BIOGRAFÍA DE SAN JUAN DE ÁVILA
San Juan de Ávila Viajes y
ministerio desde 1535 a 1554. En 1535 marcha Juan de Ávila a Córdoba, llamado
por el obispo Fr. Álvarez de Toledo.
Infancia y formación sacerdotal
San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 en
Almodóvar del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana.
En 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de
donde volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en
Almodóvar. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una
vida de oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un
religioso franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares
(1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía
intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en
contacto con las grandes corrientes de reforma del momento.
Primeros años de sacerdocio
Durante sus estudios en Alcalá,
murieron sus padres. Juan fue ordenado sacerdote en 1526, y quiso venerar la
memoria de sus padres celebrando su Primera Misa en Almodóvar del Campo. La
ceremonia estuvo adornada por la presencia de doce pobres que comieron luego en
su mesa. Después vendió todos los bienes que le habían dejado sus padres, los
repartió a los pobres, y se dedicó enteramente a la evangelización, empezando
por su mismo pueblo.
Un año después, se ofreció como
misionero al nuevo obispo de Tlascala (Nueva España), Fr. Julián Garcés, que
habría de marchar para América en 1527 desde el puerto de Sevilla. Con este
firme propósito de ser evangelizador del Nuevo Mundo, se trasladó san Juan de
Ávila a Sevilla, donde mientras tanto se entregó de lleno al ministerio, en
compañía de su compañero de estudios en Alcalá el venerable Fernando de
Contreras. Ambos vivían pobremente, entregados a una vida de oración y
sacrificio, de asistencia a los pobres, de enseñanza del catecismo.
El arzobispo de Sevilla, D. Alonso
Manrique le ordenó a Juan que se quedara en las ‘Indias’ del mediodía
español. El mismo arzobispo quiso conocer personalmente la valía del nuevo
sacerdote y le mandó predicar en su presencia.
Durante algún tiempo continuó en
Écija (Sevilla). Uno de sus primeros discípulos y compañero fue Pedro Fernández
de Córdoba, cuya hermana de catorce años, D.ª Sancha Carrillo (ambos hijos de
los señores de Guadalcázar, Córdoba), comenzó una vida de perfección bajo la
guía del Maestro Ávila. La que habría sido dama de la emperatriz Isabel, pasó a
ser (después de confesarse con san Juan de Ávila) una de las almas más
delicadas de la época y destinataria de las enseñanzas del Maestro en el Audi,
Filia, preciosa pieza espiritual del siglo XVI y único libro escrito por Juan
de Ávila. Su predicación se extendía también a Jerez de la Frontera, Palma del
Río, Alcalá de Guadaira, Utrera…, juntamente con la labor de confesionario,
dirección de almas.
Procesado por la Inquisición
Desde 1531 hasta 1533 Juan de Ávila
estuvo procesado por la Inquisición. Y Juan fue a la cárcel donde pasó un año
entero. Juan de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le
advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la imposibilidad
de salvación; a lo que respondió: “No puedo estar en mejores manos”.
San Juan fue respondiendo uno a uno todos los cargos, con la mayor sinceridad,
claridad y humildad, y un profundo amor a la Iglesia y a su verdad.
Viajes y ministerio desde 1535 a
1554
En 1535 marcha Juan de Ávila a
Córdoba, llamado por el obispo Fr. Álvarez de Toledo. Allí conoce a Fr. Luis de
Granada, con quien entabla relaciones espirituales profundas. Organiza
predicaciones por los pueblos (sobre todo por la Sierra de Córdoba), consigue
grandes conversiones de personas muy elevadas, entabla buenas relaciones con el
nuevo obispo de Córdoba, D. Cristobal de Rojas, quien dirigirá las
Advertencias al Concilio de Toledo.
La labor realizada en Córdoba fue muy
intensa. Prestó mucha atención al clero, creando centros de estudios, como el
Colegio de San Pelagio (en la actualidad el Seminario Diocesano), el Colegio de
la Asunción (donde no se podía dar título de maestro sin haberse ejercitado
antes en la predicación y el catecismo por los pueblos).
