y estimada por el Padre.
Obedeció ella, aunque con un ligero temor de
ser nuevamente rechazada; mas la Superiora la recibió con suma benevolencia y
después de conferenciar largamente, no sólo aprobó su proyecto, sino que la
admitió y animó a ingresar cuanto antes.
Comunicó gozosísima al P. Torres el resultado
de la entrevista, y pareciéndole a éste que no debía aplazar la ejecución de
sus designios, él mismo quiso ayudarle, comunicándolo a la madre de Angelita, e
influyendo para que otorgase su permiso. Costóle mucho sacrificio, pues no
obstante su mucha piedad, amaba a esta hija con predilección, y el pensamiento
de separarse de ella, la llenaba de amargo desconsuelo; mas al fin como buena y
cristiana madre, rindióse a las súplicas de su hija y a los santos y prudentes
consejos del Padre Torres, no queriendo oponerse a la voluntad de Dios.
[Aparecen los primeros síntomas
de su enfermedad]
Allanada esta pequeña dificultad de la natural
resistencia materna, ingresó como postulante en el Hospital, con objeto de
empezar la primera prueba. Era el año 69 y tenía Angelita veinte y tres años.
Terminado el postulantado con edificación
general pasó al noviciado, donde fue recibida con singular estimación, por los
brillantes informes que de ella tenían, y por su ejemplar conducta, sin duda
alguna, le concedieron el santo Hábito; pues padecía una tenaz enfermedad que
le producía frecuentes vómitos y que empezaba a preocupar a sus Superiores.
En el Noviciado llama la atención su fervor
extraordinario, siendo ejemplar de virtudes para sus compañeras y el consuelo
de la Superiora que cifraba en ella risueñas esperanzas; pero yendo en aumento la
penosa enfermedad y notando que se desmejoraba notablemente, resolvieron
trasladarla a Cuenca , para ver si mejoraba con el cambio de clima.
Interesóse vivamente la Superiora de aquella
casa por la fervorosa novicia, no perdonando medio para devolverle la salud;
pero la enfermedad no cedía. Entonces la trasladaron a Valencia, donde como en
Cuenca se captó el afecto de la comunidad por su amable y extraordinaria
virtud, haciendo todas esfuerzos para conseguir su curación; mas se estrellaron
todos los recursos de la caridad y de la ciencia.
En carta escrita por Sor Ángela en julio del
año 1884, a sus hijas, las Hermanas Ángeles y Adelaida de Jesús, que estaban
postulando en Valencia, encontramos este párrafo alusivo al tiempo que allí
pasó siendo novicia de las Hermanas de la Caridad:
«Si van al Asilo del Marqués de Campo y está
todavía Sor Pilar de Superiora, le dan mis recuerdos. Quizás ya no se acuerde
de mí... Esa Superiora me cuidó mucho y yo le di que hacer bastante ».
Las Hermanas contaron al volver del viaje que
la Superiora la recordaba mucho, que les hizo grandes elogios de sus virtudes,
particularmente de su humildad y delicada observancia; y que les manifestó lo
que ellas la habían sentido y cuánto se habían alegrado después, de que Nuestro
Señor la hubiese escogido para una obra tan grande como la fundación de la
Compañía.
Deseosos los Superiores de conservar en su
Congregación una criatura de tan superior mérito, hicieron la última prueba, el
esfuerzo final, y la enviaron a la Casa Cuna de Sevilla, a ver si recobraba la
salud con el clima y ambiente del país natal. La Superiora de esta Casa, que la
conocía y estimaba mucho, hizo esfuerzos increíbles, secundando el plan de los
médicos, para poder retenerla, pero todo fue inútil; la enfermedad avanzaba
implacable, siendo ya tan repetidos los vómitos que le impedían retener ningún
alimento. Era especial el afecto que todas le profesaban. Una de las compañeras
se llevaba una pequeña palangana al refectorio, a ver si después que devolviese
un poco, podía seguir tomando alimento; más, ¿qué pueden los recursos humanos
frente a los planes de Dios?
Comprendiendo los Superiores que no era
voluntad divina su permanencia en la Congregación se lo notificaron a la
interesada, que recibió la noticia con el corazón oprimido de intensa pena mas
con la resignación y el interior consuelo de ser esta la divina voluntad. El
día de la salida hubieron de separar para que no la viesen, a las novicias y
demás Hermanas, por el extremado sentimiento que mostraban al perder aquella
compañera que tanto las había edificado.
No hemos podido adquirir más noticias relativas
a su permanencia con las Hijas de la Caridad; pero el hecho de interesarse los
Superiores por una novicia, de tal manera que apelasen a recursos tan extraordinarios
como suponen los cambios de localidades que le proporcionaron, demuestra que
por entonces era nuestra Ángela un modelo de perfectas y cristianas virtudes.
[Algunos recuerdos del Noviciado
en las Hijas de la Caridad]
Muchos años después de fundado el Instituto,
recuerdan las Hermanas haberle oído contar el siguiente detalle, relativo al
tiempo de aquel su noviciado. Cierto día la mandaron asistir con los párvulos a
un acto piadoso, con exposición de su Divina Majestad. Los chiquillos, cansados
del largo ejercicio y abusando de la paciencia y poca resolución de la joven
novicia, se sentaron en el suelo, se quitaron los zapatos y calcetines, e
hicieron mil travesuras. Al darse ella cuenta del espectáculo abochornóse del
indisciplinado aspecto de los chicos, pero doliéndole más que todo la
irreverencia que hacían a la real presencia de Jesús Sacramentado, irguióse
indignada y resuelta y al llegar con ellos al refectorio les dice dando un
golpe en la mesa: «Esta noche se acuestan todos sin cenar» Sorprendidos de su
desacostumbrada actitud, desde aquel momento la obe¬decieron y respetaron.
Hecho demostrativo del devoto recogimiento y profundo respeto que le merecía la
Casa del Señor.
También contó en otra ocasión en que
recomendaba a sus hijas la paciencia y el no inutilizar a las Hermanas,
volviendo atrás todo lo que hacían, que en su noviciado tuvo ella que ofrecer a
Nuestro Señor la continua censura de una Hermana, que si ella quería hacer las
cosas con esmero, le decía que echaba mucho tiempo, que no tenía disposición; y
si por darle gusto aligeraba, ponía de relieve que no estaba bien hecho.
La breve permanencia de Sor Ángela entre las
Hijas de la Caridad no fue inútil para ella, pues se ejercitó en la vida de
sacrificio que supone estar en comunidad; se puso en íntimo contacto con el
dolor, practicando de lleno aquella caridad sublime y heroica que demostrará
luego, toda su vida, al servicio de los enfermos.
