"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
DIOS, JUEZ JUSTO, NOS ESCUCHA Y NOS AMA
1 Les decía una parábola para
inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
2 «
Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los
hombres.
3 Había en
aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia
contra mi adversario!"
4 Durante mucho
tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios
ni respeto a los hombres,
5
como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga
continuamente a importunarme."»
6 Dijo,
pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto;
7 y
Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y
les hace esperar?
8 Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc. 18, 1-8)
Jesús, quiere
inculcar en sus discípulos la perseverancia en la oración a Dios.
Les quiere explicar que, a quien ruegan y
piden, es a su Padre- Dios que, los ama y
que, siempre los escucha. Y para ello, les pone
una “parábola de un juez malvado” que, ni teme a Dios ni le
importan los hombres. Este, no ama a nadie y ejerce su oficio según sus
conveniencias y no según justicia. Por esto, podría ser un juez temido por
sus conciudadanos y por tanto despreciado. Pero había una viuda que, no le
temía y le reclamaba de continuo: “hazme justicia frente a mi adversario”. Al
juez le importaba poco hacerle justicia, y así, se negó a escucharla
por un tiempo. Pero como ella le importunaba una y otra vez, por no sentirse
más molestado y temiendo que ella, un día le pudiera agredir, ante su
reclamación se dijo: “le haré justicia para quitármela de
encima”.
Ante esta
historia, los discípulos se sentirían indignados por la actitud tan ruin
de ese juez. Y, Jesús siguió: “si un hombre malo hace caso, no por
amor, sino por temor, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos que le
claman día y noche?”. Dios, no puede oír los gritos de sus hijos y
darles largas. Dios es Dios y no hombre y si, nos creó
con infinito amor, con este mismo amor nos conserva en la existencia y sobre
todo nos salva, dándonos aquello que necesitamos para esta
salvación. ¡Y lo primero, la perseverancia en la fe!
Y al
final de este pasaje Evangélico, Jesús, se lamenta
porque teme que, en su llegada en el último día,
muchos, habrán renegado de la fe en Jesús y de su Misterio de
amor: creer en Jesús como nuestro Señor,
es Don del Padre de todas las cosas y de nuestra
respuesta coherente. Pues, preguntémonos: “¿he hecho yo algo
digno de mérito ante Dios, para merecer entrar en todo este Misterioso designio
de amor de Dios con el hombre, su pequeña criatura?”: Nada, ni
ahora ni antes de venir a la existencia.
¡Y, este
gemido de Jesús que, no es otra cosa que su “Corazón abierto y destilando Amor,
este llanto de nuestro Amado Jesús, nos debe llegar al centro del alma, ¡donde
escucharemos su voz!: “¿A quién enviaré, quien irá
por mí?” Y esta invitación que, es para mí, me moverá
interiormente para responder con presteza: “¡Envíame Señor, yo iré
por ti y predicaré hasta los confines del orbe todo el Amor que
nos has tenido, hasta no reservarte ni una fibra de tu ser en
entregarte!”. “Yo Señor, soy pobre, pero en un derroche de
misericordia, has hecho que ya sólo en amar es mi
ejercicio: todas mis fuerzas al servicio de tu voluntad, para que no tengas que
lamentarte ante nosotros, de nuestra falta de fidelidad a tu
gracia”: Tú en mí Señor, y yo en ti, para todo lo que
quieras de mí”.
“¡Sostén y aumenta
mi fe, Jesús! ¡Amén! ¡Amén!





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