"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
JUEVES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2)
El símbolo ichtus o ichthys, creado por la
combinación de las letras griegas ΙΧΘΥΣ en una rueda. Foto tomada en Éfeso,
durante nuestra peregrinación por la ruta de san Pablo. El vocablo significa
pez, pero constituye además un acrónimo: Ἰησοῦς Χριστός, Θεοῦ Υἱός, Σωτήρ
(Iēsoûs Christós, Theoû Hyiós, Sōtḗr), que se traduce al español como Jesús
Cristo, Hijo de Dios, Salvador.
Como primera lectura hemos estado contemplando
en los días pasados la carta del apóstol san Pablo a los Efesios. El texto de
hoy (Ef 3,14-21) nos remite a la gratuidad del amor de Dios, ese amor que nos
permite conocerle en la medida que nuestra capacidad finita lo permite.
“Doblo las rodillas ante el Padre, de quien
toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los
tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo
profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que
el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todos los santos,
lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo
que trasciende toda filosofía: el amor cristiano” (14-19).
Pablo habla de “doblar rodillas”, un gesto poco
común entre los judíos, que acostumbran a orar de pie o sentados. El doblar
rodillas implica postrarse en total adoración. Esa frase nos indica la
profundidad de su oración por la comunidad de Éfeso, por la que pide que sus
corazones sean “robustecidos” en la fe que, según Pablo, ha de estar enraizada
y cimentada en el amor. Porque ese amor de Dios que se derrama sobre nosotros
es lo que le da sentido a toda la doctrina de Jesús (Cfr. 1 Cor 13,1-3), lo que nos permite llegar al
conocimiento de la verdad, esa verdad que nos hace conocer la verdadera
libertad (Cfr. Jn 8,31-32). Y esa
verdad no es otra cosa que la fidelidad del amor de Dios al hombre tal y como
es. Es el amor de “Dios madre”, que ama a los hijos de sus entrañas no importa
lo que hagan, y que siempre está presta a perdonarlos cuando regresan
arrepentidos (Cfr. Lc 15,20-24).
Jesús nos ha dicho: “Para esto he nacido y he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Y como nos
dice Piet van Breemen: “Esta
verdad es designada en el Antiguo Testamento con el término ‘emet’, que
significa en el pensamiento judío, la solidez del amor de Dios. Cristo no vivió
más que para eso: para convencernos de la verdad de que somos amados por Dios y
de que ese amor es de fiar, hagamos lo que hagamos”. Pablo por su parte nos
recuerda que solo cuando llegamos a ese conocimiento podemos llegar a nuestra
“plenitud, según la plenitud total de Dios”.
Hoy, pidamos al Señor que abra nuestros
corazones para que podamos recibir la plenitud de la auténtica verdad: que
somos amados por Él, y que nos ama tal cual somos. Entonces no tendremos más
remedio que reciprocar ese amor, y ese será nuestro camino a la conversión
total de corazón.
Y de la misma manera que Pablo “dobla rodillas”
por los de Éfeso, nosotros debemos hacer lo propio por nuestros hermanos para
todos se salven, pues “esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad” (1 Tm 2,3-4).
No hay comentarios:
Publicar un comentario