"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
“Juan es su nombre”… Inmediatamente se le
soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que
prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el
día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los
hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir
yo a destruir la tierra”.
Basándose en este pasaje, tomado de la primera
lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el
profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado.
Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de
Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por
qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió:
“Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo
reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre
va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos
comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que
tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá
al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con
sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así
al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).
Los escribas no supieron reconocer al precursor
cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron
ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del
Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan
Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el
nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus
padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a
la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando
Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada
a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios
destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.
Estamos al final del Adviento. Mañana es
Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado
que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél
primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo
cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los
corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos
ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es
otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos
enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.
Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…
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