"Ventana abierta"
Web católico de Javier Olivares
La fe
Solamente se puede llegar a descubrir la oración, cuando se
ha descubierto qué es la fe
Todos aprendimos una definición de la fe, cuando éramos
niños, en un catecismo.
Esa definición de la fe la definía así el Concilio Vaticano
I: "La fe es una virtud sobrenatural, un hábito o un acto por el cual, con
la gracia de Dios, el hombre admite determinadas verdades no porque sean
evidentes en sí mismas, sino porque Dios, que no puede engañarse, ni puede
engañarnos, las ha dicho."
Normalmente, cuando hemos tomado esta definición desde
pequeños, hemos hecho un subrayado, que quizá en nuestra conciencia continúa
teniendo el máximo de importancia.
Es admitir determinadas verdades que nosotros no las
percibimos, no las entendemos; es admitir lo oscuro; es admitir lo difícil;
incluso tenemos una palabra clásica: es admitir el misterio.
Sin embargo, en la definición hay algo mucho más importante.
Lo importante de la fe no es admitir una determinada verdad oscura, sino el
admitirla porque Dios lo ha dicho. A partir de esto, la fe es una palabra que
Dios dirige al hombre
Cuando la palabra divina ha sido recibida por el hombre y el hombre
le dice al Señor: "Acepto tu palabra", entonces ese hombre comienza a
vivir en dimensiones de fe.
El hombre dialoga con Dios y Dios dialoga con el hombre
Esto es lo que se llama fe. Después, Dios me dirá esto o
aquello, está claro o será oscuro...
Lo importante, lo inédito, lo maravilloso y lo sorprendente
es que Dios le ha hablado al hombre y que el hombre ha escuchado la palabra de
Dios y ha aceptado esa Palabra de Dios. Eso es ser creyente.
Esta es la estructura de la fe: Dios y el hombre como interlocutores:
Dios y el hombre dialogando.
Contenido del diálogo
En un diálogo siempre se tiene que hablar de algo determinado
y concreto.
¿De qué nos habla Dios? ¿Qué es lo que nos manifiesta?
El Concilio Vaticano I nos dice que Dios no nos habla en ese
diálogo de la fe, de las cosas que nosotros podemos conocer por otros caminos,
como por ejemplo la ciencia.
En el diálogo de la fe, como dice el Concilio Vaticano I,
Dios nos habla de sí mismo, de lo que lleva dentro de su corazón.
Frecuentemente, nos olvidamos de que Dios es una persona, que
tiene algo dentro, lo mismo que lo tenemos cada uno de nosotros; que puede
manifestarlo libremente a quien quiera y cuando quiera.
Lo maravilloso de Dios en el diálogo de la fe es que Dios, de
pronto, abre su interior y comienza a decirle lo que lleva en su propio
corazón. Este es el sentido de los misterios.
Con frecuencia decimos que misterio es lo que no se entiende,
no. Misterio es el interior, la intimidad de cada persona.
Nosotros podremos encontrarnos con un cráneo de hace miles de
años; podremos determinar su estatura; si era hombre o mujer, etc. Lo que nunca
podremos saber es de quien se enamoró, en quien soñó... Eso sólo lo podríamos
saber si esa persona nos lo dijera.
Eso son los misterios de Dios. Es lo que lleva dentro de sí
mismo, que solamente puedo conocerlo si Él me lo dice.
Después le entenderemos o no, como cuando explicamos a un
niño determinadas cosas y él no las comprende porque todavía es pequeño.
Dios un día decidió hablarnos de Sí mismo. ¿Y qué es lo que
nos dijo?
El diálogo de la fe no tiene más que un punto de comparación:
habla de Sí mismo, pero habla como un enamorado habla a la persona de quien se
ha enamorado.
Dios no ha dicho más que una palabra, exclusivamente una palabra:
"Que de tal manera habla a los hombres y a cada persona en concreto que
está dispuesto a sacrificar a su Hijo unigénito por la salvación de los
hombres".
Es decir, Dios no nos ha revelado más que una cosa: que ama
al hombre, la realidad más grande de toda la creación sobre la que Él ha
depositado todo el cariño de su corazón.
Dicho de otra manera, el misterio de la revelación de Dios se
centra fundamentalmente en esta palabra: "Dios es amor para el
hombre"; o de otra manera, es la palabra de Dios que nos dice a cada uno
de nosotros: "Yo te amo".
Calidad del diálogo
Un diálogo para que sea auténtico necesita que el que habla y
el que recibe la palabra se coloquen a un mismo nivel.
