"Ventana abierta"
Leonardo Molina García S.J.
EL CASO DEL TESTIGO CONDENADO
José Luis Sicre
Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A
1. El domingo pasado (3º de Cuaresma),
Jesús saciaba la sed de la samaritana. Este domingo (4º) da la vista a un
ciego. El próximo (5º) resucitará a Lázaro. Agua, luz y vida son tres grandes
símbolos del cuarto evangelio para expresar lo que Jesús nos da.
2. La primera lectura recoge otro de los
momentos claves de la historia de la salvación: la elección de David como rey.
Carece de relación con el evangelio.
De nuestro corresponsal en Jerusalén
«A mi hijo lo citaron como testigo, lo
estuvieron interrogando más de dos horas y, al final, lo condenaron como
culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?» Me lo dice el padre de un
ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las autoridades. Un caso que
tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la gran fiesta.
Todo comenzó el sábado pasado, cuando un
muchacho ciego de nacimiento fue curado de su ceguera por un galileo llamado
Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se planteó la discusión de si era ciego
por culpa propia o de sus padres. Jesús dijo que nadie tenía la culpa, se
agachó a recoger un poco de polvo, escupió sobre él y untó el barro en los ojos
del ciego. Luego le mandó lavarse en la piscina de Siloé. Lo hizo y comenzó a
ver.
Este corresponsal ha intentado ponerse en
contacto con el ciego pero le ha resultado imposible. Tampoco hay noticias de
Jesús, que parece haber abandonado la ciudad. Según algunos, este galileo se
considera superior a Abrahán y Moisés y no se siente obligado a observar el
sábado. Las autoridades, preocupadas por el escándalo que está provocando en la
población, convocaron al ciego como testigo de cargo contra Jesús. Según su
padre, se comportó de manera imprudente y de testigo terminó en acusado y
condenado. No se extrañen. Jerusalén no es Alejandría. En Jerusalén todo es
posible.
Un relato en seis escenas
La curación del ciego de nacimiento en una
joya literaria, por su dinamismo, diálogo, ironía. Podemos distinguir siete
escenas: 1) Jesús, los discípulos y el ciego. 2) El ciego y sus vecinos. 3) El
ciego y los fariseos. 4) Los judíos y los padres del ciego. 5) Los judíos y el
ciego. 6) Jesús y el ciego. 7) Los fariseos y Jesús
1ª escena: Jesús, los discípulos y el
ciego
La relación entre pecado y castigo estaba
muy difundida en el antiguo Israel (y también entre bastantes de nosotros).
Jesús mismo ha dicho poco antes al paralítico: «no peques para que no te ocurra
algo peor». Sin embargo, en este caso, niega cualquier relación de la
enfermedad con un hipotético pecado del ciego o de sus padres. Nació ciego
«para que se manifiesten en él las obras de Dios». Una respuesta que puede
escandalizar a más de uno. ¿Es preciso que una persona sufra para que Dios
manifieste su poder? Dejemos de momento este tema.
En la respuesta de Jesús a los discípulos
hay unas palabras esenciales, claves para entender todo el relato: «Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo». ¿Cómo ilumina Jesús? ¿En qué consiste
esa luz? Lo descubriremos al final.
La forma de realizar el milagro es
desconcertante a primera vista. En el evangelio de Juan, igual que en los
Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará sobre todo poco más
tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «Lázaro, sal fuera». Sin
embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma
barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina del Enviado
(Siloé). El barro en los ojos recuerda a la curación del ciego de Betsaida que
cuenta Marcos, donde Jesús le aplica saliva en los ojos y luego le aplica las
manos (Mc 8,22-25). La idea de lavarse en la piscina recuerda la orden de
Eliseo a Naamán de bañarse siete veces en el Jordán.
¿Se trata de la reminiscencia de un gesto
mágico? La clave está en la cuádruple referencia al barro, unida a la
indicación: «era sábado el día que Jesús hizo barro». Una contravención expresa
del descanso sabático, igual que ocurrió en la curación del paralítico de la
piscina. Una de las acusaciones más fuertes que se hacen a Jesús en el cuarto
evangelio.
