"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA. 14 - MARZO - 2022
El pasaje evangélico que leemos en la liturgia para hoy (Lc 6,36-38)
comienza diciéndonos que seamos “misericordiosos” (otras traducciones dicen
“compasivos”) como nuestro Padre es misericordioso. La compasión, la
misericordia, productos del amor incondicional; el amor incondicional que el
Padre derrama sobre nosotros (la “verdad” en términos bíblicos). La “medida”
que se nos propone.
En otra ocasión Jesús nos decía: “Sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto”. (Mt 5,48). Y esa perfección solo la encontramos en el
amor; en amar sin medida; como el Padre nos ama. Ese Padre que es compasivo y
siempre nos perdona, no importa cuánto podamos faltarle, ofenderle, fallarle.
Ese Dios que siempre se mantiene fiel a sus promesas no importa cuántas veces
nosotros incumplamos las nuestras.
En la primera lectura, tomada del libro de Daniel (9,4b-10), escuchamos al
profeta “confesando” a Dios sus pecados y los de su Pueblo: “Señor, nos abruma
la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra
ti. Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es
compasivo y perdona”.
En este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos hace un llamado a la conversión,
a dar vuelta del camino equivocado que llevamos y cambiar de dirección (el
significado de la palabra metanoia que
san Pablo utiliza para “conversión”) para seguir tras los pasos de Jesús. Y si
vamos a seguir los pasos de Jesús, si aspiramos a parecernos a Él (Cfr. Gál 2,20), buscamos en las
Escrituras cómo es Él, y encontramos que es el Amor personificado. ¡Ahí está la
clave! Para ser perfectos como el Padre es perfecto, tenemos que amar a nuestro
prójimo como el Padre nos ama, como Jesús nos ama.
La primera lectura nos refiere a la misericordia de Dios hacia nosotros.
Nos da la medida. El Evangelio nos refiere a la relación con nuestro prójimo.
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no
seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante”. No se nos está pidiendo nada que Dios no esté dispuesto a
darnos. “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”
(Jn 13,34).
Examino mi conciencia. ¡Cuántas veces soy intolerante! ¡Cuántas veces,
pudiendo ser compasivo me muestro inflexible! ¡Cuán presto estoy a juzgar a mi
prójimo sin mirar sus circunstancias, su realidad de vida! ¡Cuántas veces
condeno la mota en el ojo ajeno y no miro la viga en el mío (Lc 6,41)! ¡Cuántas
veces le niego el perdón a los que me faltan (“perdona nuestras ofensas…”), y
le niego una limosna al que necesita o, peor aún, le niego un poco de mi tiempo
(el pecado de omisión; el gran pecado de nuestros tiempos)!
Le lectura evangélica termina diciéndonos: “La medida que uséis, la usarán
con vosotros” (Cfr.
Mt 25-31-46). Estamos viviendo un tiempo de conversión y penitencia en
preparación para la celebración de la Pascua de Resurrección. La Palabra de hoy
nos enfrenta con nuestra realidad y nos invita al arrepentimiento y a tornarnos
hacia Dios. “Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados” (Antífona del
Salmo).
Todavía estamos a tiempo… Y tú, ¿qué vas a hacer?
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