"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
CREED EN DIOS Y CREED
TAMBIÉN EN MÍ
1 « No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre hay
muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar.
3 Y cuando haya ido y os haya
preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo esteis
también vosotros.
4 Y adonde yo voy sabéis
el camino»
5 Le dice Tomás: «Señor, no
sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
6 Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. (Jn. 14, 1-6)
La fe en Jesús, ahuyenta de nuestro corazón toda turbación
y temor. Nos lo ha dicho Jesús al final de su vida terrestre: si creemos
en Él, con la misma confianza con la que nos apoyamos en
su Padre-Dios, “veremos lo que ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar, de todo lo
que Dios ha preparado para los que lo aman con todo su ser y abandono
en Él”.
Y nos habla de realidades misteriosas con lenguaje
humano para que, comprendamos algo de lo que gozaremos después de esta
vida. Nos habla de “un lugar”, “una morada”, “un
espacio” donde Jesús nos espera. Y también nos dice “por
dónde” hemos de transitar para ver colmada nuestra
esperanza: “el Camino es Él”. No hay otra
senda, porque ¡Jesús lo es Todo!
Él ha venido y después se fue al cielo para
prepararnos “una morada eterna”, donde estaremos ya siempre
con Jesús, en la casa de su Padre-Dios.
¿Qué no entendemos mucho estas cosas?: es
normal, porque nos han sido reveladas no para comprenderlas, sino para que
creamos en ellas y nos gocemos ya, en una posesión no lejana. Y es
que, nuestra vida, siempre será un soplo comparado con la vida
eterna, nuestro verdadero “Hogar”, el lugar donde mora
Jesús con el Padre-Dios y el Espíritu Santo. La Trinidad
Santísima, será nuestro descanso eterno, por ello, ¡afanémonos
ahora en este breve tiempo, en ir creciendo en la fe y en el amor a Dios y
a los hermanos en Él!
Y el cómo haremos para acercarnos a esta Meta
sublime, será siempre aprendiendo de Jesús, de su vida y de sus
enseñanzas. Él, nos ama, porque somos su Iglesia que fundó
como ancla de salvación. Y en ella tenemos todos los elementos
necesarios para ir santificándonos. Nuestra primera entrada en
la Iglesia, fue por el bautismo, donde se nos regaló la fe
y el don de ser hijos de Dios, junto con su gracia que, nos va a
acompañar toda la vida, si la acogemos siempre, como compañera de
camino. Esta, nos protege y cuida, y nos ilumina cuando la senda nos
parece oscura, o cuando creamos que hemos perdido el rumbo.
Él, es nuestra Luz y también nuestra Fuerza, en nuestras
muchas debilidades, “porque, cuando soy débil, entonces soy
fuerte, en Él” ¡y no en nosotros! Pues, no se trata de
que, nuestras pobrezas, se transformen en riquezas, sino que al
entregárselas a Jesús, Él nos reviste de su gracia y sin saber
cómo, Jesús está viviendo en nuestro ser y confiriendo a nuestras
potencias, un calor y un sabor divino que, no sabemos
cómo, hemos sido instruidos en la Ciencia del Amor de
Dios y decimos con San Pablo: “Sí, ya no soy yo, sino que
es Cristo quien vive en mí”. Y mi pensar y obrar, es el pensar y
las acciones de Cristo en mí y esto, porque Jesús no
hizo “ascos” de mi pobreza y debilidad, sino que entró de lleno
en ellas, e hizo esta obra de Amor, sólo digna de
nuestro Buen Dios...
¡Seamos ávidos de esta presencia de Jesús en nosotros y
no perdamos la ocasión de recibirle en la Eucaristía, donde Dios es todo
nuestro, con una presencia real y amorosa! ¡Qué así se
haga! ¡Amén!
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