Me había ganado a pulso el reconocimiento en el mundo de las letras hasta convertirme en un prócer, que en el escalafón cultural es el grado más alto. Era una especie de general de la cultura.
Ahora ya cumplidos los ochenta sentí llegada la hora de ponerme a ello, pues aunque pensaba vivir muchos años más, nunca se sabe que nos depara el destino.
Pensaba escribir con absoluta sinceridad, sin omitir ningún detalle. No suavizaré los pasajes más crudos ni omitiré los más escabrosos. Porque si las memorias no son completas y absolutamente sinceras, no vale la pena escribirlas.
Mi avanzada edad me sitúa a mucha distancia de todos los hechos que viví, lo cual me permite tener de ellos una amplia y sosegada perspectiva.
Los recuerdos, lo mismo que los cuadros, se ven mejor cuando se miran desde lejos. Y desde muy lejos iba a mirarlos yo.
Yo nací en la bella ciudad de... de... ¡Caramba! ¿Cómo se llamaba la bella ciudad donde nací? Recuerdo que su nombre empezaba con "s". Pero no era Segovia, ni tampoco Santander. Quizá fuera Soria, aunque me parece que tenía más sílabas...
¡Ya está!: ¡Sotillo! Allí nací; aunque, pensándolo bien, ese nombre no me suena demasiado. Por otra parte Sotillo no es una ciudad, sino un pueblo. Y yo estoy casi seguro de que mi nacimiento tuvo lugar en una ciudad. Claro que también es posible que fuera un pueblo y que a mí, por ser un niño pequeño, me pareciese grande como una ciudad. Pero es igual: en la duda, dejaré en blanco este dato y ya lo rellenaré cuando me acuerde.
En la ciudad donde nací vivió siempre mi padre, que se llamaba Joaquín. No, no: Joaquín era un hermano de mi madre, y por lo tanto mi tío. Mi padre se llamaba José María... ¿O era mi madre la que se llamaba María José? Me consta que uno de los dos tenía un nombre compuesto, pero no puedo precisar si era él o ella. Por más que hago memoria, no logro recordarlo.
Lo que si recuerdo es mi querido perro... ¿O era un gato?...
Y llego bruscamente a una conclusión espantosa: ¡por esperar hasta una edad tan avanzada para escribir mis recuerdos, ahora resulta que ya no recuerdo nada!
¡Estúpido de mí! ¿Cómo no tuve en cuenta que la memoria es lo primero que se pierde al envejecer, y que habiéndola perdido por completo es imposible que escriba mis memorias? Maldita memoria la mía que me abandona dejando en blanco los recuerdos de tan insigne prócer.
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