Y finalmente, así como cuando soñara con ser
Carmelita ponía como principal fundamento de la vida religiosa la oración,
aprende ahora el ejercicio de la vida activa junto a las hijas de S. Vicente de
Paul; confesando ella misma más tarde a las suyas, las Hermanas de la Cruz, que
algunos detalles prácticos de orden, administración y gobierno que luego
implantó en su Instituto, los aprendió de aquellas beneméritas religiosas.
[5. El Padre Torres en Roma]
La reputación científica y la fama de los
extraordinarios méritos del P. Torres había llegado hasta la capital del Orbe
católico, y al anunciarse la celebración del Concilio Vaticano, se supo en
Sevilla con general satisfacción que Su Santidad Pio IX lo había nombrado
Consultor Pontificio de aquella augusta Asamblea, en cuya consecuencia hubo de
acompañar en su viaje a Roma, entre los demás consultores, al Emmo. Cardenal
Arzobispo de Sevilla, Sr. D. Luis de la Lastra y Cuesta .
Seis comisiones fueron designadas por el Papa
para el estudio de las materias que habían de presentarse al examen y
deliberación del Concilio; cada una era presidida por un Cardenal, y la reunión
de todos los presidentes constituía la Comisión Directiva. Para formar las
comisiones se procuró elegir con el carácter de consultores a verdaderas
eminencias científicas de universal reputación, como convenía a la gravedad de
las materias que habían de tratarse.
Así, en la crónica de dicho Concilio, publicada
en el Boletín de esta Diócesis en su número 17 de diciembre de 1869, figuran
nombres tan ilustres como los de Perrone, Franzelini, Lucidi, Hettinger, De
Angelis, Tarquini, Hergenrother, Simeoni, Jacobini, Gay, Alzog y otros
personajes de primera fila en el mundo del saber. Al lado de estas eminencias
extranjeras figuraban los nombres de cuatro presbíteros muy conocidos del clero
sevillano. Guisasola, Arcipreste de nuestra Catedral, y más tarde Arzobispo de
Santiago; Campelo, profesor de Química en la universidad literaria; Ortiz
Urruela, tan sabio como santo, y el Catedrático del Seminario Hispalense Sr.
Torres Padilla, nombrado para la co¬misión de Disciplina Eclesiástica.
Este, al tener noticia del nombramiento,
exclama con su profunda humildad: « ¿Cómo voy a ir yo a Roma, entre aquellos
grandes teólogos, Obispos, Arzobispos, Cardenales de todo el mundo; yo que
apenas se leer el Latín?
La misma humildad le hace expresarse en los
siguientes términos en carta dirigida desde la Ciudad Eterna al P. José Pérez,
Provincial de la Orden de Trinitarios: «Sr. D. José: ¡Qué teologazos! »,
ma¬nifestándose anonadado ante los Padres del Concilio. Y el que así se
expresaba, intervino en la comisión presidida por el Cardenal Caterini, la que
celebró mayor número de sesiones, desplegando una actividad asombrosa, en la
cual tuvo una parte notable; según consta en las noticias que se recibían de
Roma en aquellos días, unánimes todas en afirmar que el P. Torres no se daba
punto de reposo, siempre encerrado entre libros y trabajando día y noche en su
abrumadora y ardua labor.
Uno de los consultores presentó un documentado
discurso que aclaraba muchas dudas; y después de examinado, pareció a todos que
podía ya mandarse al Padre Santo. El P. Torres, con su acostumbrada modestia,
pero con singular aplomo, indicó unos puntos que debían aclararse más. Los
consultores dijeron: «Padre Torres; no sea V. tan escrupuloso.» Nuestro Padre
calló mansamente; pero Su Santidad devolvió el trabajo pidiendo aclaración de
aquellos mismos puntos, lo que hizo subir la admiración y estima del Padre Torres
entre todos los miembros del Concilio.
«En aquella Roma eclesiástica, donde nada ni
nadie llama fácilmente la atención en ciencia y en virtudes, porque allí está
el foco de la luz y el hogar doméstico de los santos, escribió más tarde el
ilustre Sr. D. Cayetano Fernández, Torres Padilla fue distinguido y estimado de
muchos Cardenales y del mismo Santo Pontífice Pió IX, por su saber,
laboriosidad y edificante vida» .
[6. Su vuelta al mundo]
[Angelita abandona el noviciado
de las Hijas de la Caridad]
La sacrílega invasión de Roma por las tropas
piamontesas el 20 de septiembre de 1870, obligó a Su Santidad a suspender el
Concilio por su Bula de 20 de octubre del mismo año, y el P. Torres vuelve a
Sevilla, en compañía del Cardenal la Lastra y demás ilustres sevillanos
que en él tomaron parte.
Con esta ausencia del P. Torres, motivada por
su viaje a Roma con ocasión del Concilio, coincidió la salida de la joven
Ángela del Noviciado de Hermanas de la Caridad, y esta circunstancia hacía
doblemente dolorosa su situación, por no contar con la luz y fortaleza que
siempre hallaba en los consejos de su prudente y santo director.
Sobrepúsose resignadamente a su dolor y volvió
a la vida de familia, donde encontró nuevamente el cariño de su madre y
hermanos, gozosísimos de que Dios les de-volviera a su amada Angelita.
Desviviéronse por cuidarla; y de momento fueron inútiles los desvelos
maternales para atajar la persistente enfermedad que de día en día la
debilitaba.
Pero nuestro Señor, que había dispuesto aquella
prueba para la mejor realización de sus altos designios, hizo que recobrase la
salud sencillamente, sin auxilio de médico, medicinas, ni algún otro recurso
humano: Aquellos tenaces vómitos desaparecieron de pronto, rete¬niendo por
primera vez su estómago unas friturillas de bacalao envuelto en masa, que aquí
llaman «soldados de Pavía» y que a su madre se le ocurrió comprarle en un
puesto de masa frita que había por aquel entonces junto a la iglesia de Santa
Catalina .
Desaparecidos los síntomas y al mismo tiempo la
enfermedad, llenáronse todos de alegría, y la misma Ángela quedó muy tranquila,
viendo en ello una prueba manifiesta de que no era voluntad de Dios su
continuación como religiosa entre las Hijas de la Caridad.
[De nuevo en el taller de doña
Antonia Maldonado]
Luego que se encontró repuesta volvió a su
antiguo taller, donde fue recibida por su maestra y compañeras con evidentes
muestras de entusiasmo. Y ordenó su vida a la manera que antes: repartiendo las
horas entre el trabajo del taller, la oración y demás ejercicios piadosos, y
las obras de caridad y celo.
