"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2)
Se trata de sobreponer los prejuicios, las
repugnancias, para acoger como hermanos a los que hasta ahora hemos considerado
“inferiores”.
La liturgia de hoy (Lc 14,12-14) nos presenta a
Jesús todavía en la cena a la que había sido invitado en casa de un fariseo. En
la liturgia correspondiente al sábado pasado leíamos cómo Jesús se expresaba en
contra de aquellos que quieren ocupar los primeros puestos cuando son
convidados a una boda (Lc 14,1.7-11).
En el Evangelio de hoy Jesús lleva su consejo
un paso más allá. Se dirige, no ya al que es invitado, sino al que invita a la
cena: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán
invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres,
lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán
cuando resuciten los justos”.
Resuenan las palabras que Jesús había
pronunciado anteriormente en el Evangelio de Lucas: “Si hacen el bien a
aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también
los pecadores” (6,32).
Y de nuevo la “opción preferencial” de Jesús
por los pobres, los marginados, los enfermos, los lisiados, los anawim. Contario al sistema de jerarquías existente
en la cultura judía, Jesús quiere enfatizar una vez más que el banquete del
Señor, el Reino, ha de estar abierto a todos por igual, sin distinción de clase
social (St 2,1-6), ni de raza (Rm 10,12; 1Cor 12,13); sin excluir, ni siquiera
a los pecadores (Lc 7,36-50). Tampoco es asunto de tratar a todos por igual
celebrando la misma liturgia, pero por separado para un “grupo”, como se ve en
algunos movimientos. Se trata de derribar muros que separan y dividen (Cfr. Ef 2,14), no de abrir huecos; se trata de
vivir en comunión.
Jesús nos pide que en lugar de invitar a
nuestros familiares, a nuestros amigos, invitemos a “pobres, lisiados, cojos y
ciegos”. El hecho de que Jesús haga uso de la hipérbole, exagere, para
“jamaquear” a sus interlocutores, demuestra la radicalidad de su enseñanza. Se
trata de dar sin esperar nada a cambio, por pura gratuidad, por amor. “Dichoso
tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”. Se trata
de sobreponer los prejuicios, las repugnancias, para acoger como hermanos a los
que hasta ahora hemos considerado “inferiores”. San Pablo nos lo expresa así en
la primera lectura de hoy (Fil 2,1-4): “dejaos guiar por la humildad y
considerad siempre superiores a los demás”.
Dios nos está pidiendo que amemos como Él nos
ama. Y la única forma de lograrlo es viendo el rostro de Jesús en cada uno de
ellos. Pero, ¡cuán difícil nos resulta a veces escuchar y poner en práctica esa
Palabra! (Cfr. Mt 12,49-50).
Y como lo hace tantas veces, nos promete una
recompensa “cuando resuciten los justos”, es decir, en el último día, cuando
podamos vivir en toda su plenitud el amor incondicional de Dios por toda la
eternidad.
En esta semana que comienza, pidamos al Señor un corazón puro y generoso que nos permita acoger a todos con los brazos abiertos, sin distinción de raza, lengua, nacionalidad, religión, orientación sexual, ni condición económica o social.
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