Córdoba es la diócesis de san Juan de
Ávila. Predica frecuentemente en Montilla, por ejemplo la cuaresma de 1541. Y
las célebres misiones de Andalucía (y parte de Extremadura y Castilla la
Mancha) las organiza desde Córdoba (hacia 1550-1554). Juan recibiría en Córdoba
el modesto beneficio de Santaella, que le vinculó a la diócesis cordobesa para
lo restante de su vida. En el Alcázar Viejo de Córdoba reuniría a veinticinco
compañeros y discípulos con los que trabajaba en la evangelización de las
comarcas vecinas.
A Granada acudió san Juan de Ávila,
llamado por el arzobispo D. Gaspar de Avalos, el año 1536. Es en Granada donde
tiene lugar el cambio de vida y conversión de san Juan de Dios; oyendo a san
Juan de Ávila, Juan Ciudad, antiguo soldado y ahora librero ambulante, se
convirtió en san Juan de Dios.
El duque de Gandía, Francisco de
Borja, fue otra alma predilecta influida por la predicación de san Juan de
Ávila; las honras fúnebres predicadas por éste en las exequias de la emperatriz
Isabel (1539) fueron la ocasión providencial que hicieron cambiar de rumbo la
vida del futuro general de la Compañía.
En Granada lo vemos formando el
primer grupo de sus discípulos más distinguidos. En Granada también, en 1538
están fechadas las primeras cartas de san Juan de Ávila que conocemos. En los
años sucesivos vemos a san Juan de Ávila en Córdoba, Baeza, Sevilla, Montilla,
Zafra, Fregenal de la Sierra, Priego de Córdoba. La predicación, el consejo, la
fundación de colegios, le llevan a todas partes.
La cuaresma de 1545 la predicó en
Montilla. Su predicación iba siempre seguida de largas horas de confesionario y
de largas explicaciones del catecismo a los niños; éste era un punto
fundamental de su programa de predicación.
Los colegios de san Juan de Ávila
En todas las ciudades por donde
pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la fundación de algún colegio o centro de
formación y estudio. Sin duda, la fundación más célebre fue la Universidad de
Baeza (Jaén). La línea de actuación que allí impuso era común a todos sus
colegios, como puede verse plasmada en los Memoriales al Concilio de Trento,
donde pide la creación de seminarios, para una verdadera reforma de la Iglesia
y del clero.
Predicando el Evangelio
Es la definición que mejor cuadra a
Juan de Ávila: predicador. Éste es precisamente el epitafio que aparece en su
sepulcro: “mesor eram”. El centro de su mensaje era Cristo
crucificado, siendo fiel discípulo de san Pablo. Predicaba tanto en las
iglesias como incluso en las calles. Sus palabras iban directamente a provocar
la conversión, la limpieza de corazón. El contenido de su predicación era
siempre profundo, con una teología muy escriturística. Pero ésta estaba sobre
todo precedida de una intensa oración. Cuando le preguntaban qué había que
hacer para predicar bien, respondía: ‘amar mucho a Dios’.
La fuerza de su predicación se basaba
en la oración, sacrificio, estudio y ejemplo. Podía hablar claro quien había
renunciado a varios obispados y al cardenalato, y quien no aceptaba limosnas ni
estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los
palacios episcopales.
Su modelo de predicador era san
Pablo, al que procuraba imitar sobre todo en el conocimiento del misterio de
Cristo. Afirma su biógrafo el Lic. Muñoz que “no predicaba sermón sin que
por muchas horas la oración le precediese”, ya que “su principal
librería” era el crucifijo y el Santísimo Sacramento.
La misión apostólica de la
predicación era precisamente uno de los objetivos de la fundación de sus
colegios de clérigos. Ésta era también una de las finalidades de los Memoriales
dirigidos al Concilio de Trento.
Retiro en Montilla
Gastado en un ministerio duro, sintió
fuertes molestias que le obligaron a residir definitivamente en Montilla desde
1554 hasta su muerte. Rehusó la habitación ofrecida en el palacio de la
marquesa de Priego, y se retiró en una modesta casa propiedad de la marquesa.
Su vida iba transcurriendo en la oración, la penitencia, la predicación (aunque
no tan frecuente), las pláticas a los sacerdotes o novicios jesuitas, la
confesión y dirección espiritual, el apostolado de la pluma.
La doctrina de san Juan de Ávila
sobre el sacerdocio quedó esquematizada en un Tratado sobre el sacerdocio, del
que conocemos sólo una parte, pero una belleza y contenido extraordinarios, y
que sirvió de pauta para sus pláticas y retiros a clérigos, y para que sus
discípulos hicieran otro tanto donde no podía llegar ya el Maestro.