Cuando una persona habla de su intimidad, no puede exigir más
que una respuesta, y es una respuesta de amor: "Yo acepto tu cariño y
además pongo mi cariño a tu disposición". Eso es la fe.
La fe es haber escuchado a un Dios que se vuelca de pronto
sobre el hombre y le dice: "Yo te quiero" y entonces no puede haber
más que una respuesta auténtica: "Señor, yo también te quiero a Ti".
Es la palabra de Dios que nos dice en un momento determinado:
"Yo te lo doy todo, incluso mi Hijo unigénito", y la respuesta de la
fe no puede ser más que una:"Señor, yo te lo doy todo y me pongo totalmente
en tus manos porque te constituyo en el centro de mi vida"
La fe es el diálogo entre dos enamorados.
Por tanto, un creyente, desde este punto de vista, no es más
que un hombre que se ha enamorado de Dios, porque se encontró con un Dios que,
previamente, se había enamorado de él.
Lógicamente, la fe tiene una serie de consecuencias: si yo me
he enamorado de Dios, yo entonces creo en Dios, pongo mi confianza en el Señor;
si me he enamorado de Dios, tengo que serle fiel y en todo momento intento
hacer realmente su voluntad; si yo me he enamorado de Dios, me centro en Dios,
Dios se hace el valor, la realidad, la persona más importante de mi vida.
Comprendemos entonces, desde esta dimensión, qué es un
creyente. Un creyente es Pablo: es un hombre que se ha encontrado con Dios, con
esta visión de enamoramiento, de fidelidad, de confianza, de centro, y entonces
no tiene más que una urgencia: comunicar eso que lleva por dentro a los demás y
por eso entonces la fe es esencialmente misionera.
La oración
Si la fe es un diálogo amoroso entre Dios y el hombre, ¿qué
es la oración?
La oración, normalmente, la hemos definido como un diálogo
amoroso entre Dios y el hombre. Según esta definición, nos encontramos en que
fe y oración es lo mismo.
No es que yo soy creyente y soy después persona orante. No.
Es que ser creyente es encontrarse ya en trance de oración.
Por eso decimos, y lo oímos decir, y es verdad, que la vida
entera tiene que ser oración.
No en este momento o en el otro: la vida entera tiene que ser
un diálogo con Dios; tiene que ser una situación de enamoramiento con Dios.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre fe y oración?
La fe la podríamos definir como diálogo amoroso existencial
entre Dios y el hombre.
La fe, como diálogo existencial, vendría a ser como la vida
de un enamorado está orientada hacia él, aunque no se piense en él;
instintivamente en la vida se procede como a la otra persona le gusta, sin
pensarlo.
Así, la fe, como diálogo existencial en el que mi vida está
orientada a Dios, necesita, lo mismo que ocurre en un matrimonio, no sólo que
las vidas estén orientadas existencialmente. Hace falta decirlo. En la vida es
muy importante expresar lo que uno lleva por dentro.
En la vida, es normal buscar la soledad para comunicarse.
Palabra de Dios
Meta que persigue:"hacer que nuestra fe crezca",
que sea más vital, eficiente y verdadera.
Tiene la pretensión - audaz y hermosa al mismo tiempo -de
poner en relación al hombre con Dios.
Sólo hay fe cuando se entra en esta relación, o cuando esta
relación se robustece. Lo cual no se consigue por el hecho de comunicar unos
enunciados, aunque estos sean realmente comprendidos e incluso aceptados como
verdaderos.
Lo nuclear en la fe es la relación vital; el puente o
contacto real entre Dios y nosotros.
Pretender que la Palabra de Dios se haga presente al hombre o
a un grupo concreto... depende siempre de una comunicación gratuita de Dios. Es
gracia.
Decir "Palabra de Dios" es aludir a un mensaje, un
contenido, un anuncio que descubre para el hombre una perspectiva y un
horizonte.
Es "lo dicho" en la Palabra; poniendo el acento en
lo que se dice.
Pero sosteniendo este contenido está algo, sin duda,
existencialmente estremecedor, que es la presencia misteriosa e inefable, pero
real, de Dios mismo que se acerca como don y presencia.
Esto es lo grande, que sea "Palabra de
Dios", que encierre su aliento y cercanía; no es un dicho muerto, sino una
comunicación real.
Los dos aspectos - contenido y presencia - son inseparables;
la gran noticia es que Dios se nos da, se nos comunica, nos habla, que su
Palabra llega a nosotros. Este es el gran contenido.
