"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Hoy es el penúltimo día de la infraoctava de
Navidad. Para este día la liturgia nos presenta nuevamente como lectura
evangélica el prólogo de Evangelio según san Juan, que leímos para la
Solemnidad de la Natividad del Señor (Jn 1,1-18).
En este prólogo se nos adelantan los cuatro
grandes temas que Juan irá desarrollando a través de su relato evangélico: el
Verbo, la Vida, la Luz, la Gloria, la Verdad. También se presentan las tres
grandes contraposiciones que encontramos en el cuarto evangelio: Luz-tinieblas,
Dios-mundo, fe-incredulidad. Y reverberando a lo largo de este pasaje, la
figura del precursor, Juan el Bautista: “Surgió un hombre enviado por Dios, que
se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que
por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La
Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el
mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les
da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.
La Palabra ha estado entre nosotros desde el
momento mismo de la creación (“el mundo se hizo por medio de ella”). Para los
judíos la Palabra tiene poder creador, por eso vemos que en el relato de la
creación cada etapa de la misma está precedida de la frase “dijo Dios”, o “Dios
dijo” (Cfr. Gn 1,1-31).
Pero como no la reconocieron, decidió
encarnarse, hacerse uno con nosotros, juntando ambas naturalezas, la humana y
la divina, para “divinizar” nuestra naturaleza humana de manera que
recibiéramos el “poder para ser hijos de Dios”, para convertirnos en otros
“cristos” (Gál 2,20). De ese modo nos dio el poder de salir de las tinieblas en
que había estado sumida la humanidad en el Antiguo Testamento, hacia la Luz de
Su Gloria. La decisión es nuestra, u optamos por la Luz, o permanecemos en las
tinieblas; o somos hijos de la Luz, o de las tinieblas.
“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad”. Juan quiere enfatizar que la plena
revelación de Dios que se logra mediante la Encarnación, es real (“hemos
contemplado su gloria”). Jesús no es un fantasma, un sueño, una fantasía, una
ilusión; es real, tangible. Dios siempre ha estado presente entre su pueblo,
pero a partir de la Encarnación esa presencia se tornó perceptible y viva, para
no abandonarnos jamás (Mt 28,20).
Que la Luz que aparta las tinieblas inunde
nuestros corazones en el año nuevo que comienza en unas horas, para que creamos
en Su nombre y podamos ser llamados Hijos de la Luz y, al igual que Juan, ser
testigos de la Luz, para que todos los que se crucen en nuestro camino crean en
Jesús.
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