"Ventana abierta"
HOMILÍA DOMINICAL -
CICLO A
Fiesta de la
Sagrada Familia
P. Félix
Jiménez Tutor, escolapio
HOMILÍA 1
Cuenta la leyenda que una mujer pobre pasaba
con un niño en brazos delante de una caverna y escuchó una voz misteriosa que
le decía: "Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo
principal. Y recuerda que después que salgas, la puerta se cerrará para
siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo
principal.
La mujer entró en la caverna y encontró muchas
riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y
empezó a juntar todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló
nuevamente: "Te quedan sólo cinco minutos".
Agotados los cinco minutos, la mujer cargada
de oro y piedras preciosas, salió de la caverna y la puerta se cerró.
Recordó que el niño había quedado dentro y la
puerta se había cerrado para siempre.
La riqueza duró poco y la desesperación
siempre.
Terminamos el año con la fiesta de la Sagrada
Familia: María, José y Jesús.
El día 25, día de Navidad, hacíamos memoria
del nacimiento de un niño en circunstancias raras y hoy el evangelio nos narra
más circunstancias raras en la vida de esta familia: huir apresurado, huir a lo
desconocido, huir de la tiranía, huir como el nuevo Moisés al desierto para
después de este éxodo comenzar la nueva creación e inaugurar la nueva Alianza.
En este evangelio de Mateo todo parece mágico
y maravilloso. El ángel, los sueños, las indicaciones del camino…
Mateo quiere expresar que "lo
principal" era Jesús. Y aquella comunidad cristiana veía a Jesús como el
nuevo Moisés y a la iglesia como el nuevo Israel.
Poco o nada sabemos de la vida de esta
insignificante pero santa familia. Sí sabemos que Jesús llegó a ser el que es,
esperanza para gran parte de la humanidad durante 2000 años, gracias a la
enseñanza, disciplina y amor de María y de José.
María y José no olvidaron "lo
principal", su hijo, Jesús. Y durante casi 30 años trabajaron sin perder
nunca de vista agradar a Dios, guía de sus vidas.
Dirijamos ahora nuestra mirada a esta familia
parroquial. Somos una familia de familias. Todos buscamos a Dios en los sitios
más inverosímiles y raros. Y, a veces, no somos capaces de encontrar a Dios en
las cosas y personas sencillas de cada día, y mucho menos encontrar a Dios en
nuestra familia.
Yo me imagino que María, José y Jesús tenían
bastante con la sinagoga y la gente de Nazaret para encontrar a Dios y su viaje
ocasional a Jerusalén.
Esta fiesta de la Sagrada Familia nos recuerda
a todos que la familia cristiana es también un lugar donde Dios se
hace presente y real. Y ahí, en familia, tenemos que encontrar, servir y vivir
la presencia de Dios.
La Iglesia llama a la familia "la iglesia
doméstica". Y nos dice que es más importante lo que hacemos en familia que
lo que hacemos en la iglesia.
Esto, nuestra eucaristía, nuestra parroquia,
es sólo el reflejo de lo que sucede en nuestras casas.
En muchas familias pasa como en el cuento:
"Entra y toma todo lo que desees pero no olvides de lo principal": tu
hijo, tu Dios.
Nos dejamos cegar por lo material. Nos dejamos
deslumbrar por el brillo de lo pasajero y los valores cristianos y Dios nuestro
Padre quedan en el último lugar.
Los niños ya no asisten a las clases de
religión, ya no se bautizan, ya no acuden a la catequesis… Muchas veces los
padres los dejan en la puerta de la iglesia y ellos desaparecen.
No hace falta describir las enfermedades de la
familia porque todos llevamos las cicatrices de una familia mediocre.
No vamos a acusar a nuestros padres porque
nosotros no somos mejores. Y no vamos a maldecir porque los hijos de Dios sólo
bendicen.
La vocación de padre es una vocación divina ya
que el padre tiene que ocuparse también de las cosas de Dios Padre. Y tiene que
mirarse en el espejo del único Padre bueno, Dios que no se divorcia ni abandona
ni pone condiciones a su amor.
Si nos miramos en el espejo de Dios, si nos
dejamos amar por Él, amaremos a nuestra esposa, a nuestros hijos. Y seremos el
espejo en el que nuestra familia verá el rostro amable de Dios.
HOMILÍA 2
Cuando nace un niño inmediatamente buscamos
parecidos. Unos dicen: mira, tiene los ojos como los del
padre; otros señalan su sonrisa que se parece a la de la madre.
Estos parecidos son genéticamente transmitidos
de generación en generación.
San Pablo nos invita, en la lectura de hoy, a
reproducir nuestra semejanza con Cristo en virtud de nuestra pertenencia a la
familia de Dios.
Los miembros de la familia, no por la sangre,
sino por la fe estamos llamados a reflejar la bondad y la santidad de nuestro
Padre Dios y de nuestro hermano Jesucristo.
La gente que nos mira y observa debería poder
reconocer nuestra semejanza con Jesús, no en nuestros ojos o en la nariz sino
en nuestra mente y en nuestro corazón, en nuestra manera de vivir y de amar.
"Y por encima de todo esto, el amor, que es el
ceñidor de la unidad consumada", nos recomienda San Pablo.
A la familia se la define como "la
escuela del amor" y como "la iglesia doméstica". Nosotros la
podemos definir como una "mini-iglesia.
En la iglesia primitiva la iglesia era
esencialmente una iglesia doméstica. No existían ni catedrales, ni iglesias, ni
ermitas, no edificios donde los cristianos pudieran congregarse.
Los cristianos se reunían en una casa para
celebrar la eucaristía. Era literalmente una iglesia familia. Cuando los
cristianos se hicieron más numerosos edificaron templos y la familia y la
iglesia se convirtieron en experiencias separadas.
El fin de la familia es formar buenos
ciudadanos y el fin de la iglesia es hacernos a todos buenos cristianos. Si la
familia es una mini-iglesia, ésta debería ayudar a sus miembros a encontrar a
Dios en la vida de cada día y en los momentos festivos.
En la Iglesia celebramos los sacramentos pero
en la familia celebramos y creamos los nuevos sacramentales: pequeños y
originales ritos que nos recuerdan a Dios y lo hacen presente en nuestras
actividades.
La familia es el lugar providencial donde
somos formados como humanos y como cristianos.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro personal
"Nazaret" donde aprendemos a obedecer para crecer en sabiduría, edad
y gracia ante Dios y los hombres.
Este es el magnífico don de la familia. Este
es el don que recordamos y celebramos hoy, el don de la Sagrada Familia, María,
José y Jesús.
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