Pero nada podía satisfacer su alma, ni
distraerla de sus profundos e indefinibles pensamientos. Inmediatamente que
tuvo noticia de la llegada a Sevilla del P. Torres, acudió a confesarse con él,
siendo esta entrevista para ella, como un claro rayo de sol en día nebuloso.
Contóle sus penas y temores, sus inquietudes y sus anhelos; manifestóle sus
vivos deseos de aumentar más y más sus penitencias. Y el santo y prudente
director que la recibió con su natural amor y dulzura, se llenó de gran
consuelo al comprobar que nada había atrasado aquella alma en el bien, sino que
andaba muy adelante en los caminos del Señor.
Dióle alguna libertad en su sed de penitencias,
viendo en ello algo extraordinario y sobrenatural; deseos inspirados por el
Divino Espíritu, que quería prepararla para elevados designios de su amor.
Mas, de momento, ni el P. Torres, ni la misma
Ángela, sabían de modo concreto cuáles eran los amorosos planes de la divina
ProvidenciA.
*********************
Un tesoro en vasija de barro - 04.
AGRADECIMIENTO
“Entonaré un Salmo con el arpa de
diez cuerdas”
(Ps 143,9)
Sor Ángela, agradecida por naturaleza de mujer
sencilla, no podía hacer a sus hijas ásperas, sino agradables, gratas,
agradecidas siempre. Agradeciendo los bienes proclama el origen de donde
proceden. Sólo así se reciben los beneficios como “limosna inmerecida”.
• 23 Cuántas gracias tenemos que dar a Dios por
el inmenso beneficio de habernos hecho cristianas y habernos perdonado el
pecado original, y haber-nos infundido las tres virtudes teologales de la fe,
esperanza y caridad.
• 24 Dios mío, tú me has amado desde toda
la eternidad; yo quiero agradecértelo con intensidad.
• 25 Siempre que por necesidad hacemos uso
de algunas de las cosas criadas con tanta misericordia por nuestro buen Dios,
debemos darle gracias, alabarlo y bendecirlo, y recurrir a todas las criaturas
para que nos ayuden a ser agradecidas por tantos beneficios, pues por nosotros
solos no podemos.
• 26 Cuando está expuesto el Santísimo
Sacramento y podemos comunicar con El como hijo con su padre, debemos agradecer
a nuestro Señor el haber instituido este adorable Sacramento; ¿porque, quién
tiene a su Dios tan cerca como los cristianos? ¡Bendita mil veces sea su
infinita bondad!
• 27 ¡Oh dichoso llamamiento, oh
predilección de mi Dios para conmigo!, debe decir mi alma agradecida al ver
este beneficio de un Dios para con ella, ¿qué es lo que tú has visto en mí para
honrarme con una vocación tan hermosa, donde en un solo ramo puedo reunir todas
las clases de flores de las más excelentes virtudes?
• 28 Sed muy de Dios, recibidlo todo como un beneficio,
y por lo tanto hasta lo que nos aflige y humilla con acción de gracias; porque
aunque al pronto no veamos más que lo que apena, pero sabemos que todo lo
permite Dios porque nos conviene.
• 29 ¡Ay!, si supiéramos aprovecharnos de
tantos medios como el mucho amor que Dios nos tiene nos presenta; si fuéramos
agradecidas al tesoro inestimable de tantos beneficios como son las
contradicciones y cosas que nos mortifican. Vamos a ser agradecidas a nuestro
Dios, que mira y quiere más nuestra propia santificación que nosotros mismos.
• 30 Recibamos con agradecimiento lo que el
Señor nos envíe y aunque la naturaleza llore y se apene, que esté el espíritu
tranquilo, resignado y hasta alegre con nuestro buen Dios.
• 31 Sed muy agradecidas a nuestro Dios, que no
quiere otra demostración más que nuestro amor, y mientras más agradecimiento
más amor nos pide.
• 32 Nuestro Señor nos ha concedido un Ángel de
Guarda que por nosotros vela, que nos aparta del mal y nos ayuda a inclinarnos
al bien. ¡Qué agradecidas debemos ser a este fiel compañero dándole gracias a
Dios por este beneficio!
• 33 Gracias a Dios que somos religiosas y que
somos pobres, y que en algo nos podemos igualar con ellos que son las almas más
queridas de Dios.
• 34 Estoy pensando con qué sentimiento nos
despediremos del pasado año y saludaremos al 86. Y en seguida se me viene que
con agradecimiento por lo pasado, por lo presente y por lo que nos espera en lo
venidero. Un santo agradecimiento que nos haga trabajar eficazmente en nuestra
santificación; un agradecimiento doloroso que nos haga llorar amargamente
nuestras faltas. En fin, agradecimiento amoroso que nos haga entregarnos de
corazón con todos sus afectos.
• 35 ¿Por qué no ser agradecidas a Dios
cuando nos hace algún beneficio? ¿Por qué privar a nuestra alma de conocer lo
que Dios hace con ella, aunque sea una miserable pecadora, para despertar más y
más la gratitud y el deseo de serle fiel? Esto no sólo no se opone a la
humildad, sino que es conveniente.
• 36 Nuestro Señor, para el hombre ha creado
plantas, flores, animales, pájaros y peces; unos sirven para recreo, otros para
trabajar y otros para sustento. Si con agradecimiento se hace buen uso de estos
beneficios nos sirven para bien; si por el contrario abusamos y no lo
enderezamos al único fin para que han sido creados, nos perjudicamos en el
espíritu.
• 37 Son tantos los beneficios que diariamente
recibimos de la mano amorosa de nuestro Dios y Señor, que toda nuestra
correspondencia, así fuera angélica, no sería suficiente a pagar.
• 38 Tus misericordias, Señor, me agobian;
porque no sé cómo pagarte tanto bien como me haces.
• 39 A la señora le dan las gracias, que estoy
muy agradecida y le mando esa estampa que, aunque muy pobre, expresa mi
agradecimiento, porque al mirarla se comprenda el grande amor que nos tiene
nuestro Señor.
• 40 Todo lo merezco y en todo veo tu amor para
con mi pobre alma; así es que quiero ser muy agradecida. Y como nada soy, no
encuentro otra cosa para probarte mi agradecimiento que aceptar todo lo que tú
me envíes, así sean los mayores trabajos, penas y contradicciones.
• 41 Sed muy agradecidas a Dios que tanto nos
favorece, y a las personas que son los instrumentos de que Dios se vale y que
tanto se interesan por la Institución. Aunque yo no conozco a esa familia de
trato, pero les estoy muy agradecida.
• 42 Estoy muy agradecida a las cariñosas
felicitaciones de las Hermanas, pero mucho más a las comuniones y oraciones
ofrecidas por mí con tanto fervor. Dios se lo pague a todas, y haga que yo me
aproveche de todas las gracias y beneficios que me ha concedido en el
transcurso de mi vida, y me conceda también la gracia de hacer siempre y en
todo su santísima voluntad.
