Ruth, la mujer protagonista de los hechos, pertenecía al pueblo de Moab, viuda de un hombre judío, por seguir incondicionalmente a su suegra (Rt.1,6) se trasladó a Israel y abrazó la fe de su esposo difunto.
"Mientras regresaban al país de Judá, Noemí, dijo a sus nueras:
Que el Señor me castigue más de lo debido si logra algo separarme de ti que no sea la muerte" (Rt.1,16s).
De la abundancia de sus corazones salen estas palabras de generosa entrega.
La historia de estas dos mujeres, lejana en el tiempo y la cultura, pero cercanas en la fe y el amor, pueden iluminar cientos de situaciones similares, protagonizada por mujeres, que ante la disyuntiva, optan por el servicio en el amor...
No es difícil encontrar jóvenes que se encuentran en la encrucijada de elegir entre quedarse en casa, cuidando a los padres ancianos y enfermos o desentenderse de la situación, para buscar nuevos horizontes, más prometedores para la realización personal.
Mujeres a quienes se les escurren los mejores años de sus vidas, junto al lecho de dolor, asumiendo la carga, que otros desprecian.
Testigos de la prosperidad de familiares y amigas, eligen entregar su vida en el servicio a sus padres, que las necesitan.
En este sentido, se pueden comprobar verdaderos ejemplos heroicos, vidas cuya trama se va entretejiendo con los hilos dorados del amor y la paciencia. Muchas veces, sin mayor reconocimiento ni valoración para su misión, convierten la existencia, en una anónima oblación de amor.
Aguantando los reproches, los caprichos y las quejas sistemáticas, atendiendo en las enfermedades, tropiezos y desgastes, pasan sus vidas buscando nuevas motivaciones para mejor servir.
Por los achaques y las dolencias, muchos ancianos siente la impresión de arrastrar a la deriva, un cuerpo sin valor, exigiendo a quienes los cuidan, buscar permanentemente nuevas motivaciones para incentivarlos, alegrarlos, e infundirles esperanzas, para mantener la calidad de vida hasta el final de sus días.
También son dignas de destacar aquellas mujeres, esposas y madres, que asumen con valentía la tarea de cuidar a los padres o suegros ancianos e incapacitados.
Aquí también, gracias a Dios, no faltan testimonios de fortaleza y magnanimidad.
Situaciones harto complejas para la mujer que debe ocuparse de la educación de hijos jóvenes y adolescentes y a su vez cuidar de ancianos enfermos.
Los ancianos impedidos, son confiados al cuidado de toda la familia, pero es una realidad que es la mujer quien termina asumiendo lo más pesado del compromiso.
No es fácil, devolver a los padres en la vejez lo que se ha recibido en la niñez.
Pero parece que Dios, en su infinita justicia, desea que nadie se marche de este mundo sin saldar sus deudas de amor, por eso da la oportunidad a los hijos de pagar a los padres todo lo que recibieron de cuidados y amor cuando lo necesitaron.
El cuidado y atención de los ancianos por parte de la familia es un deber ineludible, lo contrario, sería una gran injusticia.
La atención de los ancianos debe ser un valor vivido y enseñado en el seno de cada hogar. La familia que no cuida a los ancianos, desprecia su pasado.
Quien sienta la tentación de abandonar a sus padres ancianos, por sus exigencias y caprichos, recuerde que la vejez, es el destino de todos. Medite en su corazón los consejos del viejo Tobit a su hijo Tobías:
La familia tendrá en los ancianos, a pesar de las dificultades, motivos de alegría y consuelo.
Es signo de humanidad honrar la vida, en todas sus etapas, pero muy especialmente en las más débiles-niños y ancianos- donde la solidaridad y el amor se hacen imprescindibles para vivir.
Extraído del libro: "Tu fe, te ha salvado" de Rubén Roque Strina
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