"Ventana abierta"
‘Acudamos a san José’
Carta
pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y
hermanas:
El pasado martes celebramos la
solemnidad de san José. Dedico esta carta semanal al santo patriarca por la
función decisiva que desempeñó en la infancia de Jesús y por el papel que debe
desempeñar en nuestra vida cristiana. San José es patrono de la Iglesia
universal, patrono de la vida interior y de la buena muerte y guía de la
pastoral vocacional y de los seminarios, pues no en balde fue el “rector” del
primer seminario, el hogar de Nazaret, en el que creció en edad, sabiduría y
gracia el Sumo y Eterno Sacerdote.
¿Qué lecciones encierra para
nosotros su figura, tan distante en el tiempo y al mismo tiempo tan cercana?
San Bernardo dice que la virtud más característica del santo patriarca es la
humildad. En el momento cumbre de la historia de nuestra salvación desempeña un
papel tan determinante como discreto, humilde y silencioso, haciendo de su vida
el canto más sublime de las excelencias de esta virtud tan necesaria para el
cristiano.
Efectivamente, la humildad es
el motor de la vida espiritual y el manantial de nuestra fidelidad. “Dios resiste a los soberbios y
da su gracia a los humildes” (Sant 4,6). La Virgen reconoce en
el Magnificat que Dios “derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc
1,52). Jesús por su parte da gracias al Padre porque ha escondido los misterios del Reino a los sabios y entendidos de
este mundo y los ha revelado a la gente sencilla (Mt
11,25). Y es que Dios teme dar su gracia a los soberbios, porque
encontrarían nuevos motivos para enorgullecerse y atribuirse en exclusiva el
mérito de sus obras. Por ello, los soberbios y orgullosos se estancan en la
vida espiritual. Por el contrario, Dios hace avanzar en el camino de la
fidelidad a los humildes y sencillos, que todo lo esperan de Él, conscientes de
que sin la ayuda de la gracia de Dios todo en nuestra vida será agitación
estéril (Jn 15,5).
El patriarca san José nos
enseña a amar y vivir la humildad de corazón, virtud clave, que nos permite
avanzar en la vida espiritual. Precisamente por ello, es modelo y patrono de la
vida interior. Fuera de María, nadie ha vivido con mayor hondura que él la
unión con el Señor y la contemplación larga y serena del rostro de Cristo.
Pocas cosas son tan urgentes en esta hora de nuestra Iglesia como la vuelta a
la oración y a la vida interior y la recuperación de la dimensión contemplativa
de nuestra vida, valores hoy olvidados por muchos. El papa Francisco nos ha
precavido a los sacerdotes de los peligros del activismo que seca el corazón.
En el corazón del siglo XII, san Bernardo advierte otro tanto al papa Lucio II: “Mira –le
dice- adónde te pueden arrastrar
estas malditas ocupaciones, si sigues perdiéndote en ellas… sin dejarte nada de
ti para ti mismo”. Glosando este texto, en los compases finales de
su ministerio petrino, el Papa Benedicto XVI nos dijo a los sacerdotes que “el frenesí de las ocupaciones
absorbentes y el activismo lleva a la dureza de corazón, es sufrimiento para el
espíritu, pérdida de la inteligencia y dispersión de la gracia”.
Así sucederá si no reconocemos explícitamente la primacía de la gracia, con la
certeza de que la contemplación y la comunión vital con el Señor es el secreto
manantial de nuestra vida fidelidad en medio del oleaje de la vida diaria.
¡Cuánta verdad encierran estas
palabras! ¡Cómo necesitamos todos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y
laicos crecer en interioridad! San José entró por las sendas de la
contemplación de la mano y en la escuela de la Virgen María. Con ella, modelo
precioso de contemplación y ejemplo admirable de interioridad aprendió a no
separar nunca la acción de la contemplación. En la escuela de María y de José
comprenderemos también nosotros que, sin oración, sin contemplación, sin vida
interior, el cristianismo se convierte en un mero hecho cultural o sociológico,
nuestros cultos y la piedad popular en meras tradiciones y nuestra cercanía a
los pobres en mero humanitarismo filantrópico. Eso ocurrirá si olvidamos que el
centro del cristianismo no es únicamente el recuerdo de una historia, sino un
acontecimiento actual, una persona viva, el Hijo de Dios, encarnado hace 2000
años, que se queda en la Eucaristía como fuente de vida divina.
Que san José bendiga a
nuestros Seminarios y nos ayude a todos a crecer en vida interior, a fortalecer
nuestra relación íntima, personal, cálida y amistosa con Jesucristo, auténtico
manantial de paz, de sentido, esperanza, dinamismo y alegría. Acudamos a san
José con esta intención y en todas nuestras necesidades. Santa Teresa de Jesús,
gran devota del santo patriarca, nos dice en el libro de su Vida no
recordar haberle suplicado cosa alguna que no le haya concedido.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición. Feliz fiesta de san José.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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