******************
30 jul. 2015
Revista Hermanas de la Cruz Nº 15
Ya se encuentra online la última revista de las
Hermanas de la Cruz, número 15, que cubre los meses de julio a septiembre de
2015.
Resaltamos las páginas infantiles, en la página 14.
¡Feliz lectura durante estos meses de verano!
A continuación, el sumario:
SANTA ÁNGELA DE LA CRUZ
1.
Editorial........................................(Página 4)
- Sé de
Quién me he fiado
2.
El Magisterio de Sor Ángela (XXIX)...............(Página 7)
-"Buscar
y hacer en todo la voluntad de Dios"
3.
Me gusta contarte cosas..........................(Página 9)
- Desde
el suelo mirando al cielo
4.
Hablemos de ello ............................... (Página 12)
-
"Huellas imborrables"
5.
Páginas infantiles.............................. (Página 14)
- Tiempo
de vacaciones.
-Aprendamos
con Santa Ángela
-Comuniones
en nuestro colegio "Ángela Guerrero"
-El sol
se escondía burlón, la tarde llamaba a su fin
BEATA MARÍA DE LA PURÍSIMA
1.
Espiritualidad de Madre María de la Purísima.... (Página 28)
-
¿Quiénes son los Santos?
- Madre
Fe; Madre Esperanza; Madre Caridad:
Madre Purísima
-Del
mismo barro y del mismo molde
2.
Sus escritos "Destellos de Luz"................. (Página 36)
- Unión
con Dios
3.
Testimonios..................................... (Página 40)
- Santa
María de la Purísima de la Cruz
-
Gracias Madre María de la Purísima
- Yo la
conocí. A la Madre María de la Purísima
4.
Gran intercesora ante el Señor.................. (Página 46)
5.
Programa para la Canonizáción de Madre María
de la Purísima ................................. (Página 47)
10 jul. 2015
Con motivo de la canonización de Madre María de la Purísima, el próximo 18 de
octubre, ha comenzado a circular por las redes sociales la siguiente
noticia, COMPLETAMENTE FALSA:
En ella se lee literalmente:
"La superiora del Convento de las Hermanas
de la Cruz, nos comunica su preocupación por el coste que supone la Canonización
de Madre Purísima. Para recaudar, se han puesto a la venta unas mochilas
conmemorativas, con un libro sobre su vida y otros recuerdos. El precio es de
13€. Si estáis interesados en ayudarles, solicitadlo en el convento (solo
allí). Os agradecería le dierais publicidad a este mensaje, para hacerlo llegar
a muchas personas...y poder recaudar para la Canonización. La recaudación es
para la organización del acto. Gracias. Horario del Convento..."
Al habla con las Hermanas de la Cruz de
Sevilla, DESMIENTEN CATEGÓRICAMENTE LA NOTICIA. Me comunican que incluso
se ha mandado una nota a un periódico local al respecto.
Por tanto, vuelve a tratarse de un BULO,
una NOTICIA FALSA, y un acto que, buscando la buena voluntad de las
personas, solo pretende molestar, hacer perder el tiempo, y poner en boca
de las Hermanas cosas que no han dicho ni podrán decir nunca.
La renuncia "al propio yo" de las
Hermanas de la Cruz y la admirable fidelidad a su carisma fundacional, impiden
que noticias como estas sean ciertas.
Ellas jamás realizarán ninguna publicidad
de su apostolado ni de sus necesidades.
*************************
BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE SOR ÁNGELA - CAPÍTULO 03
CAPITULO III
[1]. Quién era el Padre Torres.- [2]. Datos
biográficos del mismo, hasta la época en que hacemos su presentación.
[1. Quién era el Padre Torres]
En el momento histórico de nuestro relato, era
el Padre Torres un varón eminentísimo en ciencia y en santidad que, no obstante
el agobio de penosa enfermedad crónica que padecía, trabajaba con celo
infatigable por la gloria de Dios y la salvación de las almas; iluminando
inteligencias y moldeando corazones con su vasta y erudita sabiduría, con sus
prudentes y sabios consejos y sobre todo, con el ejemplo de sus virtudes,
verdaderamente heroicas.
Su fama como director de almas santas fue tal
que le llamaban «el Santero», porque parecía hacer extensiva su santidad a
cuantos se confiaban a su dirección; obteniendo modelos de cristianas virtudes
en los diversos estados y géneros de vida que con su influencia encauzara.
Mas, como la obra cumbre del Padre Torres fue,
por permisión divina, la dirección del alma de Sor Ángela y conjuntamente, la
fundación del Instituto que Nuestro Señor a ella inspirara, nos parece de este
lugar hacer una ligera reseña biográfica de los años anteriores de su vida,
para después presentarlo unido, primero a la Fundadora y luego a toda la
Compañía de Hermanas de la Cruz.
[Infancia y juventud]
Nació en la villa de San Sebastián de la Gomera
(isla del mismo nombre), en Canarias, el día 25 de Agosto de 1811; y fue
bautizado en la Parroquia de la Asunción de la expresada villa, el 31 del mismo
mes y año, recibiendo el nombre de José Francisco, Luis de los Dolores.
Sus padres, Francisco de Torres Bauta y María
Padilla Cabeza, lo mismo que sus abuelos, eran naturales del archipiélago
canario; el padre y abuela paterna, de Guía, en Tenerife, y el abuelo, de
Adexe, en la misma isla; la línea materna, toda procedente de la isla de
Gomera. A su nacimiento habían fallecido todos los abuelos, excepción hecha del
materno D. José Padilla, Ayudante retirado que residía en la isla de Hierro.
Administróle el santo Bautismo el presbítero D.
José Álvarez Mora, Juez Apostólico, comisario del Tribunal de la Santa Cruzada.
Fue su padrino Don Antonio de Armas Manrique, vecino de Vallehermoso; y
testigos, entre otros, D. José María Ferrer y el Rvdo. P, Guardián Fray José
Cabeza[1].
Sus primeros años los pasó en unión de sus
buenos padres y hermanos, (dos varones y una hembra), dando muestras desde que
empezó a alborear en él la razón, de lo que un día llegaría a ser, por su claro
talento y su amor a la piedad.
Llevábalo su padre con frecuencia a una pequeña
hacienda de su propiedad, en cuya labranza él mismo se ejercitaba; y, notando
el niño que su padre marcaba con tres cruces los sembrados, preguntóle la
causa, averiguando por este medio, que distribuía en tres partes iguales los
productos de sus siembras; una parte al culto divino, otra dedicada a las
limosnas para los pobres, y la tercera para el sostenimiento de su familia.
