"Ventana abierta"
Quim Muñoz Traver
Es lunes, para muchos
un día realmente duro. Por eso he pensado en comenzar la semana con un
post que os arrancara una sonrisa. Pero no una sonrisa cualquiera, burda,
fácil o soez… No, quería inspiraros una sonrisa inteligente, profunda…
Divina.
Pocas cosas son tan humanas como el humor,
compendio de comprensión, inteligencia, crítica y desfachatez.
Irreverente lenguaje para -mediante una irracionalidad o incongruencia-
ponernos ante una gran verdad o ante la tremenda estupidez del ser humano…
También la nuestra, pues humanos somos y en la
estupidez nos encontraremos.
Parece que hay temas tabú para el humor -cada
uno tiene los suyos- y es justamente en éstos donde más fácil es sorprender y
enseñar, aunque no siempre arrancar esa sonrisa que puede quedar atrapada en
alguna de las prisiones interiores que nos creamos y que se cubren y protegen
ofendiéndose ante la irreverencia, la chanza, la falta de respeto o lo que consideran
una mofa herética.
Dos autores serios y profundos –Jordi Pigem y Francesc
Torradeflot– publicaron en octubre de 2009 un pequeño libro de
apariencia irreverente –La sonrisa divina–
en el que, a través de diversos chistes e historias breves, trataban de
ponernos en contacto con todo aquello que acerca y divide a los creyentes de
las distintas religiones que en el mundo son y han sido.
Tomo hoy uno de esos chistes de sus páginas para compartirlo
contigo. Confío en que disfrutes de él como yo, sonriendo y permitiéndote
que te inspire -al mismo tiempo- una profunda reflexión por la que ya hemos
transitado juntos en el pasado, a través de muy diversos posts.
Dice así:
"Tres
hombres de distintas religiones viajaban juntos. De repente el coche cayó
en un lago y, ante el peligro de ahogarse, cada uno de ellos rogó a Dios de
acuerdo con su tradición.
El
cristiano clamó: “Jesucristo, sálvame”.
Se hizo el milagro y… ¡pop!,
quedó en tierra firme.
El
musulmán rogó a Alá y ¡pop!…
Por un milagro quedó fuera de peligro.
El
hindú, muy nervioso, empezó a llamar a todos los dioses: “Rama, Rama”…
Ningún milagro.
“Krishna, Krishna”, tampoco.
“Shiva, Shiva” y,
completamente desesperado, “Devi, Devi… devfffglu, glú, glú”, y el pobre se
acabó ahogando.
Mientras
subía al Cielo, empezó a reclamar:
- A
ver, ¿por qué mis amigos, que rezan a un solo Dios, han sido salvados y a mí,
que tengo tantos, ninguno ha venido a ayudarme?
Entonces,
se escuchó, con un gran estruendo, la respuesta divina:
- Claro
que iba, hijo mío… No has perdido la vida porque yo te haya abandonado,
sino por tu impaciencia. A cada segundo me llamabas con un nombre
distinto: Rama, Krishna, Shiva… y, caramba, ¡no me dabas tiempo a cambiarme de
indumentaria!"
Llámale como quieras, dirígete al
Absoluto -si quieres- en silencio y sin nombrarle. Que
no te disguste una pluralidad de credos, que más tiene que ver con nuestras
limitaciones y necesidades que con la naturaleza del que toda ciencia
trasciende.
Ríete de tus propias seguridades, tómatelas
como el chiste que son. Porque, desde el momento en que
uno de los hombres más sabios de la antigua Grecia afirmó “sólo sé que no sé
nada”, cada vez que nos vanagloriamos de lo que
creemos conocer no hacemos más que mostrar nuestra propia estupidez…
Haciendo de nosotros mismos, el mejor de los chistes.
Que pases una buena y divertida semana.
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