En mi meditación se me mostró una imagen.
Surgía una fuerte tempestad en el mar. Había un tremendo oleaje y el viento y la tormenta arreciaban. En medio, un faro permancía erguido y sereno.
¿Cúal era el mensaje de aquél faro? Poco a poco pude ir descubriéndolo
- Fíjate en el faro, ¿qué hace?
- Nada.
- Exacto. El faro no ataca. Permenece erguido serenamente y espera. Se asienta en su fuerza. No arremete, no se enfrenta.
Me di cuenta de que a mí me faltaba un gran camino para parecerme al faro. ¿Podría alguna vez conseguirlo? Y seguí escuchando la Voz.
- Fíjate otra vez en el faro. ¿Qué no has visto aún de él? ¿Qué no has descrito?
- La luz.
- ¡Eso es! Su luz que no deja de iluminar. Y ¿por qué puede seguir iluminando incluso en medio de la tempestad? Porque se ha preocupado por mantenerla en buen estado.
Tras la tormenta, la vida se veía más hermosa porque había adquirido un inmenso valor. Además, pasada la tormenta, y contra lo que pudiera parecer a simple vista, podía darme cuenta de la estabilidad, de la profundidad; nada desaparece sino que permanece modificado.
Entonces la imagen cambió y vi a Jesús imperturbable en medio del mar. Él tampoco se enfrentaba a éste sino que se situaba por encima de las olas, fluyendo con ellas pero sin dejarse dominar por las mismas. Jesús me enseñaba así que no desconfiaba del mar, y me mostraba cómo era capaz de suavizarlo por medio de su fe.
Jesús, como la lección del faro, permanece sereno y constante incluso en medio de la tempestad que no consigue perturbarlo. Él sabe que puede vencerla. Es el único que lo sabe porque tiene fe y confianza plena. ¿Conseguiré yo un poquito de ellas?
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