"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA
DE CUARESMA
Un pobre mendigo que se acercaba a la puerta de
la casa del rico con la esperanza de comer algo “de lo que tiraban de la mesa
del rico”.
La primera lectura que nos propone la liturgia
para hoy (Jr 17,5-10) nos recuerda que solo obtendremos la bendición del Señor
si ponemos nuestra confianza en Él, y no en nuestras propias fuerzas o
habilidades (nuestra “carne”): “Maldito quien confía en el hombre, y en la
carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la
estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre
e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces;
cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no
se inquieta, no deja de dar fruto”.
Esta opción, esta decisión, ocurre en lo más
profundo de nuestro corazón, el que Jeremías tilda de “falso y enfermo”. Y el
resultado de nuestros actos dependerá de si optamos por uno u otro camino, si
confiamos en nuestras propias fuerzas, o en Dios.
En este tiempo de Cuaresma se nos llama a la
conversión y, del mismo modo, no podemos lograr esa conversión por nuestras
propias fuerzas; esa conversión solo es posible con la ayuda del Santo Espíritu
de Dios (Cfr. Lam 5,21).
El relato evangélico (Lc 16,19-31) nos presenta
la parábola del rico epulón y el mendigo Lázaro. Aunque el nombre del rico no
se menciona en el relato, se le llama el rico “epulón” y muchas personas creen
que ese es su nombre (y hasta lo escriben con mayúscula), lo cierto es que
epulón es un adjetivo que significa: “hombre que come y se regala mucho”.
La parábola, con cierto aire escatológico (del
final de los tiempos), nos muestra el contraste entre un hombre rico que gozaba
de banquetear y darse buena vida, y un pobre mendigo que se acercaba a la
puerta de la casa del rico con la esperanza de comer algo “de lo que tiraban de
la mesa del rico”. De la lectura no surge que el hombre rico fuera malo. Tan
solo que era rico y que disfrutaba de su riqueza (que de por sí no es malo), lo
que nos da a entender que ponía su confianza en esa riqueza y de nada le
sirvió, a juzgar por el final que tuvo. El pobre, por el contrario, dentro de
su pobreza, puso su confianza en el Señor y eso le llevó a la felicidad eterna,
al “seno de Abraham”, al sheol que iban las almas de los justos en espera de la llegada del
Redentor, pues las puertas del paraíso estaban cerradas. Esas son las almas que
Jesús fue a liberar cuando decimos en el Credo que “descendió a los infiernos”
(pero eso será objeto de otra enseñanza).
En esta parábola hallan eco las palabras de
Jeremías, que parecen tomadas del Salmo 1. La Cuaresma nos prepara para la
gloriosa Resurrección de Jesús, pero la Palabra, como el pasaje de hoy, nos
interpela, nos llama a hacer una opción, recordándonos que también habrá un
juicio. ¿En qué o en quién vamos a poner nuestra confianza? ¿En nuestra
fuerzas, nuestras capacidades, nuestras habilidades, nuestras posesiones
materiales? ¿O, por el contrario, vamos a poner nuestra confianza en nuestro
Señor y Salvador y seguir sus enseñanzas?
La opción es nuestra…
No hay comentarios:
Publicar un comentario