Esta gráfica lección de padre tan cristiano, se grabó de tal manera en su
corazón que influyó decisivamente en su vida futura.
De su madre conservaba tiernos recuerdos
mezclados con los albores de su vocación:
«Mi madre –decía-, era una santa, y todo su
empeño, que lo fuésemos también sus hijos. Aunque a todos quería mucho, tenía
predilección por mí y me comía a besos cuando decían que yo era el más feo de
mis hermanos, diciendo que la gente no veía, al decir esas cosas. [Pobrecillal
Yo le pagaba no separándome de su lado ni para jugar con los otros niños. Un
día me preguntó a qué carrera quería dedicarme, o qué oficio me gustaría aprender,
y yo sin saber explicarme ni casi hablar contesté: Yo, el oficio de los que no
se condenan. Callaron mis padres ante esa contestación y yo insistí: «Mamá ¿los
sacerdotes se condenan? No hijo mío –repuso-, los verdaderos sacerdotes son
santos y no se condenan. Pues, entonces yo quiero ser sacerdote».
Desde entonces su madre le puso en una
habitación un altarito y todo su gusto era oficiar en él; pero habiéndole dicho
que para ser sacerdote había que estudiar mucho, se encendió su deseo de
aprender para llegar a serlo de verdad. Pusiéronlo en un colegio donde aprendió
las primeras letras dando muestras de un despejado ingenio, feliz memoria y
gran amor al estudio.
[Un hecho prodigioso]
Allí le ocurrió un hecho extraordinario, que si
no constituyó un verdadero milagro, revela al menos una especialísima
providencia de Dios sobre él[2]. Teniendo unos cinco o seis años se cayó en un
pozo muy profundo que había en el corral de la escuela; no tenía brocal y
estaba al paso para ir a los excusados. Los chicos mayores tenían la costumbre
de pasar dando un salto por encima, (sin necesidad de ello, por quedar espacio
más que suficiente para pasar por el lado); él quiso imitar la travesura, y
como no tenía la fuerza ni agilidad necesaria por ser tan chico, cayó en el
pozo sin que nadie lo viera y se sumergió hasta clavar la cabeza en el fondo
cenagoso, tragando bastante agua y cieno, de lo cual juzgaba haber comenzado su
padecimiento del estómago. El no se dio cuenta cómo salió a flor del agua y
pudo subir agarrándose a las paredes del pozo, a tiempo que el maestro
habiéndolo echado de menos salió al corral y le ayudó a salir.
De este hecho tuvieron noticia sus hijas las
Hermanas de la Cruz, e importunándole con preguntas, obtuvieron nuevos
detalles; repitióles lo ya dicho, pero agregando que fue el demonio quien lo
tiró al pozo: que no tuvo miedo alguno, que salió subiendo por las piedras en
silencio, porque no podía llamar, y que una vez fuera le tiró otra vez Satanás.
Esta segunda vez, fue cuando no se dio cuenta de cómo pudo salir a flor de
agua, teniendo la cabeza clavada en el cieno; y cuando al salir el maestro a
buscarlo, le ayudó a salir, sólo con darle la mano; llamando inmediatamente a
su madre para que se lo llevara y vistiese, porque, como es natural, estaba
todo mojado y con la ropa chorreando. Singular suceso, que evidencia a un
tiempo mismo la particular protección que le dispensaba el cielo y la
implacable rabia que le tenía Satanás.
En la escuela le llamaban «el niño santo», por
su humildad, dulzura y paciencia. Y sus adelantos en los estudios eran la
admiración de todos, empezando con mucho aplauso sus lecciones de latín.
[2. Datos biográficos del mismo, hasta la época
en que hacemos su presentación]
[Un pobre joven que se había
empeñado en estudiar sin poder»]
Por este tiempo cayó gravemente enfermo el
padre, impresionando de tal modo la pena a su esposa, que ambos murieron en el
mismo día, dejando a los cuatro niños en triste y doble orfandad. Dolorosísima
fue esta prueba al sensible corazón del pobre niño, pero resignado en las manos
de Dios, rezó mucho por sus almas y confió en su Padre Celestial.
Una parienta acogió a los huérfanos; mas
nuestro niño, por interior impulso de vivir oculto y desconocido, abandona casa
y familia y huye a la ciudad de La Laguna[3] para continuar allí sus estudios,
teniendo que implorar algunos días la caridad pública para poder sustentarse..
El prelado de aquella Diócesis lo encontró en
uno de sus paseos, y llamándole la atención su aspecto recogido y triste,
preguntó a su paje si lo conocía; y al explicarle éste «que era un pobre joven
que se había empeñado en estudiar sin poder», manda detener el coche; lo llama,
le habla, y admirado de su edificante porte y respuestas le ordena ir a su
palacio a comer, donde quedó aún más edificado y sorprendido. Los compañeros le
llamaban por aquel tiempo, «el abuelo» y «el viejo» porque no alzaba la mirada,
ni se apartaba un punto de sus oraciones y estudios.
Según consta de una interesante nota manuscrita
de su puño y letra[4], encontrada entre sus libros, aprendió el latín
privadamente, aprobándolo en la Universidad de La Laguna en 1829; matriculóse
en Humanidades, que aprobó en Julio de 1830, y luego en el primer año de Filosofía;
pero, habiendo sido clausurada aquella Universidad, estudió privadamente por
dos años Lógica y Matemáticas. Y habiéndose nombrado un tribunal examinador
compuesto de profesores de aquella extinguida Universidad, presentóse a examen,
obteniendo la aprobación en Marzo de 1833.
En vista de las dificultades para seguir los
estudios y movido por interno impulso, embarcóse en Santa Cruz de Tenerife el
día 3 de septiembre del mismo año, con dirección a Se villa, arribando a Cádiz
el día 24; pero a causa de los estragos que hacia el cólera morbo, siguió el
viaje hasta Valencia, donde desembarcó el 1 de noviembre. Matriculóse en
aquella Universidad, como pobre, en el segundo año de Filosofía, que aprobó en
mayo de 1834. Y habiendo cesado el rigor de la epidemia en Andalucía, embarcó
para Sevilla, adonde llegó después de penosa navegación que le puso a punto de
naufragar frente a las costas de Málaga.
Ya en Sevilla, presentó las cartas de
recomendación que traía, al Catedrático D. Manuel María del Mármol, hospedándose
en el convento de Religiosos Terceros de Nuestra Señora de Consolación; y a los
pocos días fue admitido en calidad de paje, por su paisano el Emmo. Sr.
Arzobispo de Heráclea D. Cristóbal Bencomo, confesor que fue del rey D.
Fernando VII y a la sazón canónigo y dignidad de Arcediano de Carmona, en el
Cabildo Metropolitano.
