"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (C)
“…si te ofende siete veces en un día, y siete
veces vuelve a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para este vigésimo séptimo domingo del tiempo ordinario (Lc 17,5-10),
se divide en dos partes.
La primera está relacionada con los versículos
inmediatamente anteriores a la lectura (Lc 3b-4) que se refieren a la
corrección fraterna y, sobre todo, el perdón. Jesús sabe que somos imperfectos,
una Iglesia santa compuesta por pecadores. Sabe que podemos ofender y nos
pueden ofender. Por eso nos dice: “Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se
arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve
a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”. ¡Ahí es donde eso de ser cristiano se
pone difícil! Es el amor sin límites que nos impone el seguimiento de Jesús; el
mismo Amor que nos profesa el Padre del cielo. Eso solo se logra mediante una
adhesión incondicional a Jesús. Y esa adhesión incondicional solo es posible
mediante un acto de fe. Creer en Jesús y creerle a Jesús.
Con ese trasfondo podemos comprender mejor la
lectura de hoy. Los discípulos, al enfrentarse a las exigencias de Jesús, están
conscientes de que solos no pueden, del gran abismo que les separa de Él en
términos de fe. Por eso le imploran: “Auméntanos la fe”. Jesús, al
contestarles, les establece la medida de fe que espera de ellos (nosotros): “Si
tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de
raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”. Con más razón necesitamos
implorar al Señor que aumente nuestra fe.
Hemos dicho en innumerables ocasiones que creer
y tener fe, no son sinónimos. Se puede creer y no tener fe. La fe implica no
solo creer en Jesús, sino también creerle a Jesús. Eso nos lleva a actuar
conforme a Su Palabra.
La mayoría de nosotros nos consideramos
personas de fe; pero hagamos un alto en ese camino hacia la santidad a la que
todos somos llamados, y examinemos nuestra “fe”. ¿Cuántos milagros hemos
logrado últimamente? ¿Y durante nuestras vidas? ¿Quiere eso decir que nuestra
fe es tan pequeña que palidece ante un grano de mostaza? Mirémoslo de otro
punto de vista. Olvidémonos de milagros espectaculares como mover montañas o
árboles, echar demonios, curar enfermos, o revivir muertos. Hablemos de
mantener la calma y la esperanza ante la adversidad, ante las desgracias,
pérdidas o tragedias personales o familiares. ¿No es eso un “milagro”?
Contéstate esa interrogante.
La segunda parte de la lectura puede parecer
desconcertante, pues podría interpretarse que Dios es un malagradecido que no
sabe apreciar los servicios que le prestamos a diario los que decidimos
seguirle. Sin embargo, la lectura se refiere en realidad a nosotros, quienes en
ocasiones creemos que si servimos a Dios con fidelidad, Él “nos debe”, es
decir, que hemos comprado su favor. De nuevo, nuestra mentalidad “pequeña”,
nuestra falta de fe, nos traicionan. Se nos olvida que nuestra “recompensa” no
la tendremos en este mundo, sino en la vida eterna. Si decidimos seguir a Jesús
tenemos que estar dispuestos a soportar todas las pruebas que ese seguimiento
implica (Cfr. Sir 2,1-6).
“Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.
Que pasen un hermoso domingo lleno de bendiciones y de la PAZ que solo Él puede brindarnos.
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