El Concilio Vaticano II resume la plenitud de la revelación
hecha en Cristo: " que Dios está con nosotros para liberarnos de las
tinieblas del pecado y la muerte y hacernos resucitar a una vida eterna"
(D.V.4).
Es preciso estar alerta para no caer en la tentación de
"cosificar" la Palabra de Dios y reducirla a unos simples enunciados
inteligibles o a unos hechos históricos desnudos; cuando se hace esto se
destruye lo más vital, se olvida considerarlos precisamente como de Dios, como
mediaciones de su comunión real y gratuita con nosotros. Tenemos el peligro de
caer en la tentación de cosificar la Palabra de Dios, tal como hemos hecho con
frecuencia con la " gracia" y los "sacramentos"; seria
traicionar lo más característico de la Palabra: ser vehículo de comunicación
interpersonal.
Hablar de Palabra de Dios es referirse a una
"comunicación real y efectiva" entre Dios y el pueblo; entre Dios y
el creyente.
Dios habla para comunicarnos su designio de salvación; su
pasión por el hombre.
La Palabra de Dios es una Palabra reveladora de su voluntad
de salvación. Dios quiere que el hombre viva.
Dios habla siempre para nuestro bien, para la plena
realización de nuestra historia.
La pasión de Dios es que el hombre viva; que llegue a dar la
talla que Él ha marcado en Cristo y que responda a la vocación que cada uno de
nosotros descubre en lo más profundo de sí mismo.
Palabra de Dios es igual a fuerza capaz de dar vida; cuando
Dios habla es para comunicar vida.
La Palabra de Dios tiene que sonar realmente como Buena
noticia para el hombre y para la situación concreta, ser descubierta como
camino, verdad y vida. Si esto no ocurre, es que realmente no está llegando a
nosotros la Palabra de Dios.
Cuando Dios habla es, para abrir nuevos horizontes al hombre;
pero esta invitación y ofrecimiento nunca es solo para uno que está en función
de todos.
Aceptar la Palabra de Dios, no es simplemente realizarse,
llegar a la plenitud de uno mismo, sino comulgar con el designio salvífico de
Dios que abraza a toda la humanidad.
Las dos dimensiones características de la palabra - presencia
y mensaje - las hallamos en el hombre Jesús en grado único e insuperable: en Él,
Dios se nos ha acercado, ha penetrado hasta el fondo de la condición humana; se
ha hecho uno de nosotros. Es el Emmanuel, Dios con nosotros.
Al mismo tiempo, Él es el mensaje, no "porque dice
cosas", sino porque con su vivir, su presencia, sus acciones, gestos y
palabras nos ha mostrado qué es ser hombre, qué es ser libre; qué significa
creer, amar, esperar... En Él vemos hasta dónde puede llegar el hombre; cómo le
ama Dios y hasta qué grado de comunión puede llegar.
Todas las palabras de Jesús son expresión auténtica de lo que
vive y experimenta.
Él no es un enviado que comunica cosas ajenas a Él, a su
vida, por muy sublimes que puedan ser tales noticias; Él es palabra porque en
Él Dios se ha hecho historia presencia humana.
¡El Verbo se hizo carne! Y desde la resurrección es ya
palabra eficaz para todos porque con su Espíritu actúa en el corazón de cada
hombre e impulsa el universo hacia su plenitud.
En la entraña misma de la Palabra de Dios "late siempre
la capacidad de cuestionar al hombre"; de hacer que este se sienta
"aludido"; nunca es una noticia indiferente sino que siempre se
refiere a Él, y de una manera decisiva.
Tiene que sonar la Buena Noticia, a horizonte de salvación
aunque cueste y aunque el hombre rechace el ofrecimiento que se le hace.
Esta incidencia necesaria que la Palabra de Dios tiene en el
hombre no significa que debe producir siempre efectos inmediatos.
La Palabra es como la semilla que va creciendo en el hombre
sin que él sepa cómo, de noche y de día (Me.4.25).
Que el hombre se sienta aludido, no significa que siempre sea
positiva.
En manos de nuestra libertad y de nuestra desidia está el
rechazar tal invitación.
El rechazo es ya un acto nuevo en el hombre; quien se opone
esta ya respondiendo a algo que le concierne.
La Palabra de Dios es siempre buena noticia para el hombre en
situación.
Con frecuencia en los textos bíblicos la palabra profética
dirigida a las personas más responsables dentro del pueblo o al pueblo entero
suena a destrucción, a ruina, a juicio, a maldición.
