"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
“El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó,
bendito sea el nombre del Señor”.
Desde hace una semana la liturgia nos ha estado
presentando como primera lectura los libros sapienciales contenidos en el Antiguo Testamento de
nuestra Biblia Católica. Hasta ahora hemos contemplado pasajes de Proverbios,
Sabiduría y Eclesiastés (los libros sapienciales son siete, pero a la Biblia
protestante le faltan dos: Sabiduría y Eclesiástico). Hoy tomados el inicio del
libro de Job (1,6-22), que nos presenta la historia de un hombre recto y
temeroso de Dios, a quien este había favorecido con toda clase de bendiciones.
La lectura, haciendo uso de esos
antropomorfismos que encontramos en la Biblia, nos relata una conversación
casual entre Dios y Satanás en la cual Dios se ufana ante este último de lo
bueno que era su siervo Job. Satanás le responde que con todas las bendiciones
que ha recibido, cualquiera puede ser bueno y temeroso de Dios. En una especie
de “reto”, con el consentimiento de Dios, Satanás en un solo día le priva de
sus hijos, sus rebaños, sus pastores y su salud. Es aquí cuando Job pronuncia
su célebre exclamación: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo
volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre
del Señor”. Es la respuesta que se espera de un verdadero creyente. En lugar de
maldecir y renegar de Dios, Job acepta su sufrimiento y continúa alabando y
bendiciendo el nombre del Señor. Pero este pasaje no es más que el primer
episodio de un drama que se irá desenvolviendo a lo largo del libro. Job ganó
el primer “round”, pero Satanás no se dará por vencido; volverá al ataque.
El libro de Job nos plantea la milenaria
pregunta de por qué los justos, los inocentes, sufren. La respuesta de Job,
aunque imperfecta, es un atisbo de la respuesta definitiva que Jesús habrá de
brindarnos cinco siglos más tarde. Jesús, el “justo” por excelencia, despojado
de todo, torturado, crucificado y muerto en la cruz. La pregunta lleva
implícita otra sobre la retribución en el más allá, en la vida eterna, donde
hemos de recibir esa corona de gloria que no se marchita (Cfr. 1Pe 5,4; 1Co 9,25). Y la contestación
definitiva la encontraremos en Su gloriosa resurrección.
Este pasaje pretende enseñarnos que todo lo que
tenemos es por pura gratuidad de Dios y que, por tanto, nada nos pertenece. “El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga” (Mt 16,24; Cfr.
Mc 10,17; Lc 18,18-23). La pregunta que debemos meditar hoy es: ¿Cuando sirvo a
Dios y a mis hermanos, lo hago pensando en el “premio” que espero recibir en
este mundo, o lo hago verdaderamente por amor a Dios y al prójimo? Piensa en lo
más preciado que tienes y pregúntate: Si Dios me lo quitara hoy, ¿podría decir
como Job “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del
Señor”? De la contestación a esa pregunta puede depender tu salvación…
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