"Ventana abierta"
SEGUIMOS SIENDO UNA RELIGIÓN DE RICOS; SABIOS Y PERFECTOS
(III DOMINGO DE ADVIENTO; CICLO A: MATEO 11, 2-11)
José Enrique Galarreta
Juan Bautista está en la cárcel. Ha increpado públicamente al rey Herodes
por sus muchas maldades, y el rey lo ha encarcelado. Oye hablar de Jesús y le
manda sus discípulos, muy probablemente para pasarle sus discípulos a Jesús,
para que se vayan con él.
El episodio parece dudosamente histórico, más bien da la impresión de ser
una composición del evangelista para mostrar la transición de Juan, el
precursor, a Jesús, el que había de venir, el esperado.
"¿Eres tú el que ha de venir?"
Nos interesa la respuesta de Jesús, la prueba de que Él es el enviado:
"los ciegos ven... y se anuncia a los pobres la Buena Noticia".
Son "las señales del Reino", como lo anunciaron los profetas,
como hemos visto en el texto de Isaías. El Reino de Dios es salud, curación,
alegría de los pobres...
Y si los ricos, los poderosos, los sabios esperaban otra cosa y se
escandalizan, peor para ellos. Jesús ve que ya está siendo rechazado, como
fueron rechazados los profetas, porque muchos que se dicen religiosos no
aceptan a Dios como es, sino como a ellos les conviene que sea. Se
escandalizarán de Jesús.
(Este es el tema, el argumento básico, del cuarto Evangelio: "vino a
los suyos, y los suyos no le recibieron", y un tema básico del evangelio
de Marcos).
Jesús aprovecha la ocasión para proclamar la grandeza de Juan: el último y
más grande de los profetas: después de él, se acabó el destino de Israel, la
preparación, la antigua Ley: después de Juan, el Reino de Dios. Dichoso el que
acepte a Jesús, el que no se escandalice de Él.
Hay una sutil tentación en estos textos, un drama profundo y una Estupenda
Noticia.
Todas las personas religiosas sufren esa tentación. Israel la sufrió y cayó
en ella frecuentemente. "Dios está con nosotros, luego todo nos irá
bien". Abundancia, éxito, fecundidad, felicidad, paz, alegría:
¿cómo no va
a ser así, si está con nosotros el mismo Dios Libertador?
¿Cómo no nos va a
librar del mal, de todo mal?
Pero no es así. Sigue habiendo ciegos y cojos, y se pierden las cosechas, y
hay enfermedades.
Y es que "los ciegos ven" significa que Dios nos enseña para qué
es la vida.
"Los cojos saltan" significa que podemos caminar hacia la Vida.
"Los enfermos se curan y los muertos resucitan" significa que
salimos de nuestros pecados, esos pecados que nos matan, y recobramos la salud
del espíritu, y salvamos la vida de la mediocridad y de la destrucción.
Pero ¡qué fuerte es la tentación de pedir a Dios que haga las cosas a
nuestro gusto, nos quite los males de esta vida, convierta esta vida en el Paraíso!
El Reino de Dios se ha convertido en el Paraíso en esta vida. Y es que, si Dios
no nos sirve para eso, ¿para qué nos sirve?
Pues no, las enfermedades y la muerte son los pecados. Y los pobres son los
pecadores.
Son los pecadores los que reciben con gozo el Reino, no simplemente
los que no tienen dinero.
Y son los pecados los que desaparecen con la venida
del Señor, no simplemente las enfermedades del cuerpo.
Así que, de una vez para siempre, Dios no hará que nos toque la Lotería ni
que encontremos trabajo, ni que se nos cure un cáncer ni que aprobemos unas
oposiciones. No lo hará.
Y es inútil que le pidamos todas esas cosas.
La razón es muy sencilla:
todas esas cosas pueden ser útiles o perjudiciales para nuestra salud, para
nuestra salvación. Todas esas cosas pueden servirnos para nuestro destino o
estropeárnoslo.
Dios nos proporciona el modo de que todo lo de la vida, la salud y la
enfermedad, la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, nos valgan para La
Vida.
Pero, por encima de todo, Dios nos saca del pecado, sobre todo del Primer
Pecado, el pecado más original y radical de todos: vivir sólo para esta vida,
como si pudiera ser eterna, como si no hubiese más.
