"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL T.O. (C)
El relato evangélico que nos ofrece la liturgia
para este vigesimosexto domingo del tiempo ordinario (Lc 16,19-31) nos presenta
la parábola del rico epulón y el mendigo Lázaro. Aunque el nombre del rico no
se menciona en el relato, se le llama el rico “epulón” y muchas personas creen
que ese es su nombre (y hasta lo escriben con mayúscula), lo cierto es que
epulón es un adjetivo que significa: “hombre que come y se regala mucho”.
La parábola, con cierto aire escatológico (del
final de los tiempos), nos muestra el contraste entre un hombre rico que gozaba
de banquetear y darse buena vida, y un pobre mendigo que se acercaba a la
puerta de la casa del rico con la esperanza de comer algo “de lo que tiraban de
la mesa del rico”. De la lectura no surge que el hombre rico fuera malo. Tan
solo que era rico y que disfrutaba de su riqueza (que de por sí no es malo), lo
que nos da a entender que ponía su confianza en esa riqueza y de nada le sirvió,
a juzgar por el final que tuvo. El pobre, por el contrario, dentro de su
pobreza, puso su confianza en el Señor y eso le llevó al “seno de Abraham”,
al sheol que iban las
almas de los justos en espera de la llegada del Redentor, pues las puertas del
Paraíso estaban cerradas. Esas son las almas que Jesús fue a liberar cuando
decimos en el Credo de los Apóstoles que “descendió a los infiernos” (pero eso
será objeto de otra enseñanza).
La parábola nos enseña, además, que la opción
tenemos que hacerla aquí y ahora; que después del juicio será muy tarde. El
rico epulón, al verse en el infierno, intentó obtener el favor de Abraham:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del
dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Ante lo
infructuoso de su gestión, entonces intentó interceder por sus hermanos que aún
vivían, pidiéndole a Abraham que le permitiera a Lázaro ir a advertirles lo que
les esperaba si no cambiaban su conducta.
Abraham le contesta que para eso están las
enseñanzas de Moisés y los profetas, añadiendo que “si no escuchan a Moisés y a
los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto” (prefigurando la
Resurrección de Jesús). ¿Qué podía añadir Lázaro a lo dicho por Moisés y los
profetas? Hoy nosotros podemos preguntarnos, ¿hay algo que alguien pueda
decirnos (aún con el dramatismo de la aparición de un muerto resucitado) que
añada algo al mensaje de Jesús?
La Palabra, como el pasaje de hoy, nos
interpela, nos llama a hacer una opción, recordándonos que para nosotros
también habrá un juicio. ¿En qué o en quién vamos a poner nuestra confianza?
¿En nuestra fuerzas, nuestras capacidades, nuestras habilidades, nuestras
posesiones materiales? ¿O, por el contario, vamos a poner nuestra confianza en
nuestro Señor y Salvador y seguir sus enseñanzas?
La opción es nuestra… Y el momento es ahora.
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