Pero este lenguaje lo que pone de manifiesto es que la
Palabra de Dios está llegando a las zonas conflictivas y difíciles del vivir
humano; pone en cuestión al hombre y a las instituciones sociales del pueblo.
Tales manifestaciones no son sino un momento de su intención
salvadora; se denuncia una situación o se denuncia un pasado precisamente para
mostrar el deseo y la voluntad salvífica de que el hombre y el pueblo viva; de
que abandonen el camino de la explotación del pobre o la idolatría y entren por
las sendas de la justicia y de la verdad.
Si la Palabra de Dios no deja tranquilo al hombre es porque
quiere que el hombre crezca.
Por eso, cuando una persona llega a preguntarse por el
sentido de su vida y de su acción; por sus actitudes ante el otro, por la
existencia del mal y del dolor en el mundo... está resonando en nuestro
interior algo que trae el aliento de Dios.
Y será necesariamente una palabra que aparece como buena
noticia, como la liberación y plenitud para nosotros y para los demás hombres.
Pues lo único que pretende la Palabra de Dios es que los
hombres tengan vida y la tengan abundancia.
Como criterio irrenunciable para identificar esta buena
noticia para el hombre, esta vida que se nos ofrece en abundancia, está la
existencia misma de Jesús. Se ha hecho para nosotros Palabra definitiva y
manifestación de esa voluntad salvadora de Dios.
"La misma y única intención salvadora atraviesa toda la
Historia" y la Palabra pronunciada por Dios en "aquel tiempo" es
una Palabra con fuerza de eternidad y dirigida en su intención a todos los
hombres.
Sobre todo, la Palabra pronunciada en su hijo Jesús está
cargada de densidad esperando ser transmitida a todas las generaciones, a
nosotros, a nuestro tiempo.
Y llega a nosotros la Palabra de Dios, efectivamente, pero no
como simple repetición o mero recuerdo del pasado; sino como algo que tiene
sentido para nuestra situación.
Desde ella, desde hoy comprendemos mejor la intención de Dios
manifestada en los hechos y palabras de otros tiempos.
Así la transmisión de la fe no es nunca una simple
información escueta y exacta de lo sucedido, sino que crece e ilumina
proféticamente la existencia del hombre y su acción en el mundo.
"Así Dios que habló en otros tiempos, sigue conversando
siempre con la esposa de su Hijo amado; así al Espíritu Santo, por quien la voz
viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos
intensamente la Palabra de Dios" (D.V.8).
Lo importante es, pues, que la Palabra de Dios resuene no en
simple fidelidad literal a las fórmulas bíblicas o magisteriales, sino
transmitir la intención salvadora manifestada en Cristo de modo que el hombre
de hoy se vea aludido.
Si la oración engendra caridad, engendra amor,
pero engendra una caridad y un amor como el de Dios, con todos tendremos que
sentirnos comprometidos.
Si no aprendemos una oración auténtica, que se traduce en
cada uno de nosotros en un compromiso real con el hombre concreto, el que está
cercano a mí, no habremos entendido lo que es la oración.
Si yo no estoy a la búsqueda de esa voluntad de Dios, si yo
no quiero saber lo que Dios quiere de mí, la oración es un entretenimiento
piadoso, pero no pasa de ser un entretenimiento piadoso.
La auténtica oración supone que todos los días busco lo que
Dios quiere, porque lo quiere y al mismo tiempo intento cumplirlo, y eso se
queda como la tónica de toda mi vida.
Pero no busco solo la voluntad de Dios en los momentos de
oración; sino que la busco siempre y la hago norma de mi vida.
Segundo
Aunque la oración, es dialogo en soledad con Dios, la
verdadera me lleva a sentir más profundamente la Iglesia y a un comprometerme
con la Iglesia, (con todos los hombres que creen en Cristo).
La Iglesia es una comunidad de hombres, que tienen su nombre
y sus apellidos, que hoy son fieles y mañana son pecadores, son personas que
coinciden con mi temperamento y que no coinciden con mi temperamento...
La iglesia es la reunión de los hijos de Dios, aunque cada
uno con sus limitaciones.
Por eso una oración que nos lleva como a un desierto y nos
separa de esta Iglesia que tiene que vivir sus compromisos, que nos separa de
los sufrimientos y de las esperanzas de la Iglesia, eso no sería oración.
Tercero
Es comprometerse con los hombres y con el mundo en el cual a
cada uno nos ha tocado vivir.
La verdadera oración termina haciendo de cada uno un samaritano, que sabe exponer incluso su vida, su tiempo, su dinero, lo que haga falta por ayudar al hombre que se encuentra en su camino.
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