La tentación es aún más descarada para los que piensan en la religión como
una presencia del Poder de Dios. Dios está aquí, nosotros somos sus
representantes, luego nosotros tenemos poder, nosotros somos el poder de Dios
en la tierra.
Tentación de sacerdotes, de jefes de religiones. Como visires de
su majestad, como secretarios del Jefe.
Tentación de convertir la salvación en poder, de entregar la religión a los
poderosos, a los sabios, a los ricos. El Reino de Dios se ha convertido en el
reinado de los sacerdotes, en el poder de la Iglesia.
De la misma manera, la Iglesia y sus jefes no tienen poder alguno sobre el
mundo. Su único poder es el que mostró Jesús: servir a todo el mundo, ofrecer
la palabra, ponerse de rodillas a los pies de todos, como un esclavo, y
lavarles los pies.
Y, en lo más íntimo de mi conciencia, yo no soy superior a nadie por el
hecho de haber recibido tanta Palabra de Dios.
Yo sólo soy un mensajero; y muy
mal mensajero, porque mis propios pecados y mi mediocridad oscurecen la Palabra
que se me ha entregado.
Nuestro drama, una vez más, es que nosotros "esperamos a otro".
También los judíos "esperaban a otro". Esperaban al restaurador de la
gloria del reino de Judá. Y se escandalizaron de Jesús, y lo rechazaron.
Nosotros hacemos lo mismo. Oramos a Dios pidiéndole cosas que juzgamos importantísimas:
y como no lo conseguimos, renegamos de Dios. "Estamos tirados, Dios no
escucha".
¿Por qué no escuchamos nosotros a Dios? Pero nosotros estamos empeñados en
que Dios nos sirva para hacer esta vida más confortable. Y a Dios eso no le
interesa.
Pero, más aún, el drama es que nosotros no esperamos más que lo que vemos:
vemos las religiones como alardes del poder de Dios, a cuyas leyes ha de
someterse todo mortal, alardes de infalibilidad de los imprescindibles
sacerdotes; vemos las religiones como cosa de cultos, de importantes... y no
nos atrevemos a esperar nada más.
Por eso, somos incapaces de aceptar la Estupenda Noticia: que Dios es de
los pobres. El revolucionario anuncio de Jesús, con sus palabras y con sus
hechos, es que ni los ricos ni los sacerdotes ni los sabios ni los puros tienen
preferencia alguna ante Dios.
Más aún, que el corazón de Dios se inclina irremediablemente hacia los
otros, los marginados, los desafortunados, los impuros. Que Dios no es justo,
sino descaradamente parcial en favor de sus hijos más necesitados. Que Dios
está con los últimos.
"La Buena Noticia se anuncia a los pobres" es una estupenda
revolución de Jesús, porque la religión parecía ser siempre cosa de ricos, de
poderosos, desde el poder y la riqueza.
Su ejemplo perfecto es el Templo, mármoles, oros, cedro, incienso carísimo,
manadas de reses sacrificadas, cánticos sublimes, personajes vestidos de reyes
celestiales, poder, gloria, ostentación verdad infalible, presencia de Dios en
el esplendor y la sabiduría... Jesús no es así, ni su Dios es así, ni es ésa su
gente.
La gran Noticia es que Dios es de todos, de todos los que le necesitan, de
todos los que quieran aceptar esa Noticia. "La Buena Noticia se anuncia a
los pobres" es una buena noticia, porque siempre había sido cosa de
ricos... hasta que llegó Jesús.
Y ésa es la señal que Jesús da a Juan: ¿os sirve esa señal? Dichosos
vosotros si esa señal no os escandaliza.
Las lecturas de este domingo, por tanto, nos llevan a temas completamente
básicos, y, entre ellos, el más fundamental: si aceptamos a Jesús tal como es,
o nos inventamos otros, como a nosotros nos gusta. Es un tema crucial, que
define toda la espiritualidad del Adviento: buscar a Jesús, como Él sea.
Abrirnos a Dios, como venga. El Libertador no viene a darnos gusto, sino a
liberarnos; el problema está en que a nosotros nos gustan las cadenas.
Pero llega el Señor, el Libertador.
De muchas cosas nos tiene que liberar
el Señor: la primera, sin duda, de nuestro deseo de que esta vida se convierta
en el Paraíso por la fuerza milagrosa de Dios. Y la segunda, quizá más fuerte,
de nuestra religión, de lo que nosotros hemos hecho con La Palabra.
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