En esta primera escena el ciego no dice
nada. Se limita a obedecer.
2ª escena: el ciego y los vecinos
Diálogo cargado de ironía. En el conjunto,
es importante advertir que el ciego sabe que el hombre que lo ha curado se llama
Jesús, pero no sabe dónde está.
3ª escena: los fariseos y el ciego
Plantea el problema del sábado. Comienza
advirtiendo el evangelista que «era sábado el día que Jesús hizo barro», y
algunos fariseos concluyen: «Este hombre no viene de Dios porque no guarda el
sábado». Sin embargo, otros se sienten desconcertados, como le ocurrió a
Nicodemo: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
El ciego habla poco. Repite la curación,
pero con menos palabras que cuando la contó a sus vecinos. En cambio, su visión
de Jesús ha mejorado notablemente. Ya no lo considera «un hombre» sino «un
profeta». Lo mismo que dijo la samaritana, aunque por motivos distintos: ella,
porque Jesús conocía toda su vida; el ciego, porque Jesús ha realizado un
prodigio sorprendente.
4ª escena: los judíos y los padres del
ciego
Esta escena, que la liturgia permite
suprimir, es esencial para comprender el mensaje del episodio a finales del
siglo I. En la época de Jesús los fariseos no tenían poder para expulsar de la
sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos
de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron
con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la
muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los
cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga. El relato de
Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el miedo de muchos
judíos piadosos a sufrir ese castigo si reconocían a Jesús como Mesías. Y las
tensiones dentro de la familia cuando uno de sus miembros se hacía cristiano.
5ª escena: los fariseos y el ciego
El ciego terminó su declaración anterior
diciendo que Jesús es «un profeta». Los fariseos le exigen ahora que reconozca
que «ese hombre es un pecador». Ante esa acusación, el ciego no lo defiende con
argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo
sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando
pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y
termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios,
no tendría ningún poder.»
La tensión entre cristianos y judíos a
finales del siglo I queda clara en las palabras de los fariseos: ellos se
consideran «discípulos de Moisés», al que Dios habló, no de Jesús, del que «no
sabemos de dónde viene». Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de
dónde viene Jesús? Es una pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar
físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de
donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el
que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso, Jesús
es para ellos un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede
salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Por eso, terminan
expulsado al ciego de la sinagoga.
6ª escena: Jesús y el ciego
Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la
persona que lo ha curado se llama Jesús. Él lo considera un profeta, está
convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha
empezado a ver. Pero la visión completa la recupera en la última escena, cuando
se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo
importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna…
La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús, creer en él y adorarlo.
7ª escena: Jesús y los fariseos
La reacción del ciego da paso a la
enseñanza final de Jesús. Al principio dijo que él era la luz del mundo. Ahora
aclara en qué consiste su misión: «que los que no ven, vean, y los que ven, se
queden ciegos». Volviendo a la situación de finales del siglo I, «los que ve»
son los fariseos, las autoridades religiosas de Israel, que no dudan de nada y
niegan que Jesús sea el Mesías; «los que no ven» son los judíos y paganos de
buena voluntad que pueden descubrir poco a poco la persona de Jesús y creer en
él.
Si tenemos en cuenta el valor simbólico de
la figura del ciego, resulta más fácil entender las palabras iniciales de Jesús
de que nació ciego «para que se manifiesten en él las obras de Dios». No se
trata de ceguera física, sino de la ceguera espiritual de no conocer a Jesús.
La samaritana y el ciego
Hay un gran parecido entre estas dos
historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va
descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el
descubrimiento los lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su
pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este
caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una
defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar
el sábado.
Relación con la segunda lectura
La luz que recibimos de Jesús debe
manifestarse en nuestra forma de vivir, «como hijos de la luz»: con bondad,
justicia, verdad.
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