"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO
DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2)
El Evangelio de hoy
(Lc 13,1-9) continúa narrándonos la última subida de Jesús a Jerusalén. Acaba
de contar a los que le siguen una parábola sobre la reconciliación. Ahora les
plantea la necesidad de conversión, unida a la paciencia divina.
Los que le siguen le plantean dos eventos separados, uno producto de la
conducta humana (los revoltosos ejecutados por Pilato en Galilea), y otro
producto de un hecho fortuito (los que murieron aplastados por el derrumbe de
la torre de Siloé en Jerusalén). En tiempos de Jesús existía la creencia que
esas desgracias eran producto del pecado. Por eso Jesús se apresta a decirles
que si creen que los que murieron eran más pecadores que el resto de la
población está equivocados: “Os digo que no; y, si no os convertís, todos
pereceréis de la misma manera”. Jesús les dice que no solo son culpables los
que sufren algún “castigo”, sino todos: tanto los habitantes de Galilea como
los de Jerusalén, por lo que es necesario entrar en un camino de conversión.
En el Evangelio de ayer Jesús hablaba de los “signos de los tiempos”, de
cómo en los eventos que ocurren a nuestro alrededor, incluyendo las desgracias,
podemos encontrar la Palabra de Dios, que nos invita constantemente a la
conversión. Para enfatizar la necesidad de conversión y la inminencia de esta,
Jesús les plantea la parábola de la higuera estéril. En esta se nos narra la
historia de “uno” que tenía una higuera que llevaba tres años (el tiempo que
Jesús llevaba predicando) sin dar fruto, y dijo al trabajador, “córtala”. Pero
el trabajador le pidió más tiempo: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré
alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
Todos estamos llamados a la conversión, pero si interpretamos los signos
de los tiempos, como la desgracia de los que murieron repentinamente, a la luz
del Evangelio, comprendemos Dios nos está diciendo que tenemos un tiempo
limitado en nuestra vida y tenemos que aprovecharlo. Y Dios es paciente con
nosotros, no nos castiga, y nos da un año más, y otro, y otro… Pero el tiempo
se nos acaba, y no sabemos ni el día ni la hora en que va a llegar el novio y
encontrarnos con las lámparas sin aceite (Cfr. Mt 25,1-13). “En cuanto a ese
día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino
sólo el Padre” (Mt 24,36).
Jesús nos sigue llamando (Cfr. Ap 3,20), pero seguimos
dejándolo “para mañana”. Entonces tenemos que preguntarnos, ¿hasta cuándo voy a
tener para contestarle? No tenemos más que abrir un periódico, o ver un
telediario, o las reseñas en las redes sociales, para leer sobre todas las
personas que a diario mueren producto de accidentes o crímenes. La pregunta
obligada es: Estas personas, ¿habían contestado la llamada de Jesús, o lo
habían dejado para “mañana”?
Si no lo has hecho, este este fin de semana que comienza es un buen
momento para reconciliarte con el Señor. No desaproveches la oportunidad.
Todavía estamos a tiempo… ¡Anda!, Él te está esperando.
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