"Ventana abierta"
Rincón para orar
Sor Matilde
PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO
9 Dijo también a algunos que se tenían por
justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
10 « Dos hombres subieron
al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
11 El fariseo, de pie,
oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no
soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este
publicano.
12 Ayuno dos veces por
semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
13 En cambio el publicano,
manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que
se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!"
14 Os digo que éste bajó a
su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado;
y el que se humille, será ensalzado. » (Lc. 18, 9-14)
Jesús pone ante nuestra mirada y
contemplación a dos personajes de su tiempo, que van al templo a orar para
expresar ante Dios su corazón. Mas el Señor escruta las entrañas y sabe lo que
hay en cada hombre, en lo más profundo de su ser…
Así, llega a orar un publicano con la
aceptación de lo que todos piensan y juzgan de él: un pecador. Y después de
esta “presentación” ante Dios, que es la verdad en él, comienza a abajarse y
con esta verdad en mano, pide compasión y misericordia. No tiene obras buenas,
no tiene prestigio o fama porque en verdad se ha aprovechado de sus semejantes
con negocios sucios. Pero a pesar de todo esto o precisamente por ello, no
quiere seguir así y sabe que Dios ha prometido su perdón al pecador que se
arrepiente.
¿No pensaría Jesús en Zaqueo, a quien le
llegó un cambio drástico en su vida y devolvió parte de lo que había robado?.
Es el caso que este hombre, volvió a su casa justo a los ojos de Dios porque se
humilló ante Él pidiéndole perdón y acudiendo a su compasión.
Y también se presenta a orar ante Dios un
fariseo, orgulloso y preciado de sí mismo. No todos los fariseos eran así, pero
sí muchos de ellos, por su condición de clase escogida ante el pueblo. Eran los
celadores de la Ley y sus intérpretes. Eran los “perfectos” en el pueblo y el
“modelo acabado” de cómo quiere Dios ser honrado y servido. Pero se miraban
tanto a sí mismos y sus razones, que olvidaban lo que Dios está esperando de
todos los hombres: ponerle a Él en el centro de la vida y esperarlo todo de su
bondad…
Cuando el hombre se entretiene en mirarse y
remirarse y hacer introspección continua, girando en torno a sí, deja de alabar
y de dar gracias al que le hizo, a su Creador.
La oración del fariseo es “perfecta” a los
ojos humanos. Da gracias a Dios porque se siente bueno, “ayuna dos veces por
semana, paga el diezmo de todo lo que tiene” y un etcétera que Jesús no se
entretiene en enumerar. Pero hay algo que le hace indeseable a los ojos de
Dios: se equipara con los demás hombres y es mejor que todos ellos y se atreve
a comprarse “con ese publicano”…
Este hombre no amaba a nadie y se prefería a
todos, haciéndose justo ante los ojos de Dios. Pero su soberbia le cegaba y no
veía la realidad de sí mismo y de su prójimo.
Por esto hemos de pedir, como indigentes,
que el Señor “nos convenza de pecado”, pues si Él no nos lo hace ver, pasaremos
por la vida totalmente engañados, con lo que ello conlleva para nuestra
salvación eterna.
Nunca subirme, presumir de algo o preferirme
a los demás, sino bajar y pedir, aunque sea a gritos, que el Señor me haga
humilde y pobre… ¡Tú Señor lo puedes todo!, ¡por ello, hazlo!...
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