"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL PRIMER
DOMINGO DE ADVIENTO (A)
“Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis
qué día vendrá vuestro Señor…”
A Isaías se le llama el “profeta del Adviento”,
porque su profecía domina la liturgia durante este tiempo que nos prepara para
la Navidad. En Isaías encontramos la promesa y la esperanza de que se cumplan
todos los sueños mesiánicos del pueblo de Israel; esos sueños que hallarán
cumplimiento en la persona de Jesús en quien, según nos resalta Mateo en su
relato evangélico, se cumplen todas las profecías mesiánicas del Antiguo
Testamento. Pero no debemos pasar por alto que este tiempo también nos remite,
como a los primeros cristianos, a la segunda venida de Jesús al final de los
tiempos.
Las normas universales sobre el año litúrgico
nos presentan así este tiempo: “El tiempo de Adviento tiene una doble índole:
es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se
conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el
tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación
de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el
Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”
(N.U., 39).
Las lecturas que nos ofrece la liturgia para
este primer domingo de Adviento tienen sabor escatológico, es decir, nos
remiten a esa “espera” de la parusía, la segunda venida de Jesús. La primera
lectura, tomada del libro de Isaías (2,1-5), nos habla del “final de los días”
en que todos los pueblos convergerán en la ciudad santa de Jerusalén (Cfr. Ap 21,9-27), y ya la guerra y la violencia
serán cosa del pasado. “De las espadas forjarán arados, de las lanzas,
podaderas”.
La segunda lectura, tomada de la carta del
Apóstol san Pablo a los Romanos (13,11-14), nos exhorta a estar vigilantes a
esa segunda venida de Jesús: “La noche está avanzada, el día se echa encima:
dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la
luz”. Lo cierto es que con el nacimiento de Jesús se inauguró el Reino que el
pueblo esperaba, ese Reino que ya ha comenzado pero que no está concretizado.
El “final de los tiempos” es aquí y ahora, hasta tanto llegue el Hijo del
hombre cubierto de gloria para dejar instaurado su Reinado por toda la
eternidad. De ahí el llamado a estar vigilantes, pues no sabemos el día ni la
hora. En ocasiones anteriores hemos recalcado que para cada uno de nosotros ese
“día” puede ser en cualquier momento, incluso hoy mismo. Entonces pasaremos a
ese estado en que el tiempo lineal desaparece, y solo existe el hoy de la
eternidad. De ahí que san Pablo nos exhorta a estar “vestidos” de nuestro Señor
Jesucristo, para que esa “hora” no nos sorprenda en pecado.
Así nos advierte la lectura evangélica (Mt
24,37-44): “Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá
vuestro Señor… estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del hombre”.
Aunque nuestra vida debería ser un constante
Adviento, este tiempo nos invita a convertirnos en otros “cristos” de manera
que, llegada la hora, podamos reinar junto a Él por toda la eternidad (Cfr. Ap 22,5).
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