"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIGESIMOTERCER DOMINGO DEL T.O. (C)
“El que
no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.
En la lectura evangélica que nos propone la
liturgia para este vigesimotercer domingo del tiempo ordinario (Lc 14,25-33),
Jesús nos enumera tres condiciones para ser discípulos suyos. Después del
lenguaje utilizado por Jesús en el pasaje que leyéramos el pasado domingo (Lc
14,1.7-14), en el que nos hablaba del “banquete”, hoy nos estremece con un
lenguaje chocante, desconcertante, y hasta hiriente.
Todavía nos estamos saboreando el pasaje del
banquete, en el que parece ser que para entrar en el Reino lo único que tenemos
que hacer es aceptar la invitación, cuando nos toma desprevenidos con una
aseveración que “nos saca la alfombra de debajo de los pies”. Nos dice la
escritura que Jesús se volvió a los que le seguían y les dijo: “Si alguno se
viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos,
y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo
mío”. Esta traducción que utiliza la liturgia es en realidad una versión
“aguada” del lenguaje original que se traduce como el que no “odia” a su padre
y a su madre, etc.
Es obvio que Jesús quiere estremecernos, quiere
ponernos a pensar, quiere que entendamos la radicalidad del seguimiento que nos
va a exigir. Por eso no podemos interpretar ese “odiar” de manera literal; se
trata de un recurso pedagógico. No se trata de que rompamos los lazos afectivos
con nuestra familia. Lo que Jesús quiere de nosotros es una disponibilidad
total; que el seguimiento sea radical, absoluto; que ni tan siquiera la familia
pueda ser obstáculo para el seguimiento; ni tan siquiera el sagrado deber de
enterrar a los muertos (Lc 9,60).
Todavía no nos recuperamos del golpe inicial
cuando nos lanza la segunda condición para el discipulado: “Quien no lleve su
cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. ¡Uf! Esto de seguir a Jesús no
parece cosa fácil… Cabe señalar que en el momento en que Jesús pronuncia estas
palabras, la crucifixión para el que decidiera seguirle era una posibilidad
real. Quiere enfatizar que seguirle siempre implica un riesgo. En nuestro
tiempo no hay crucifixión, pero sí hay muchas “cruces” que tenemos que soportar
si decidimos seguir a Jesús. Y si somos verdaderos discípulos las llevamos y
soportamos con amor, y por amor a Jesús.
Jesús termina su enumeración de las condiciones
para seguirle, con la renuncia total a todos aquellos bienes que puedan
convertirse en obstáculo: “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
discípulo mío”. El discípulo no solo “sigue” al maestro, sino que lo imita.
Jesús nació pobre, teniendo por cuna un pesebre y por vestimenta unos pañales
(Lc 2,7). Así mismo murió: clavado a una cruz y desnudo, teniendo como única
posesión una túnica que echaron a suerte entre los soldados romanos que le
crucificaron (Jn 19,23-24).
El mensaje de Jesús es sencillo y se resume en
una sola palabra: AMOR. Pero se trata de un amor incondicional, el amor que
siente el que está dispuesto a dejarlo todo para seguir al Maestro; el que está
dispuesto a tomar su cruz para seguirlo, el que está dispuesto a dar la vida
por sus amigos (Jn 15,13)…
Si aún no lo has hecho, no olvides visitar la Casa del Padre; Él te espera.
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