"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria”.
La liturgia para hoy, 25 de diciembre,
Solemnidad de la Natividad del Señor, nos presenta tres formularios, según la
hora de la celebración: medianoche, aurora y día. Para nuestra reflexión de hoy
hemos escogido las lecturas correspondientes a la celebración del día.
La primera lectura, tomada del libro de Isaías
(52,7-10), profetiza el tiempo en que el pueblo puede finalmente ver cara a
cara a Dios: “Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara
al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que
el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo
brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la
victoria de nuestro Dios”. Los vigías de la ciudad no se limitan a dar un
anuncio como lo harían rutinariamente, sino que lo transmiten con júbilo, con
alegría contagiosa, tanto que lo hacen “a coro”. Algo importante ha sucedido:
Finalmente “ven cara a cara al Señor”, algo que hasta entonces solamente Moisés
había experimentado (Ex 33,11).
Como lectura evangélica, la liturgia nos ofrece
el prólogo del Evangelio según san Juan (1,1-18), una lectura densa y llena de
simbolismo que nos presenta el misterio de la encarnación: “Y la Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria
propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da
testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás
de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo’»”.
Lo importante para nosotros, y la Solemnidad
que estamos celebrando, es que ya no se trata de un Dios distante, extraño,
misterioso, inalcanzable. Ahora encontramos a un Dios que se hace uno de
nosotros, que “acampa” entre nosotros. Me encanta esta traducción, pues nos
transmite esa sensación de compartir un campamento, en el cual los que están
comparten una fogata que les proporciona luz y calor, comparten los alimentos,
y dependen unos de otros para ayuda y protección mutua. Se trata pues, de un
Dios humanado, con las mismas necesidades que nosotros.
Un Dios que nació pequeño y frágil, como todos
nosotros, que necesitó de los cuidados y el cariño de una madre, y las
enseñanzas y disciplina de un padre. “Dios-con-nosotros”, Emmanuel. Hoy
celebramos el nacimiento del Emmanuel, cuyo nacimiento fue anunciado a coro por
los heraldos celestiales (Lc 2,13-14), tal como lo había profetizado Isaías en
la primera lectura de hoy.
Ya el tiempo de espera gozosa del Adviento ha
culminado, y si nuestra preparación para este gran día fue adecuada, podemos
adorar y besar al Niño Dios. Pero ¿sabes qué? ¡Todavía estás a tiempo! Si te
postras ante el Niño y le adoras de todo corazón, notarás una sonrisa en su
rostro, esa sonrisa que solo los niños pueden regalarnos, y con ella derramará
su Gracia sobre ti, y podrás recibirlo en tu corazón. Entonces sabrás lo que es
una Feliz Navidad.
¡Feliz Navidad a todos!
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