Escuela Sacerdotal
Este término aparece con frecuencia
en las primeras biografías de nuestro santo: predicar el misterio de Cristo,
enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos
conciliares, no buscar dignidades ni puestos elevados, vida intensa de oración
y penitencia, paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de
Iglesia, enseñar la doctrina cristiana, dirección espiritual, etc. Los
encontramos en los pueblecitos más alejados de pastores y agricultores como en
las aldeas de Fuenteovejuna, como entre los consejeros de los grandes; en los
colegios y universidades o en las costas de Andalucía; en las prelaturas o en
las minas de Almadén.
En sus discípulos dejó impresa la
ilusión por la vocación sacerdotal, el amor al sacerdocio, con los matices de
la vida eucarística, vida litúrgica y de oración personal profunda, devoción al
Espíritu Santo, a la Pasión del Señor, a la Virgen María, entrega total al
servicio desinteresado de la Iglesia en la expansión del Reino y la predicación
de la Palabra de Dios. Pero lo que consideraba esencial en todo aquel que
quería ser buen sacerdote era la vida de oración, ya que en la caridad y en la
oración era en los que según él habrían de consistir los exámenes de Órdenes.
En la Santa Misa centraba toda la
evangelización y vida sacerdotal. “Trátalo bien, que es hijo de buen Padre”,
dijo a un sacerdote de Montilla que celebraba con poca reverencia; la
corrección tuvo como efecto conquistar un nuevo discípulo. Su virtud principal
fue la caridad. Tenía un amor entrañable a la humanidad de Cristo: “el
Verbo encarnado fue el libro y juntamente maestro”.
Una cruz grande de palo en su habitación
de Montilla, la renuncia a las prebendas y obispados (el de Segovia y Granada),
así como el capelo cardenalicio (ofrecido por Paulo III), son índice de la
pobreza y humildad de quien “fue obrero sin estipendio…, y habiendo servido
tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real” (Lic. Muñoz). No renunció
al episcopado por desprecio, sino por imitar al Señor y por sentirse indigno.
Su amor a la pobreza no tiene otra motivación sino un amor profundo a
Jesucristo. Asistía a los pobres. Vivía limpia y pobremente y no consiguieron
cambiarle el manteo o la sotana ni aun con engaño.
Su humildad le llevó a ser un
verdadero reformador. No pudieron sacarle ningún retrato. Su predicación iba
siempre acompañada del catecismo a los niños; su método catequético tiene sumo
valor en la historia de la pedagogía.
El celo por la extensión del Reino
aparece en sus obras y palabras. Las cartas a los predicadores son pura llama
de apóstol. No admitía que murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación
al sacerdocio, principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a
María la expresa continuamente y la aconseja a todo el mundo.
De todas sus virtudes, de su
prudencia, consejo, discreción, etc., hablan sus biógrafos. Entregado al
estudio continuo de las Escrituras y de otras materias eclesiásticas, gastando
su vida en la oración, predicación y fundación de obras apostólicas y sociales,
en la dirección de las almas y en la enseñanza del catecismo, en la formación
de sacerdotes y futuros sacerdotes, Juan de Ávila es un maestro de apóstoles.
Doctorado
Fue amigo de todos y padre en Cristo
de muchos hombres de toda condición, nobles y humildes, sacerdotes y seglares;
y maestro, a la vez, de santos, tales como san Juan de Dios, san Francisco de
Borja, san Pedro de Alcántara, san Ignacio de Loyola, san Juan de Ribera, santo
Tomás de Villanueva, santa Teresa de Jesús.
El Audi, Filia fue publicado después
de su muerte. El rey Felipe II lo apreció tanto que pidió no faltara nunca en
El Escorial. Prácticamente es el primer libro en lengua vulgar que expone el
camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde. El sentido de
perfección cristiana es el sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con
Cristo. Éste y otros libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.
Las cartas de Juan de Ávila llegaban
a todos los rincones de España e incluso a Roma. De todas partes se le pedía
consejo. Obispos, santos, personas de gobierno, sacerdotes, personas humildes,
enfermos, religiosos y religiosas, eran los destinatarios más frecuentes. Las
escribía de un tirón, sin tener tiempo para corregirlas. Llenas de doctrina
sólida, pensadas intensamente, con un estilo vibrante.
