"Ventana abierta"
Dar
generosamente
Actualidad
católica
El evangelio de la liturgia de la misa de
hoy, 21 de noviembre, nos habla brevemente de la disposición para dar de
corazón, dar desprendidamente, con generosidad y hasta con sacrificio. Santa Teresa
de Calcuta decía: «dar hasta que duela».
Y el evangelio de hoy Jesús nos muestra
estos dos tipos de dar: el que dar hasta de lo necesario y el que da de lo que
le sobra.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (21,1-4):
En aquel tiempo, Jesús, alzando
los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio
también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo:
«En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque
todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que
pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Dios no sólo ve lo que hacemos, sino que
también sabe lo que mueve nuestras acciones. Nada escapa a su mirada. Dios
sondea nuestros corazones. Nos conoce perfectamente: sabe lo que hay de verdad
y nobleza en nuestras intenciones, en pensamos, queremos y hacemos.
En todo momento nos puede surgir la oportunidad
de ser generosos; no la dejemos escapar, porque ese instante concreto pasará y
no volverá, y ha sido tu oportunidad de escribir una línea hermoso en el diario
de tu vida. Allá cuando se abra este ante el Juez supremo se podrá ver lo
escrito.
Dios es un buen pagador, paga con
largueza; Dios no se deja aventajar de nadie; su generosidad es infinita. Así
le decía el Salvador a Beata Crescencia Hoss):
«Yo no me dejo vencer en amor ni en generosidad.» «¡Que es muy buen pagador y
paga muy sin tasa!» (Santa Teresa de Jesús).
Y Dios «paga» sin medida, sin la lógica humana del «do ut des» («doy para que des»),que
se usaba para referirse a la reciprocidad de cualquier
trato o pacto; Dios da espléndidamente, sobreabundantemente. Es decir, el
ciento por uno. «Aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien
goza de ello lo entiende» (Santa Teresa de Jesús).
«Los antiguos hombres debían consagrarle
los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad,
ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con
libertad y alegría aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que
todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así
el desprendimiento de aquella viuda pobre del Evangelio» (San Irineo).
Los abuelos de Jesús, Ana y Joaquín, que
disponían de ganado, dicen que cada año repartían los ingresos en tres partes:
una para el templo, otra para los necesitados y otra para ellos. Y así también
se dice que hacía san Isidro Labrador, que repartía su sueldo en tres partes:
para la Iglesia, para los pobres y para el sustento de su familia.
El dar generosamente es el distintivo del cristiano, como no podía ser de otra manera, pues cuanto somos es obra del amor por el que se nos ha dado la vida y la salvación. De modo que es cierta esta anécdota: «Alguien preguntó a un hindú quién era, para él, un cristiano. Y, a la luz de la experiencia con las hermanadas de la Madre Teresa de Calcuta, el hindú contestó: `El cristiano es alguien que se da´».
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