Chang, fiel consejero del rey Chu, se asustó mucho ante esta extravagancia. Chang temía que cuando el rey tuviera esos ricos palillos ya no se conformaría con la vida sobria y austera que había llevado hasta entonces. Chang pensaba que el rey, hombre justo y reflexivo, pasaría más tiempo pensando en colmar sus deseos que en gobernar y estudiar para convertirse en un hombre cada vez más sabio.
Tal y como temía Chang, el rey Chu empezó a pedir que cambiaran su vajilla de barro por platos y vasos de cuerno de rinoceronte y jade. En vez de dedicarse a cuidar de su pueblo, el rey Chu empezó a rodearse de personas que le adulaban y alababan su buen gusto y a apurar copas de vino en fiestas superficiales, dejando de lado a sus fieles consejeros, que velaban por el bien del rey y de su pueblo.
Durante años el rey Chu llenó su palacio y su jardín de caprichos caros, en su mayoría inútiles, que había conseguido exprimiendo a su pueblo con impuestos y castigando a quienes no le daban lo que pedía. Pero no duró mucho ya que, tras siete años de derroche, apariencia y ostentación, el rey Chu terminó perdiendo su reino.
Viendo ya el fin definitivo, Chang, amante de la sobriedad por encima de todo, le dijo al rey Chu:
-Os advertí, rey Chu, que recordárais lo que decían los antiguos sabios, que el adorno y la autocomplacencia adormecen el alma.
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