Su padre José Guerrero había venido a Sevilla, de Grazalema, pueblo de la serranía de Ronda, entre aquellas hondadas de emigrantes a las grandes ciudades en busca de mejor colocación, que suelen acompañar al desarrollo de la civilización industrial.
Su padre murió pronto. Sin embargo la madre llegará a ver la obra de su hija, y las Hermanitas de la Cruz la llamarán con el dulce nombre de "la abuelita" y quedarán admiradas de las muchas virtudes que florecían en el jardín de su alma. Ella supo trasplantarlas al jardín del alma de su hija Ángela. Se dice que un día, siendo aún muy pequeña, desapareció y todos la buscaron. Todos menos su madre que enseguida adivinó donde estaba: en la iglesia. Allí la encontraron rezando y recorriendo los altares. Ya mayor dirá: "Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas".
Llegada la hora de poder trabajar sus padres la colocaron como aprendiz en un taller de zapatería desde los 12 años para contribuir a la economía familiar, allí permaneció hasta los 29 de forma casi ininterrumpida, con todas las garantías para que en el mundo del trabajo no perdiera su inocencia y virtud cristiana. La maestra de taller doña Antonia Maldonado, era dirigida espiritual del canónigo don José Torres padilla, que tenía en Sevilla fama de preparar santos, le llamaban "el santero" por el tipo de personas que con él se confesaban y dirigían. Con él pondrá en contacto doña Antonia a la ferviente discípula Angelita Guerrero. Allí se organizaba el rezo del rosario entre las empleadas diariamente y se leían las vidas de santos.
Cuando Angelita conoció al Padre Torres Padilla tenía 16 años. Tres años después pedirá su entrada como lega en el convento de las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa cruz. No la consideraron con la salud y energías físicas suficientes para los trabajos de lega y no la admitieron en el convento.
De 1862 a 1865, Ángela, que asombra por sus virtudes a cuantos la conocen, reparte su jornada entre su casa, el taller, las iglesias donde reza y los hogares pobres que visita.
Por aquel tiempo se declaró la epidemia de cólera en Sevilla y Angelita tuvo ocasión, bajo la dirección del Padre Torres, de emplearse con generosa entrega al servicio de los pobres enfermos hacinados en los corrales de vecindad, las víctimas más propicias de esa enfermedad. Ángela se multiplica para poder ayudar a estos hombres, mujeres y niños castigados tan duramente por la miseria. Y en ese mismo año pone en conocimiento de su confesor, el padre Torres, su voluntad de "meterse a monja".
De ahora en adelante se llamará Ángela de la Cruz.
Tuvo una visión del Calvario con dos cruces, una frente a la otra y muy cerca. En una estaba Jesús crucificado. Se sintió llamada por Él, en la otra: con unos deseos tan vivos y un ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me invitaba a subir a la cruz. De ahí en adelante, no volverá atrás en la dirección indicada por esa gracia: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno a imitación de san Francisco, y la santa humildad, característica más típica, traducida en humillación: Que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante, al que yo no pertenezca, y eso hasta después de su muerte.
Había encontrado el tesoro, que se le descubrirá como la voluntad de Dios, de crear un Instituto de víctimas que se quieran unir a Jesús en la Cruz por la salvación de sus hermanos los pobres.
Las luces y gracias recibidas de Dios en ese tiempo, le fueron descubriendo no sólo el espíritu del nuevo Instituto, sino también, con luces y energías espirituales extraordinarias, en la historia de la espiritualidad, los caracteres que convenían a sus casas, a sus capillas, portería, dormitorio y hasta la distribución ordinaria del tiempo en sus comunidades.
Se le descubría la necesidad de rebatir con la vida de estas nuevas religiosas la corrupción de su siglo. Los librepensadores del tiempo piensan en las religiosas como en gente que no quiere trabajar y buscan una vida cómoda; y de las que se dedican a la caridad, no saben sino mandar sin que a ellas les falte nada. La regla de estas religiosas había de demostrar con el ejemplo que por sólo amor de Dios, se abrazan con todo lo contrario.
