"Ventana abierta"
En la adolescencia, dialogar siempre ayuda.
“La adolescencia es un torrente con muchos
afluentes que redirigir y aprovechar en dirección a un único destino final, la
madurez”. Ser adolescente es un navegar duro en el que cada error que
cometemos nos va indicando que nuestro cerebro es joven y busca adaptarse
al medio.
El curso de este viaje comienza desde lo más
profundo del terreno en las zonas cercanas al tronco cerebral, donde
se ubican los centros del lenguaje y del proceso de emociones como el
miedo, hasta otras zonas más nuevas en la superficie relacionadas con el
pensamiento complejo, como el surco temporal superior y la corteza
parietal superior que participan en la integración de distintas
estructuras cerebrales.
El cerebro, "río de la vida
convertido en mar", surge de un manantial de aguas puras que va
creciendo con fuertes corrientes durante el periodo de la adolescencia haciendo
que este sea un periodo lleno de impulsividad y de sentimientos viscerales,
todavía no filtrados por la razón, que nos empuja a navegar entre aguas
embravecidas.
Las conductas de riesgo muy favorecidas
por el mundo exterior contemporáneo, de vida fácil y placer inmediato, tiñen
nuestras aguas haciendo que éstas sean turbias en su curso hacia la madurez. De
aquí, la importancia del diálogo como herramienta imprescindible en el
desarrollo del adolescente. Un diálogo en el que los padres, "profundos
mares en estado ya maduro", son quienes mejor conocen a "sus
propios afluentes".
Y cuando en ese diálogo las interferencias
hagan peligrar la desembocadura del río hacia un mar maduro es necesario
que busquemos apoyo en profesionales del ámbito de la educación y de la salud para
que entre todos, uniendo fuerzas, podamos abrir los diques formados. Un
fuerte apoyo, en momentos de bajo flujo, hacia una mayor resiliencia que ayude
a la adaptación y supervivencia de las dificultades del camino, algo de lo que
el cerebro adolescente está muy bien equipado pero que ha de ser reforzado en
la medida en que sea necesario.
En este ya siglo XXI, en el que todavía no está
claro aún cuál es el impacto del gran volumen de información nueva en la
conducta práctica adoptada por los padres y los profesionales vinculados a los
jóvenes, aún estamos a tiempo de aprender cómo aprovechar mejor los recursos si
no queremos perder "nuestros valiosos cursos de agua", agua que
es la que regará nuestro planeta futuro.
Dialoguemos, todos juntos.
Aránzazu Ibáñez
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