Con tan poderoso auxilio se matriculó en el
tercer año de Filosofía, aprobándolo en junio de 1835, y favorecido por el Sr.
Bencomo, con uno de los patrimonios eclesiásticos por él fundados para sustento
de los jóvenes aspirantes al sacerdocio, pudo cumplir sus deseos de seguir tan
sublime estado, confirmado con la particular providencia de Dios, que no le
dejó duda de ser divino su llamamiento.
No vacilando ya acerca de la voluntad del
Señor, solicitó dimisorias del Exmo. Sr. Cardenal D. Francisco Cienfuegos y
Jovellanos, que ya tenía noticias de su mucha virtud y saber. En las témporas
de S. Mateo, fue examinado y aprobado en la Sala Sinodal. Y no pudiendo
celebrar las Ordenes, el Sr. Cienfuegos, por las turbulencias políticas de
aquellos días, le concedió dimisorias para el Obispo de Cádiz, Ilmo. Sr. Dr.
Fray Domingo de Silos Moreno, que le confirió las cuatro Ordenes menores y el
subdiaconado el 19 de septiembre del mismo año, en la capilla del Sagrario de
aquella Santa Iglesia Catedral. En diciembre del mismo año recibió del Sr.
Cienfuegos la ordenación de diácono.
Para las témporas de febrero de 1836 solicitó
ser ordenado de Presbítero[5], no pudiendo diferirlo, según contaba el mismo
Padre Torres, porque se temía que el Gobierno mandara suspender las Ordenes y
que el Sr, Cardenal falleciese o fuese desterrado; como en efecto sucedió pocos
días después, en que lo condujeron a Alicante.
[Su primera Misa]
Aprobado en sus exámenes y después de meditarlo
en fervorosos Ejercicios espirituales, recibió la investidura sacerdotal el 27
de febrero de 1836, celebrando su primera Santa Misa con gran fervor y consuelo
de su alma, el 8 de marzo del mismo año, fiesta de San Juan de Dios y primer
día de la octava de Santo Tomás de Aquino, de los que fue como un traslado nuestro
santo sacerdote, por su encendida caridad y por su extraordinaria ciencia.
Su primer cuidado fue ampliar los estudios,
merced al beneficio de que disfrutaba, especialmente los de Teología,
matriculándose en octubre del mismo año 36, en la clase de «Lugares Teológicos»
que con admirable dominio desempeñaba el Dr. D. José María Soto. Y entre los
varios actos con que se reveló el aprovechado discípulo, descolló una
disertación latina de una hora sobre la «Infalibilidad del Romano Pontífice»,
que fue premiada por el profesor con la mejor nota al tiempo de los exámenes.
Así lo declara en sus apuntes íntimos, si bien agregando estas palabras su
profunda humildad: «Obtuve la nota de sobresaliente, más bien quizá por el
favor que me dispensaron los catedráticos, que por mi saber».
[Catedrático de Teología en el
Seminario]
Concluido el séptimo año de Teología, que
aprobó en junio de 1842, también con nota de sobresaliente, hizo un viaje a
Granada por huir del bullicio de la Universidad, que no se acomodaba a su
espíritu; pero Nuestro Señor se complacía en darlo a conocer, tanto como él se
empeñaba en ocultarse.
El 19 de octubre del mismo año fue nombrado
Catedrático en propiedad, de Sagrada Teología del Seminario Conciliar, fundado
en Sanlúcar de Barrameda[6], bajo la advocación de San Francisco Javier, con
bienes del piadoso sevillano D. Francisco de P. Rodríguez. Expidióle el título
el Gobernador eclesiástico a nombre del Eminentísimo Sr. Cardenal Arzobispo[7],
que continuaba en el destierro, donde falleció; y el 4 de noviembre tomó
posesión del cargo, dotado con cuatrocientos ducados anuales, el cual desempeñó
varios años.
Desde que siendo pequeño oyó decir a su piadosa
madre que para ser sacerdote tenía que estudiar mucho y conocer en la oración
si se hallaba con fuerzas para imitar la vida de Nuestro Señor Jesucristo,
fundador de este estado celestial; debiendo estar dispuesto a seguirle en la
pobreza, persecuciones, afrentas, pasión y crucifixión, se grabaron con tal
fuerza en su alma estas lecciones, que se dedicó al estudio con un ardor y
atención excepcionales, adquiriendo una cultura vastísima, no solo en las
ciencias teológicas, de que más adelante diera notables pruebas en Roma, sino
en casi todas las disciplimas del humano saber; de tal manera, que hombre de
tanta erudición como su amigo el Sr. D. Cayetano Fernández, decía que nunca
acudía a él en vano por datos que le fueran precisos; encontrándolo siempre
como un libro registrado y abierto por la página que le hacía falta. Y con
respecto a la oración, esta era el descanso de sus estudios; resultando de ese
ejercicio, el ser su vida una viva copia de todas las virtudes de su Divino
Modelo.
Vuelto a Sevilla fijó su residencia en la calle
Hiniesta, celebrando diariamente la Santa Misa en el convento de religiosas de
Santa Paula[8], y no obstante su deseo de vivir oscurecido, su talento y
santidad de vida lo daban a conocer como varón evangélico, manifestándose a sus
numerosos dirigidos como un hombre de constante oración, mortificación y unión con
Dios. Penetrado de su nada y de que en el aborrecimiento y renuncia del yo
estaba el adelanto de las almas; tan amable con todos como intransigente
consigo mismo, más de una vez le oyeron exclamar ante el Sagrario, creyéndose
solo: «Señor: aquí está este jumento; este miserable pecador», y permanecía
largo rato anonadado ante la presencia de su Dios.
[Mortificado y penitente]
«Todo se aprende -era una de sus máximas
frecuentes- en la oración y mortificación». De esta su mortificación diremos,
que dominaba su fuerte natural con austeras privaciones, cilicios y
disciplinas[9]; su alimento se reducía a unas delgadas tostaditas con una
pequeña taza de té por la mañana y unas cucharadas de arroz cocido en agua por
la noche; el puchero no se ponía en su casa más que por prescripción
facultativa, y para eso el caldo había de ser de vegetales. Su cama se componía
de un pobre jergón sobre unos banquillos, pero las tres horas que
ordinariamente dedicaba al sueño, pasábalas la mayoría de las veces sobre un viejo
sofá de tablas que tenía en su habitación.
Sus muebles, cuando después vivió en la calle
de la Bolsa, se reducían a seis sillas para sus visitantes, y para él una mesa
y una silla rota, que cambió por un usado sillón su amigo don Isidro Ortiz
Urruela; mesa y sillón que como reliquias se conservan en nuestra Casa Matriz
de Hermanas de la Cruz.
