"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
Dando un grito estentóreo, se taparon los
oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de
la ciudad y se pusieron a apedrearlo.
Ayer celebrábamos la Natividad del Señor, todo
era fiesta, júbilo, villancicos, dulzura. Hoy, de repente, sin aviso, nos
enfrentamos al martirio de Esteban, el primero que ofrecerá su vida por el
anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Esto nos sirve para devolvernos a la
realidad y recordar, dentro de todo este ambiente idílico de la Navidad, que
ese niño que ayer nacía en Belén, por mantenerse fiel a su misión, ofrendará su
vida en la cruz por nuestra salvación. La fiesta de san Esteban protomártir es
la primera de tres fiestas de santos que celebramos durante la Octava de
Navidad: san Esteban, san Juan y los santos Inocentes.
Todo el ambiente que rodea el nacimiento de
Jesús tiene un denominador común: la pobreza. Dios escogió nacer en un rústico
pesebre. Es como si fuera un anticipo de la cruz que asumiría por nosotros y
por nuestra salvación. Así como nació pobre, terminaría su vida mortal como el
más pobre de los pobres, teniendo como única posesión material sus vestiduras y
su manto (Jn 19, 23-24).
La primera lectura nos narra el martirio de san
Esteban, diácono (Hc 6,8-10;7, 54-60). Esteban es el primer mártir de Jesús (la
palabra mártir significa “testigo”), el primero en seguir al Maestro, el
primero en “llevar su cruz”, en sufrir la muerte a manos de los mismos que
perseguían a Jesús.
La lectura evangélica (Mt 10,17-22) nos muestra
cómo Jesús le había adelantado a sus discípulos las persecuciones y pruebas que
habrían se sufrir por seguirle: “os entregarán a los tribunales, os azotarán en
las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa;
así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles… Los hermanos entregarán a
sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos
contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que
persevere hasta el final se salvará”. Esteban perseveró hasta el final, dando
la mayor prueba de amor (Jn 15,13), y encontró la salvación.
Son muchos los que, después de Esteban, han
sufrido el martirio a lo largo de la historia del cristianismo, algunos
intensos, rápidos y hasta la muerte, como el suyo; otros lentos y prolongados,
que pasan desapercibidos, como el nuestro, con muchos “testimonios” pequeños en
nuestro quehacer cotidiano. Hoy debemos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a
perseverar hasta el final? ¿Estamos dispuestos a perdonar a nuestros perseguidores
como lo hizo Jesús, como lo hizo Esteban?
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