"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TRIGÉSIMO DOMINGO DEL T.O. (C)
“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
La primera lectura para este trigésimo domingo
del tiempo ordinario (ciclo C), tomada del libro del Eclesiástico
(35,12-14.16-18), nos habla de la Justicia Divina y cómo Dios escucha las
súplicas del oprimido: “su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre
atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que
Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”.
El Salmo (33) nos reitera que “el Señor está
cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él”.
La segunda lectura, tomada de la segunda carta
del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18) contiene una de las frases
lapidarias del apóstol: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la
meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el
Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los
que tienen amor a su venida”.
El pasaje del Evangelio, tomado de san Lucas
(18,9-14), nos presenta la parábola del fariseo y el publicano que subieron al
templo a orar. El fariseo, “erguido” (los fariseos solían orar de pie), se
limitaba a dar gracias a Dios por lo bueno que era: “no soy como los demás:
ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano”. También decía a Dios
cómo cumplía con sus obligaciones: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo
de todo lo que tengo”.
En cambio, el publicano se mantenía en la parte
de atrás y no se atrevía ni levantar los ojos al cielo, mientras se daba golpes
de pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Jesús sentenció:
“Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
La diferencia estaba en la actitud interior, en
el corazón. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha” (Salmo). El Señor
nos está diciendo que si reconocemos nuestros pecados y nuestra pobreza
espiritual, y nos acercamos a Él con humildad, Él nos hará justicia.
Estamos acercándonos al final de tiempo
ordinario para dar paso al Adviento y al llamado a la conversión que ese tiempo
nos hace. No tenemos que esperar. El llamado a la conversión, aunque se
enfatiza en los tiempos “fuertes” como Adviento y Cuaresma, es continuo.
Abramos hoy nuestros corazones al Amor infinito de Dios, y ese Amor nos permitirá
reconocer las veces que le hemos fallado. Eso nos permitirá postrarnos ante Él
con un corazón quebrantado y humillado (Cfr. Sal 50) en el sacramento de la
Reconciliación. Entonces Él nos tomará de la mano, nos levantará, y nos dará el
abrazo más amoroso que hayamos recibido.
“Oh Padre amable y misericordioso, con las
manos vacías nos presentamos ante ti. Perdónanos por las veces que presumimos
por el bien que sólo con tu gracia pudimos hacer. Llena nuestra pobreza con tus
dones, líbranos de despreciar a ninguno de nuestros hermanos y danos un corazón
agradecido por todo lo que hemos recibido de ti. Te lo pedimos por Jesucristo
nuestro Señor” (Oración colecta).
Recuerda, si aún no has visitado la Casa del Padre, todavía estás a tiempo.
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