"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García S.J.
DEL DESENCANTO AL ENTUSIASMO
José Luis Sicre
Domingo 3º de Pascua. Ciclo A.
Hay que olvidar lo que sabemos
Para comprender el relato de los
discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la
Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas
ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio
sólo cuenta tres apariciones:
1) A todas las mujeres, no a dos ni tres,
se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús. 2) A
dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto
que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer. 3) A todos los
discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante
ellos pan y pescado.
Dos cosas llaman la atención comparadas
con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no
para un grupo selecto de mujeres ni para solo los once. 2) En las apariciones
se da una progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne
y hueso.
Jesús, Moisés, los profetas y los salmos
Un elemento común a los tres relatos de
Lucas son las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los
de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el
mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. Un
mensaje tan escandaloso y difícil de aceptar requiere ser tratado con
insistencia. ¿Pero cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir?
Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se
basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los
discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés,
los profetas y los salmos.
La palabra de Jesús y todo el Antiguo
Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.
La trampa política que tiende Lucas
Para comprender a los discípulos de Emaús
hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes
formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la
persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo
será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto
del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos
los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a
hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan
Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un
personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos.
Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del
niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece
como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.
Del desencanto al entusiasmo
El tema lo recoge en el capítulo final de
su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús
fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo
inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús.
Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al
servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel.
Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo
quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos,
que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no
los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su
relación con los discípulos, se van de Jerusalén.
En este momento tan inadecuado es cuando
les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma
por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni
les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a
recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos
adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al
escucharlo, les ardía el corazón.
El misterioso encuentro termina con un
misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos
para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su
vida han cambiado.
Los relatos de apariciones pretenden
confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son
muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los
dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la
palabra y la eucaristía.
Del entusiasmo al aburrimiento
Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con sus dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.
Añado:
P. Leonardo Molina S.J.
¿Cómo encontrar a Jesús hoy día, cuando Él
ya no está? Resucitó, ascendió al cielo, nos dejó el Espíritu Santo y volverá
al final de los tiempos, no sabemos cuándo.
¿Sigue válido el anuncio del Reino de Dios
que predicó y encarnó Jesús con su vida? ¿Merece la pena luchar, promover y
convertirse al Reino de Dios; paz, amor, integridad, libertad y verdad? ¿Se
puede vivir e incluso morir por ese ideal?
Tres pistas:
1.- La Sagrada Escritura,
comprendida, creída, orada y comprometida. Ardía…
2.- La Eucaristía como vivencia
de partir, compartir, recibir y repartir Reino
3.- La vivencia de una auténtica comunidad que transmite ¡Dios está vivo! y nos ama.
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