A Juan de Ávila se le llama “reformador”,
si bien sus escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de
Trento, escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan
de Ávila no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las
Advertencias al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D.
Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para
aplicar los decretos tridentinos.
El reconocimiento de su doctrina
espiritual y, sobre todo, sacerdotal ha sido unánime a través de los tiempos.
Sus contemporáneos le llamaban “maestro”. En 1946 el Papa Pío XII lo
declaró patrono del clero secular español y lo propuso como modelo de
perfección sacerdotal.
Juan de Ávila, siguiendo el ejemplo
de Pablo de Tarso, al que tuvo siempre como modelo, fue un verdadero apóstol.
En el Concilio de Trento, al que mandó sus Tratados de Reforma, puso todo su
empeño en la renovación de las costumbres clericales, estableciendo colegios,
parecidos en alguna manera a los Seminarios, y haciendo que los sacerdotes,
como soldados formados para todo, saliesen bien preparados en toda ciencia y
virtud.
Además de un sabio maestro, fue un consejero experimentado. Sin duda alguna,
toda su vida de sacerdote y apóstol la dedicó a conseguir la reforma que la
Iglesia necesitaba en momentos de profunda crisis. Es una de las figuras más
centrales y representativas del siglo XVI. Destacó por la calidad de su
doctrina teológica y la sabiduría de sus consejos como guía espiritual en una
época de grandes confusiones. Lo mismo exponía desde el púlpito las Sagradas
Escrituras, que enseñaba los rudimentos de la doctrina cristiana en lenguaje
sencillo a los niños y aldeanos. Las innumerables cartas que escribió nos han
dejado un elocuente testimonio de su santidad y de su sabiduría. A pedir
consejo acudían a él en su retiro de Montilla o le escribían jóvenes buscando
orientación y discernimiento vocacio nal, casados que pedían consejo, políticos
y hombres de gobierno, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que
buscaban una palabra de aliento o de luz. Santa Teresa de Jesús, “Doctora
de la Iglesia”, le hace llegar su Libro de la Vida, explicando: “yo
deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a
escribir; porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy
consolada, ya que no me queda más para hacer lo que es en mí”. Y con el
consejo recibido quedó plenamente satisfecha.
En Juan de Ávila se nota una cuidada
formación tanto en los aspectos humanos e intelectuales como en los
espirituales y pastorales. Era gran conocedor de la Sagrada Escritura, que
continuamente citaba de memoria, de los Padres de la Iglesia, de los teólogos y
de los autores de su tiempo. Estudia y difunde la doctrina de Trento para salir
al paso de las opiniones de los reformadores, de las que estaba al tanto. Pero
la fuente principal de su ciencia era la oración y la contemplación del
misterio de Cristo. Su libro más leído y mejor asimilado era la cruz del Señor,
vivida como la gran señal de amor de Dios al hombre. Y la Eucaristía era el
horno donde encendía su ardiente corazón de apóstol.
El magisterio de Juan de Ávila no
terminó con su vida. Sus abundantes escritos han influido notablemente en la
historia de la espiritualidad y de la renovación eclesial. En la Biblioteca de
Autores Cristianos (BAC) sus obras conocidas ocupan varios volúmenes. Se
enumeran no menos de catorce ediciones y tres en otras lenguas en distintas
épocas. Tuvo gran influencia en el Concilio de Trento. El Maestro Ávila
pertenece a ese grupo de verdaderos re formadores que alentaron e iluminaron la
renovación de la Iglesia en aquellos tiempos recios del siglo XVI.
Sus escritos fueron fuente de
inspiración para la espiritualidad sacerdotal. Ya en nuestro tiempo, Juan de
Ávila ha sido una referencia para el clero diocesano, no sólo en España, sino
también en otros países, particularmente en América. ”Maestro de
evangelizadores” —apóstol de Andalucía le llamaban, por la evangelización
que en ella realizara—, Juan de Ávila puede servir de modelo para llevar a cabo
la nueva evangelización que hoy necesita el mundo. Es también modelo de
catequista. Sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y
formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida
cristiana, provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. Y pionero
en el ámbito de la educación y de la cultura. Fundó una universidad, dos
colegios mayores, once escuelas y tres convictorios para formación permanente e
integral de los sacerdotes. Sacerdotes, a los que había que formar desde la
niñez.
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