"Ventana abierta"
Homilía del Papa Francisco
"San
Juan XXIII y San Juan Pablo II dieron testimonio de la bondad de Dios"
El Papa Francisco destacó que ambos fueron
sacerdotes, obispos y Papas del Siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se
abrumaron
En su homilía de la solemne Misa de canonización
de los Papas San Juan XXII y San Juan Pablo II el Papa Francisco ha recordado
que en el centro de este domingo, que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina
Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
También ha afirmado que estos nuevos Santos no
se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz;
no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría
veían a Jesús.
El papa Francisco proclamó hoy la santidad de los papas Juan XXIII y Juan
Pablo II
"En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y
que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas
gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció
a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la
resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y,
cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras
no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se
apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también
estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel
hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas,
se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).
Las llagas de Jesús son un escándalo para la
fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo
resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el
signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer
en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor,
misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos:
«Sus heridas nos han curado» (1 P 2, 24; Cf. Is 53, 5).
San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el
valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado
traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de
él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (Cf. Is 58,7),
porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos,
llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y
el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, y obispos y Papas del Siglo
XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más
fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la
historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en
estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las
llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva»,
junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que
Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá
privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la
humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta
la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo
que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a
su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un
reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en
la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los
Hechos de los Apóstoles (Cf. 2, 42-47) que hemos escuchado en la segunda
Lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es,
el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el
Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con
el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía
originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No
olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen
crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una
delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un
pastor, un guía-guiado, guiado del Espíritu. Éste fue su gran servicio a la
Iglesia; por eso a mí me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al
Espíritu Santo.
En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan
Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría
gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora
que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un
camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo
de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino
sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia.
Que
ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos
en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona,
porque siempre ama".
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