"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Ya está cerca el gran día. Y la anticipación
hace que nuestro corazón salte de alegría, igual que Juan el Bautista en el
vientre de su madre Isabel ante la visita de María que se nos narra en el
evangelio de hoy (Lc 1,39-45).
Esa alegría ya se destila en la primera
lectura, tomada del Cantar de los Cantares (2,8-14), en la cual se nos presenta
la alegría inigualable e indescriptible de dos jóvenes amantes. “¡Oíd que llega
mi amado saltando sobre los montes, brincando por los collados!”, dice la
joven, mientras el joven la llama: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a
mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del
barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu
voz, y es hermosa tu figura”. Este pasaje nos evoca esa anticipación del
encuentro entre los amantes, que hace que mientras más cercana esté la hora del
encuentro se acelere el pulso y la respiración, al punto de sentir que el
corazón se va a salir por la boca. Esa es la alegría y anticipación que debe
provocar en nosotros la cercanía del encuentro con el Amor de los amores que
hemos de tener al final del camino del Adviento.
Es la alegría que experimentó María al saber
que llevaba dentro de sí al Dios-con-nosotros, camino a asistir a su prima
Isabel, convirtiéndose así en la primera custodia, y su viaje hacia la casa de
su prima en la primera procesión del “corpus”. María acababa de recibir el
Espíritu Santo (¡y de qué manera!), y estaba tan llena de la alegría
desbordante que produce el encuentro con el Espíritu Santo, que “contagió” a
Isabel y a la criatura que llevaba en su vientre, al punto que “la criatura
saltó de alegría”, e hizo exclamar a Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor?”, para luego “retratar” a María diciendo: “Dichosa tú, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, lo que hizo que María entonara
el hermoso canto del Magníficat. María acababa de convertirse en la primera
portadora de la Buena Nueva de Dios al mundo, ¡la primera evangelizadora!
Siguiendo el ejemplo de María, nosotros
deberíamos convertirnos en portadores de la Buena Noticia durante este tiempo
de Adviento, para contagiar a otros con la alegría que produce la anticipación
de la llegada de nuestro Salvador. Lo único que tenemos que hacer es abrir
nuestros corazones al gozo que nos trae esa Buena Noticia. Y cuando sintamos
ese “chorro” de amor que invade todo nuestro ser, las palabras sobrarán, pues
con nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestros gestos, contagiaremos a todo el
que se nos acerque.
Es tanto lo que podría decirse sobre este
pasaje, que el tiempo y espacio limitado que tenemos permite tan solo un breve
comentario. El pasaje nos narra el encuentro entre dos mujeres, una de avanzada
edad y otra adolescente, ambas con una maternidad inesperada, producto de la
largueza de Dios, que les produce una alegría indescriptible, como la de los
amantes que describía la primera lectura. Ambas esperan gozosas la llegada del
Salvador. Eso, queridos hermanos y hermanas, ¡es Adviento!
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