Su caridad fue inagotable: daba a los pobres
cuanto tenía, y cuando agotaba sus recursos pedía a los demás para darles. Una
sola sotana remendada tenía las más de las veces, y ocasión hubo en que se
despojó en obsequio de los pobres de su pobrísima ropa interior.
[Profesor en el Seminario]
El Prelado de la diócesis, deseando encomendar
las enseñanzas del Seminario Hispalense -que tras penosas gestiones y porfiada
lucha sostenida en aquel agitado período político, que tantas amarguras hizo
devorar al Ilustre Arzobispo Cienfuegos[10], se había establecido en la
capital, en octubre de 1848- a profesores distinguidos en ciencia y virtudes,
nombróle el 15 de septiembre de 1857 Catedrático de Patrología[11], Disciplina
e Historia eclesiásticas, cuyas asignaturas explicó hasta su muerte con
universal aplauso, conquistándose el afecto y admiración de sus numerosos
discípulos.
Desde marzo de 1861 era confesor ordinario de
las Hermanas de la Caridad del Hospicio, y extraordinario de las del Hospital
Central. Y en 1862 dirigió a la Comunidad de las primeras un sermón, que más
fue canto a la caridad de Dios, conmoviendo extraordinariamente al auditorio
por la exaltación y sinceridad de sus encendidos acentos.
Hacia esta época debió conocer a la humilde
obrerita aparadora, que Dios tenía elegida por instrumento para altos fines de
su providencia amorosa, y desde entonces Nuestro Señor asocia sus almas,
fijando a cada una su propio campo de acción en la realización de los divinos
planes. Esto se deduce de las siguientes palabras escritas por Sor Ángela en
uno de sus minúsculos cuadernitos inéditos:
«Empecé a confesar con nuestro P. Torres cuando
tenía de diez y seis a diez y ocho años», pero tiene tachadas las palabras «a
diez y ocho» y repite a continuación, «eran diez y seis»[12].
Y como ella nació en 1846; de aquí el que
debieron conocerse en el año 62. Desde esta época hasta la fundación del
Instituto restan trece años, durante los cuales el Padre dirigió aquella grande
alma, preparándola, disponiéndola, y haciéndola apta para que por su medio se
realizaran los altos designios de Dios.
NOTAS:
[1] En el archivo de la Casa Madre del
Instituto se conserva la siguiente partida de bautismo:
«D. Tomás Fernández Hurtado de Mendoza,
Benef.do entero propio curato Rector de la Igla. Parroquial Matriz de N. S. de
la Asunción de la Villa Capital de la Isla de S. Sebastián de la Gomera, Pro.a
de Canarias, certifico y hago fe a todos los que la presente vieren, cómo en el
libro séptimo de los bautismos que se hacen en dicha Parroq.a, y se conserva en
su Archivo, al folio ciento dos vuelto se halla la del tenor siguiente.—En la
Iglesia Parroq.l Matriz de Nra. Sra. de la Asunción de esta Villa e Isla de S.
Sebastián de la Gomera a treinta y uno de Agosto de mil ochocientos y once: Yo,
D. José Alvarez Mora, Juez App.co Comisario del Tribunal de la Sta. Cruzada y
Benef.do Ser.dor de dicha Parroquia, bauticé solemnemente y ungí con el Santo
Oleo y Crisma a un niño que dicen nació el día veinte y cinco de dicho mes, al
cual puse el nombre cíe José Fran.co Luis de los Dolores, hijo legítimo de
Fran.co cíe Torres Bauta, y de María Padilla Cabeza, aquel natural del Lugar de
Guía en la Isla de Tenerife, y ésta de esta Villa, en donde son vecinos:
Abuelos Paternos, Andrés de Torres, difunto, natural ele la Villa de Adexe en
dicha Isla de Tenerife, y Ana de Bauta, difunta, natural del expresado Lugar de
Guía: Maternos el Ayudante retirado D. José Padilla, natural de esta Villa y
vecino de la Isla del Hierro, y María de las Mercedes Cabeza y Padrón, difunta,
natural de esta referida Villa: Fue su Padrino D. Antonio de Armas Manrique,
vecino de Valleher-moso, a quien advertí el parentesco espiritual y su
obligación: Testigos, D. José María Ferrer Presbítero, el R. P. Guardián Fr.
José Cabeza y otros. En fe de verdad lo firmé.—José Alvarez Mora.—Conviene con
su original al que me remito y a solicitud de parte interesada doy la presente
en la expresada Villa a veinte y cinco de Mayo de mil ochocientos treinta y
cinco.—Tomás Fernández Hurtado de Mendoza.»
[2]Un documento que se conserva en el archivo
de la Casa Madre del Instituto dice: «Para que la muerte no sepulte conmigo
unos hechos que conviene o convendrá acreditar en su día, declaro bajo mi firma
y poniendo a Dios por testigo de la verdad: Que cuando yo, recién ordenado de
presbítero, tuve la dicha de vivir como cosa de un año en esta ciudad, en
compañía del ejemplarísimo sacerdote señor don José de Torres Padilla, en la
plaza de los Solares (hoy Almirante Espinosa), n.4 (hoy 7), observé en el trato
íntimo y familiar que tuve en este tiempo con él la vida de un varón de Dios
[...]. Uno de los hechos más portentosos de su vida, que me refirió en cierta
ocasión, revela, si no un milagro, a lo menos una especialísima providencia de
Dios sobre él. Teniendo unos cinco o seis años se cayó en un pozo muy profundo
que había en la escuela donde aprendió las primeras letras; en un corral grande
de la casa estaba este pozo sin brocal y era paso para ir a los excusados; los
chicos mayores tenían la costumbre de pasar dando un salto por encima, sin
necesidad, por haber sitio suficiente para pasar sin esto, y él quiso imitar
esta travesura, o, hallándose solo en aquel sitio y como no tenía aún agilidad
y fuerza para ello, por ser tan chico, cayó en el pozo sin que nadie lo viera y
se sumergió hasta clavar la cabeza en el fondo cenagoso del mismo y tragó
bastante agua y cieno, de lo que juzgaba que comenzó su padecimiento del
estómago. El no se daba cuenta cómo salió a flor de agua y pudo subir
agarrándose a las paredes del pozo, a tiempo que el maestro, habiéndolo echado
de menos, salió al corral y lo ayudo a salir.— Sevilla 16 de julio de
1892.—José Mª de León (presbítero)».
[3] Algún tiempo después salió fugitivo de la
casa de una parienta que le había recogido con sus hermanos, y los trataba
con mucho cariño y comodidades. Llegó a la Laguna de Tenerife y allí
mendigaba para continuar sus estudios, y en ellos y en la oración gastaba el
día y una parte de la noche», UNA RELIGIOSA, Sor Bárbara de Santo Domingo…
(Salamanca 1922) p.47-48.
