"Ventana abierta"
La
desilusión de la Navidad
GLOBAL
Por Fabio
Arévalo
Tendría ya unos ocho
años, pero aún conservaba intacta la inocencia de la Navidad y creía en el Niño
Dios. Por ello aquella nochebuena me propuse conocerlo en persona para
agradecerle algunas cosas y reclamarle muchas desilusiones. Estaba decidido a
estar muy despierto a las 12 PM tendiéndole a Jesús una especie de redada
Mis padres intentaron hacerme dormir de mil maneras, aunque el sueño me venció a la media noche. Muy temprano el 25 desperté con frustración por el fracaso de mi operación y no olvidaré jamás aquella mañana de Navidad, mi decepción fue mayúscula porque no encontré casi nada en el pesebre, ni debajo de mi cama, ni en el deslucido árbol de nochebuena. Si el Niño Dios llegó fue solo a verme y no había respondido mi carta.
Esa noche del 24, había
vivido un extraño sueño que llenó mi corazón de dudas. Algunas lágrimas
mostraban mi tristeza. Mis padres no estaban bien económicamente, teníamos
muchas carencias, la comida era escasa; mis hermanos muy pequeños se alegraban
con una pandereta y un sonajero. Me senté en el borde de la cama y seguí
llorando, mientras recordaba al ángel que en mis sueños me había dicho algo que
no podía creer y que me había quitado la ilusión de niño.
Por eso mi llanto y mi
tristeza esa mañana de 25 de diciembre. Con su chillona voz celestial había
dicho: “Me extraña que a tu edad no lo sepas: el Niño Dios y Papá Noel no
existen, son los adultos, generalmente los padres, los que compran los
regalos”.
Después de levantarme y para
evadir un poco la tristeza salí a caminar y me encontré con muchos niños
jugando en las calles y comentando entre ellos los regalos recibidos, que por
cierto eran hermosos. ¡Claro!, pensé, los padres de estos niños tienen dinero
suficiente para comprárselos.
Seguí andando, sin rumbo fijo,
y así pasé por un barrio más pobre, por el hospital, la iglesia y vi que todos
los niños tenían algún juguete entre sus manos. Los sentimientos eran similares
en todas partes. Padres e hijos del barrio rico, pobre, la iglesia o el
hospital llevaban en sus rostros la misma expresión de felicidad, sin relación
con el valor material de los regalos, se reflejaban en sus miradas la emoción,
la alegría, el amor. Fue entonces cuando mis labios volvieron a sonreír.
Esperé la noche para hablar
con el ángel de mis sueños y cuando llegó le conté lo que había visto. Me
escuchó con atención. Sonriente y juguetón como siempre me dijo: “Mientras haya
gente buena, corazones abiertos, personas que amen a los niños, a las que nos
les importe el color de la piel o la posición social, el Niño Dios, Papá Noel o
los Reyes Magos seguirán llegando, ellos jamás dejarán de venir”. Empecé a
tener otra idea sobre el significado de los regalos y el bondadoso sentido de
la Navidad.
Cuando ya estaba por volver a la dura realidad, cuando la mirada dulce y la risita sonora de mi ángel se fueron apagando, vi que se elevaba hacia el cielo. Yo me quedé mirando cómo se perdía en la noche y entonces me pareció ver entre las estrellas las siluetas de los Reyes Magos y de Papá Noel que se alejaban con las bolsas repletas de cartas ilusionadas. … una de aquellas cartas era la mía.
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