Había de reunir en una sola vida: la penitencia de los Padres del desierto con la caridad de San Vicente de Paúl; la contemplación y pobreza de la más oculta religiosa con la vida laboriosa de quien trabaja para aumentar el socorro de los pobres.
Pensaba en jóvenes, desprendidas de todo lo terreno hasta de ellas mismas, sin nada terreno más que la ropa puesta y ésta de limosna: sin flores ni estampas ni ninguna clase de animalitos, para que en nada pueda apegarse el corazón; ocultas y desconocidas sin ninguna apariencia que les haga especiales; una comunidad de vida extraordinaria por su penitencia, obediencia y mortificación en todo.
"De oración continua a imitación de los ángeles, que bajan del cielo para aliviar a sus hermanos los hombres sólo cuando Dios se lo manda.
Silenciosas por las calles, lo único que debería distinguirlas es la modestia, compostura y dulzura con que habían de tratar a todos" El Instituto ayer y hoy.
En la casa había de reinar un profundo silencio, con sus paredes blancas y toda muy limpia. En el corredor ningún mueble más que de trecho en trecho un cuadrito sencillo con la estación del Vía Crucis.
El ajuar basto y limpio. Todo había de ayudar y convidar a la oración, o al desprendimiento de todo, sugerir la limpieza de cuerpo y de espíritu, predicar la pobreza con sólo su estilo y el seguimiento de Cristo crucificado.
Veía a las Hermanas como Ángeles volar con diligencia a la asistencia de los pobres enfermos a domicilio, para evitarles el desconsuelo de verse abandonados, o apartados de la familia, porque no tienen quien se ocupe de ellos.
En invierno de 1873 Ángela formula votos perpetuos fuera del claustro, y por el voto de obediencia queda unida al Padre Torres. Pero su mente y su corazón inquietos comienzan a "reinar" en una idea que continuamente le asalta: formar la "Compañía de la Cruz". Obstinada en su empeño el 17 de enero de 1875 comienza a trazar su proyecto, que, como toda obra noble, se verá colmado por el éxito, más ante los ojos de Dios que ante los ojos de los hombres.
Tuvo una embolia cerebral gravísima. En julio perdió el habla y, después de nueve meses clavada en la cruz, la muerte le sorprendió con las manos llenas de amor, pero vacías de entregar a los demás su vida hecha dulzura, milagro cotidiano de luz. A las tres menos veinte de la madrugada del día 2 de marzo de 1932, desde su tarima alzó el busto, levantó los brazos hacia el cielo, abrió los ojos, esbozó una dulce sonrisa, suspiró tres veces y se apagó para siempre, cayendo recostada sobre su tarima. Su espíritu ya estaba desde hace tiempo en las manos del señor.
Sus hijas espirituales se han transmitido como testamento sus últimas palabras que habían sido:
"No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera......"
Pero hacía ya tiempo que había escrito para sí misma con toda autenticidad:
La nada calla, la nada no se disgusta, la nada todo lo sufre... la nada no se impone, la nada no manda con autoridad, la nada en fin en la criatura es la humildad práctica.
Había vivido particularmente iluminada como maestra en la práctica de la virtud.
Personas de todas las clases sociales rindieron homenaje a la hoy Santa, por privilegio del Gobierno de la Segunda República Española, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre en Sevilla. Dos días después el Ayuntamiento republicano de la ciudad de Sevilla, presidido por el alcalde don José González Fernández de Lavandera, decidió por unanimidad que constase en acta el sentimiento de la Corporación por la muerte de la religiosa y decidió se rotulase con su nombre la entonces llamada calle Alcázares, donde estaba y continúa el convento. Esta decisión tiene gran importancia, si tenemos en cuenta las ideas anticlericales imperantes en la época.
Capilla ardiente de Sor Ángela de la Cruz el 2 de marzo de 1932 situado en la Casa Madre donde los sevillanos acudieron en masa a llorarla a una mujer que ya en vida fue considerada santa.
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