[4] En el Archivo de la Casa Madre del Instituto
se conservan cuatro folios autógrafos del P. Torres Padilla con el título de
«Apuntaciones sobre mi carrera literaria y eclesiástica» donde anota brevemente
el curso de sus estudios eclesiásticos. En estas notas refiere: «En la ciudad
de La Laguna de Tenerife estudié el idioma latino privadamente en el tiempo de
dos años, poco más o menos. En el año de 1829, habiendo sido examinado y
aprobado en el idioma latino en el claustro de la Universidad de San Fernando
de La Laguna, fui matriculado en la misma en la clase de humanidades en 18 de
octubre de 1829, hasta 18 de junio de 1830, en cuya enseñanza estudié poetas
latinos, retórica y poética, de lo que fui examinado y aprobado en dicho día 18
de junio por los tres señores catedráticos examinadores», Escritos íntimos, p.
20 nota 17.
[5] «Para las próximas témporas de febrero de
1836, solicité del mismo señor (cardenal Cienfuegos) el sagrado presbiterado,
no pudiendo diferirlo más tiempo con motivo de que se temía que el gobierno
mandase suspender las órdenes de presbiterado y que el señor cardenal
fallecería o saldría desterrado (como, efectivamente, salió pocos días después
de la ordenación); y después de examinado, aprobado y ejercitado
cspi-ritualmente, recibí dicho sagrado orden del presbiterado en 27 de febrero
de 1836, y empecé a celebrar el santo sacrificio el 8 de marzo siguiente», J.
torres padilla, Apuntaciones sobre mi carrera literaria y eclesiástica
[inédito], Archivo de la Casa Madre de las HH. de la Cruz, Sevilla.
[6] «En 19 de octubre de este año fui nombrado
por el señor Gobernador Eclesiástico del Arzobispado, a nombre del señor
Cardenal Arzobispo de Sevilla, Catedrático propietario de Sagrada Teología del
Seminario Conciliar de San Francisco Javier de Sanlúcar de Barrameda, y pasé a
dicha ciudad a desempeñar este cargo el 4 de noviembre de 1842, con la dotación
de cuatrocientos ducados anuales», J. torres padilla, Apuntaciones sobre Mi
carrera literaria y eclesiástica [inédito], Archivo de la Casa Madre de las HH.
de la Cruz, Sevilla.
[7] D. Francisco Cienfuegos y
Jovellanos. Véase la nota 4 .
[8] «El Monasterio de Santa Paula de Sevilla
navega, como un gran vergel cargado de cinco siglos de arte y de historia.
Graganza y Aragón se unieron para levantar la iglesia del cenobio, que fundó
doña Ana Fernandez de Santillán. Montañés y Alonso Cano cincelaron después sus
imágenes, con Felipe de Rivas. Extraordfinarios maestros de lo blanco
dispusieron lor artesonados en el XV y en el XVII. Columnitas de mármol, de
puro estilo nazarita, y blancas columnatas del más fuerte acento, compitieron
para ornamentar sus claustros (el mudéjar y el renacentista) con frisos de
cerámica de desbordante dibujo y colorido. Cervantes situó frente a sus puertas
a la española inglesa de sus novelas ejemplares e hizo mención de alguna de las
cantoras del convento “extremada en la voz”. Grandes Prelados y varones de Dios
se acercaron a sus rejas; predicó ante ellas, sin duda, el beato fray Diego de
Cádiz; también San Antonio María Claret. Su prebisterio vio arrobado
largamente, en un día de júbilo, al cardenal Spínola. En esta iglesia,
celebraba diariamente la santa Misa el padre Torres Padilla; en su incómodo
confesonario, que aún se conserva, comenzó a forjarse humildemente la futura
fundadora de las Hermanas de la Cruz, hasta que el padre Torres, en 1868 se
trasladó a Santa Inés. El 2 de agosto de 1875 acudieron a Santa Paula Sor
Ángela y sus tres compañeras para la inauguración oficial de la Compañía de
Hermanas de la Cruz. Un nuevo instituto, con el heroísmo como regla de la vida
diaria, nacía junto al sagrario de Santa Paula, Por la tarde, en el Compás, no
lejos de su artística portada, les predicó el padre, animándolas a conservar
las primicias del espíritu». Cf. Escrito íntimos, p. 209 nota 37; Introducción
biográfic, a capítulo III, p.21 y capítulo XX nota 6 de la p.130.
[9] Madre hace alusión a la austeridad del
Padre Torres en una carta: circular «[…] era tan mortificado que, a fuerza de
privaciones, había dominado tanto su naturaleza, que algunas veces parecía
estaba muerta por la insensibilidad que demostraba a todo lo que podía
halagarla. Y donde demostraba más su espíritu de mortificación, siendo
extraordinario y se puede decir más que extraordinario, era en los alimentos.
De todo se privaba, no por la enfermedad sino por la mortificación», Cartas
circulares, p.46 .
[10] D. Francisco Cienfuegos y Jovellanos.
Véase la nota 4 de este volúmen.
[11] El nombramiento
para dicha cátedra se conserva en ACMI, y dice: «Nos el DOCTOR DON
LUIS LÓPEZ VlGIL, DIGNIDAD DE MAESTRESCUELA DE LA SANTA METROPOLITANA Y
PATRIARCAL IGLESIA DE SEVILLA, GOBERNADOR, PROVISOR Y VICARIO GENERAL POR EL
ilmo. cabildo de la misma sede vacante.—Por cuanto nos consta de la
instrucción, idoneidad y prudencia del Pbro. Don José de Torres Padilla, y que
desempeñará bien y fielmente cuanto por Nos le fuere encomendado: por las
presentes le elegimos y nombramos Catedrático en propiedad de Historia y
disciplina Ecca. y Patrología del Seminario Conciliar de San Isidoro y San
Francisco Javier de esta ciudad. Y le encargamos ejerza dicho empleo procurando
el adelantamiento de todos los discípulos que a su clase asistiesen,
arreglándose al método de estudios que rigiese en dicho Seminario. Y mandamos
al Rector, Catedráticos y demás personas sujetas a nuestra jurisdicción que le
tengan por tal Catedrático y le acudan con la renta y asistencia que a los de
su clase se acostumbra, guardándole las preeminencias y prerrogativas que como
a tal Catedrático le corresponden.—Dado en el Palacio Arzobispal de Sevilla a
quince de Septiembre de mil ochocientos cincuenta y siete.—F. Dr. Luis Lopez
Vigil», Escritosíntimos , p. 20ss., nota21.
[12] Escritos íntimos, p.589.
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