JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
Arzobispo Metropolitano de Panamá
Día de los abuelos
Fiesta de los Abuelos de Jesús, San Joaquin y Santa Ana.
26 de Julio.
Con esta bella metáfora expresaba el célebre escritor latino la situación de las personas mayores, que en muchos casos viven en situación de dependencia absoluta y se sienten particularmente vulnerables por el deterioro físico y las enfermedades. El paso de los años no merma sin embargo, su dignidad, pues, como dice la Escritura, nuestros mayores “todavía en la vejez producen fruto” (Sal 92, 15).
Por ello, en nuestros días es necesario superar la mentalidad tan difundida que hace radicar el valor de la persona en la juventud, la vitalidad, la salud, la eficacia y la utilidad, desoyendo la sabia advertencia del autor sagrado ante la caducidad de la vida: “Juventud y pelo negro, todo es vanidad” (Ecle 11, 10). A juicio de los sociólogos, el envejecimiento de la población mundial será uno de los fenómenos más relevantes del siglo XXL. Esta previsión realista constituye un reto para nuestra época: afirmar sin excepciones la dignidad de la persona anciana y construir, como escribiera Juan Pablo II, “una sociedad para todas las edades”.
Una sociedad es justa en la medida en que da respuesta a las necesidades básicas de todos sus miembros, especialmente los más débiles, guiándose no por criterios económicos o de utilidad, sino por sólidos principios morales, en primer lugar por el principio de solidaridad y ayuda recíproca entre las generaciones. Los mayores no han de ser considerados como una (carga), sino como un verdadero “recurso”, que enriquece la vida familiar y social. En consecuencia, no deben ser relegados a una situación de marginación y soledad.
Hago estas consideraciones en vísperas de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana donde se va haciendo ya familiar la celebración del DÍA DE LOS ABUELOS. Fue El Padre Ángel de "Mensajeros de la Paz" y el Santo Juan Pablo II quienes nos recomendaron dedicar esta fecha para honrar a estas personas tan importantes y queridas en el seno familiar. Ellos se merecen todo y qué menos que proporcionarles un día de especial cercanía al año, contemplar de cerca la viveza de sus ojos cansados por los años y agradecerles tantos esfuerzos e ilusiones puestos en sus hijos, nietos y bisnietos.
La entrañable figura de los abuelos forma parte de nuestros primeros recuerdos en la vida.
La imagen del abuelo y en el abuelo, la de sus nietos es una estampa imborrable de nuestra historia personal. Actualmente son cada vez más abuelos y abuelas que colaboran con el cuidado de sus nietos y, hasta en ocasiones, hacen las veces de padres. Les cuidan con el amor que se merecen, les ayudan a descubrir la vida durante el crecimiento de los primeros años y, con frecuencia, son sus primeros y mejores catequistas.
Los abuelos con las limitaciones y los achaques propios del debilitamiento de sus fuerzas físicas, son el gran crisol del amor de la familia. En este escenario desempeñan un papel importante, y no deben ser considerados como un peso inútil, ni tampoco deben ser contemplados sólo como "objeto de atención, cercanía y servicio". Es preciso valorar su presencia como "transmisores de sabiduría, testigos de la tradición de la fe, de la esperanza y de la caridad" - En el seno de toda la vida humana tienen un valor particular. En la historia de todos los pueblos y en el sentir de todas las generaciones, están aureolados por el prestigio y rodeados de veneración.
Acogerles y mostrarles nuestra solidaridad más allá de todo deber, lo hemos de sentir como una necesidad. Es preciso ofrecerles todo nuestro apoyo, colaborando a su calidad de vida.
En sus ojos cansados pero oteando siempre nuevos horizontes, encontramos esa chispa de viveza que nos descubre una existencia profunda y serena. En su rostro surcado por las arrugas, fruto de un largo bregar, descubrimos tristezas y esfuerzos que van a dar a la mar de un alma tranquila y confiada. En sus palabras tejidas con la mente y el corazón se nos ofrece el consejo tantas veces pensado en el ámbito misterioso de sus soledades.
No busquemos en ellos las flores de la primavera, exuberantes y vistosas, sino los frutos sazonados del otoño, que se manifiestan con lucidez.
En la vida de la lglesia, la aportación de los abuelos es decisiva, como apóstoles de sus coetáneos, portadores de humanidad, testigos en el sufrimiento y colaboradores con sus hijos en la transmisión de la fe a los nietos.
El Papa Benedicto XVI nos dice: los abuelos son los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que bajo ningún concepto sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatar a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte”.
Como nos sugiere el Papa, el primer ámbito de acogida y atención de los ancianos es la familia, su lugar natural. Las residencias, hoy tan en boga, públicas o privadas, por muy
confortables y bien equipadas que estén, no dejan de ser un mal menor o un mal necesario, pues, como dice una célebre canción mejicana, (aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión. De cualquier forma, cuando por razones de fuerza mayor la familia tiene que delegar el cuidado del anciano a una institución, debe tratar en lo posible de recrear la vida familiar en la nueva situación con visitas frecuentes, procurando que la asistencia que recibe sea rica en humanidad y valores auténticos. En este sentido, es necesario destacar el servicio impagable que han prestado y siguen prestando a los ancianos tantas Congregaciones religiosas femeninas, creando en sus residencias un clima verdaderamente familiar y hogareño, impregnado de afecto y cariño.
En una carta dirigida a los ancianos en 1999, Juan Pablo II, anciano y enfermo, nos hacía esta confidencia: “Sigue siendo verdad que los años pasan aprisa; el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”.
Los últimos años de su vida corroboraron la profunda verdad que esconden estas palabras, que hago mías.
A pesar de los años y los achaques, queridos abuelos, no se cansen del don de la vida, que sigue siendo un regalo precioso para vuestras familias, para la Iglesia y la sociedad.
Vuestros sufrimientos ofrecidos a Dios con amor son también un tesoro para nuestra Iglesia diocesana.
Para todos, y muy especialmente para los abuelos, mi saludo fraterno y mi bendición.
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