Jueves Santo,
Corpus Christi
y el día de la Ascensión".
Ya solo la fiesta de hoy se celebra en jueves. Por cuestiones laborales, las otras se han trasladado al domingo en casi todo el mundo.
Ya he explicado la historia y las celebraciones del Jueves santo, y he reflexionado sobre la oración sacerdotal de Jesús, que tuvo lugar después de la Última Cena.
También he dedicado varias entradas a hablar de la institución de la Eucaristía.
Hoy voy a hablar del lavatorio de los pies.
El evangelista San Juan introduce la narración del lavatorio de los pies, con un lenguaje especialmente solemne: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». (Jn 13, 1).
La palabra usada para hablar del extremo es tèlos (que significa la totalidad, la plenitud). Esta palabra la volvemos a encontrar en el momento de su muerte, cuando Jesús exclama: «Todo está cumplido» (Jn 19,30. Aquí se usa el término tetèlestai). Pues bien, el cumplimiento de la vida de Jesús, su «hora», a la que se encamina todo el evangelio, coincide con su Pascua, de la que el lavatorio de los pies es, al mismo tiempo, anticipo y clave de comprensión.
Para entender el gesto no hemos de pensar en nuestras calles asfaltadas y con alcantarillado. En la época de Jesús, en las calles de tierra se tiraban los restos orgánicos y las comidas de los animales. Además, pocas personas usaban calzado, y las que lo llevaban se limitaban a unas simples sandalias. Lavarse los pies al entrar en casa era un ritual obligado y necesario.
En otra ocasión, el Señor había dicho: «Cuando el siervo llega a casa después de haber trabajado todo el día en el campo, sirve primero a su amo y después se sienta él a la mesa» (cf. Lc 17,7-8). Sin embargo, Jesús es el Señor que atiende a los criados y les lava los pies; que no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos (Mt 20,28; Mc 10,45).
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