"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO
EL TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL T.O. (C)
“Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de
quedarme en tu casa”.
La liturgia para hoy nos ofrece como lectura
evangélica la historia de Zaqueo, el publicano (Lc 19,1-10). Nos cuenta el
relato que Jesús llegó a la ciudad de Jericó y, mientras recorría la ciudad, un
hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos, se enteró que Jesús venía, y quería
ver quién era ese personaje de quien tanto se hablaba, “pero no conseguía
verle, porque había mucha gente y Zaqueo era de baja estatura”. Finalmente
corrió y se trepó en un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús. Cuando Jesús
pasó por allí, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo, baja en seguida porque hoy he
de quedarme en tu casa”.
Zaqueo se bajó inmediatamente lleno de alegría
y, ante las murmuraciones de la gente que cuestionaban que Jesús fuese a
hospedarse en casa de un pecador, le recibió en su casa. Ya en otras ocasiones
hemos dicho que en tiempos de Jesús lo publicanos eran despreciados, pues no
solo cobraban impuestos para el imperio romano, sino que a ese impuesto le
añadían otra suma, a veces mayor, como su ganancia.
Tan pronto se acomodaron en la casa de Zaqueo,
este se puso en pie y manifestó que iba a dar la mitad de sus bienes a los pobres,
y a restituir hasta cuatro veces lo que hubiese cobrado de más. A lo que Jesús
exclama: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
La actitud de Zaqueo contrasta marcadamente con
la narración del joven rico (Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23), quien a
pesar de haber llevado una vida “recta”, cumpliendo con los mandamientos, no
pudo desprenderse de sus riquezas para seguir a Jesús.
Por otro lado, la referencia de Lucas a la baja
estatura de Zaqueo que le impedía ver a Jesús, tal vez nos apunta a una función
pedagógica. A veces nosotros somos “cortos de estatura”, lo que nos impide
“ver” a Jesús. Zaqueo sintió la presencia de Jesús y quiso conocerle; no
permitió que su corta estatura fuera un obstáculo. Se trepó en un árbol y no
tuvo que decir nada; fue Jesús quien entonces “miró hacia arriba” y le habló
pidiéndole posada. Zaqueo no vaciló un instante y lo recibió en su casa, y
compartieron la mesa. “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi
voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).
Zaqueo supo valorar la presencia de Jesús en su
vida, y se dio cuenta que aquello que había encontrado era más valioso que toda
su riqueza. Y estuvo dispuesto a dejarlo todo con tal de seguirle. Seguramente
luego de repartir la mitad es sus bienes a los pobres, y restituir “cuatro
veces más” lo que hubiese cobrado en exceso, se quedó él mismo en la pobreza.
Podríamos decir que privó de la herencia material a sus hijos; pero les dejó
una herencia mayor: Encontró a Jesús, que es el Amor, y lo compartió con ellos.
Ello hizo exclamar a Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
Señor, no permitas que mi baja estatura
espiritual me impida verte. Antes bien, concédeme la valentía y el arrojo de
Zaqueo para vencer cualquier obstáculo que se me presente, de manera que pueda
recibirte en mi casa y llegar a conocerte al punto de no valorar nada por
encima de tu amor.
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