"Ventana abierta"
LUJO Y MISERIA
P. Leonardo Molina García S.J.
Domingo 26 Ciclo C. Una parábola inspirada
en una denuncia profética (Amós 6,1a.4-7)
La parábola del rico y Lázaro, exclusiva
del evangelio de Lucas, se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este
domingo como primera lectura. Este profeta del siglo VIII a.C. vivió una
situación muy parecida, en ciertos aspectos, a la de hoy: gente millonaria, que
puede permitirse toda clase de lujos, y gente que llega a duras penas a fin de
mes o incluso pasa hambre.
El profeta se dirige a la clase alta de
las dos capitales, Jerusalén (Sión) y Samaria, y denuncia su forma lujosa de
vida. El lujo se extiende a todos los ámbitos: al mobiliario, con
lechos y divanes de marfil, mientras la inmensa mayoría de la gente duerme en
el suelo; a la comida, a base de carne de carnero y de ternera,
cuando los pobres se contentan con pan y agua, unas uvas y un poco de queso; a
la bebida en copas refinadas o de gran tamaño (el término
hebreo puede interpretarse de ambos modos); a los perfumes carísimos,
mientras los pobres sólo huelen a sudor.
Y esta gente que se permite toda clase de
lujos “no se duele del desastre de José”. José no es una persona
concreta sino todo el país, conocido entonces como Casa de José porque sus
tribus principales eran Efraín y Manasés, los dos hijos del patriarca José.
Lo que dice el profeta es que esa gente
que vive con toda clase de lujos no se preocupa lo más mínimo del sufrimiento
de millones de personas que lo pasan mal. Como castigo, les anuncia la invasión
de un ejército extranjero que pondrá fin a sus orgías y los deportará.
El rico comilón (Epulón) y el pobre Lázaro
(Lucas 16,19-31)
La parábola de Lucas, inspirada
inicialmente en el texto de Amós, podemos dividirla en tres partes.
El rico y el pobre (vv.19-21). A Lucas le gusta presentar parejas de
personajes antagónicos: Marta y María, los dos hermanos, el rico y su
administrador injusto… Aquí elige un rico y un pobre. Del rico no dice el
nombre, solo menciona su forma de vestir y su excelente comida. Se viste de
púrpura y lino, tejidos valiosos, que se usan para los ornamentos sacerdotales
(Ex 28,5). Su excelente comida le ha valido en España el nombre de Epulón,
basado en la palabra epulabatur de la traducción latina.
Del pobre, en cambio, comienza dando su
nombre, Lázaro, cosa atípica en las parábolas, que no dan nombre a los
protagonistas. Lázaro significa «Dios ayuda», nombre que resulta irónico,
porque Dios no parece ayudarlo. Su vestido son llagas que le cubren el cuerpo y
lamen los perros. Comida no tiene. Desearía llenarse el vientre con los trozos
de pan que se utilizaban para empapar en el plato y para limpiarse las manos,
que luego se arrojaban bajo la mesa (J. Jeremias). La expresión «deseaba
saciarse» recuerda al hijo pródigo en su época de hambre, pero este tuvo la posibilidad
de buscar solución, volviendo a la casa paterna. El pobre está tirado a la
puerta del rico, casi sin poder moverse.
Muerte y sepultura (v,22). Cosa nada extraña en un cuento, parece que
los dos mueren el mismo día. Desde ese momento cambia su suerte. El pobre es
llevado por los ángeles al seno de Abrahán, idea que no encuentra paralelo en
la literatura bíblica, pero que expresa muy bien el excelente trato recibido
por el pobre. Del rico se dice escuetamente que «fue sepultado». El autor del
libro de Job habría descrito un cortejo fúnebre solemne: «Lo conducen al
sepulcro, se hace guardia junto al mausoleo… Después de él marcha todo el
mundo, y antes de él incontables» (Job 21,32-34). La parábola no menciona tanta
pompa, ni siquiera un solo acompañante; solo dice que lo sepultaron, se hundió
en la tierra, no en el seno de Abrahán.
El rico, Lázaro y Abrahán
(vv.23-31). Los
protagonistas son el rico y Abrahán. Lázaro no dice nada, se limita a pasarlo
bien. Después de enterrarlo, el rico se encuentra en el Hades, término griego
que designa originariamente al Dios del mundo subterráneo y, más tarde, a dicho
mundo, un lugar de tormento, en el que las llamas provocan una sed terrible.
