"Ventana abierta"
De la mano de María
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Os echarán mano, os
perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer
ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar
testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré
palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún
adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos
os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa
mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas”. Esas palabras, pronunciadas por Jesús a sus
discípulos, conforman el Evangelio de hoy (Lc 21,12-19).
Jesús continúa su “discurso escatológico” que comenzara ayer; habla de lo
que habría de suceder a sus discípulos antes de la destrucción la ciudad de
Jerusalén y del Templo (año 70 d.C.). Curiosamente, cuando Lucas escribe su
relato evangélico, ya esto había sucedido (Lucas escribe su evangelio entre los
años 80 y 90). El mismo Lucas, en Hechos de los Apóstoles, nos narra las
peripecias de los apóstoles Pedro, Pablo, Juan, Silas, y otros, y cómo los
apresan, los desnudan, los apalean, y los meten en la cárcel por predicar el
Evangelio, y cómo tienen que comparecer ante reyes y magistrados. Tal y como
Jesús anuncia que habría de ocurrir.
El mismo libro nos narra que ellos salían de la cárcel contentos,
“dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús”
(Hc 5,41). Contentos además porque habían tenido la oportunidad de predicar el
Evangelio, no solo en la cárcel, sino ante reyes y magistrados. Más aún,
confiados en las palabras del mismo Jesús cuando les dijo: “Pero ni un cabello
de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras
almas”. El llamado es a la confianza y la perseverancia; características del
discípulo-apóstol; ese que escucha el llamado, lo acoge, y se lanza a la misión
que Dios le ha encomendado. Discípulos de la verdad; verdad que hemos dicho es
la fidelidad del Amor de Dios que nos lleva a confiar plenamente en Él y en sus
promesas; Amor que hace que Jesús diga a sus discípulos: “En el mundo tendrán
que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). La promesa
va más allá de salvar la vida: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras
almas”.
Lo hermoso de la Biblia es su consistencia. Ya Isaías nos transmitía la
Palabra de Dios: “Ahora, así dice Yahvé tu creador, Jacob, tu plasmador,
Israel. ‘No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres
mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán.
Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo
soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador’” (Is 43,1-3). Promesa
poderosa… ¿Cómo no poner nuestra confianza en ese Dios?
Jesús es consistente en sus exigencias, pero igual lo es en sus promesas. Y nosotros podremos fallarle, pero Él nunca se retracta de sus promesas.
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