Aunque ese espacio está separado del seno de Abrahán por un abismo infranqueable,
se puede ver al patriarca y dialogar con él. Esto da lugar a un largo diálogo
entre ellos, con tres peticiones del rico y las consiguientes repuestas del
patriarca.
Primera petición (24-26). Lo que pide no puede ser
menos: una gota de agua en la punta de un dedo de Lázaro, para apagar la sed.
Abrahán comienza su respuesta en el mismo tono cariñoso. El rico lo ha llamado
«padre» y él lo llama «hijo». Pero no le concede lo que pide, aduciendo dos
argumentos. 1) La suerte se ha invertido: el que tenía todo lo bueno en esta
vida, se ve ahora atormentado; el que solo tuvo males, ahora es consolado. Que
el pobre reciba su premio después de haber sufrido tanto en esta vida es fácil
de aceptar. En cambio, el castigo del rico es tan terrible que algún pecado debe
haber cometido. En esta línea, lo que más debe intranquilizarnos (porque la
parábola pretende sacudir la conciencia) es que el rico no es un explotador ni
un criminal, no se dice que pagara un salario de miseria a sus obreros ni que
se hubiera enriquecido con el narcotráfico. Lo que denuncia la parábola es su
forma exquisita de vestir y de comer, sin fijarse en el pobre que está tendido
a su puerta. Es la injusticia indirecta causada por el egoísmo. 2) Entre
nosotros y vosotros existe un abismo infranqueable. La idea coincide con la del
libro etiópico de Henoc, que habla de un abismo entre la región donde termina
la gran tierra y un lugar desierto y terrible.
Segunda petición (v.27). El rico no ceja y plantea un
deseo muy distinto, que a él no le beneficia en nada, pero sí a su familia. De
nuevo sería Lázaro quien debería actuar, presentándose ante los cinco hermanos
para darles un testimonio e impedir que vengan a este lugar de tormento. La
respuesta de Abrahán es breve y seca: «Tienen a Moisés y a los profetas; que
los escuchen». No es fácil imaginar a cinco millonarios consultando la Biblia.
¿Qué espera el patriarca que saquen de su lectura? El mensaje social de la
legislación del Pentateuco (Moisés) y de profetas como Amós, Isaías, Miqueas…
es de una fuerza enorme. Si el lector no lo sabe, el rico lo ha captado de
inmediato.
Tercera petición (vv.30-31). Lo que pretende el rico
es la conversión de sus hermanos. Y esto se consigue mejor con la aparición de
un muerto (Lázaro) que con mucha lectura. La respuesta de Abrahán niega que
incluso el mayor milagro, la resurrección de un muerto, sirva de algo si no
existe la actitud de escuchar a Dios. El v.31 recuerda lo ocurrido con otro
Lázaro, el hermano de Marta y María. Después de su resurrección, muchos judíos
creyeron en Jesús; pero algunos contaron a los fariseos lo que había hecho, y
se decidió su condena a muerte (Jn 11,45-48). Y las comunidades cristianas, al
escuchar este cuento, refrendarían que tampoco la resurrección de Jesús
consiguió convencer a quienes se negaban a creer en él.
El cambio que introduce la parábola. Mientras Amós piensa que el castigo
ocurrirá en esta vida, mediante la invasión de los asirios, Jesús lo desplaza a
la otra vida. Él no se hace ilusiones; en esta vida, el rico seguirá
disfrutando, y el pobre pasando hambre. Este cambio radical en el punto de
vista ayuda a entender otras afirmaciones del evangelio de Lucas.
En el Magnificat, María pronuncia unas
palabras que, aplicadas a nuestro mundo, resultan estúpidas o de un cinismo
blasfemo cuando dice que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y
a los ricos los despide vacíos”. A la luz de la parábola del rico y Lázaro
queda claro cuándo tendrá lugar esa revolución.
Lo mismo afirma el comienzo del Discurso
en la llanura, que contrasta la situación presente (ahora) con la
futura. “Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece.
Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis… Pero, ¡ay de
vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los
que ahora estáis saciados!, porque pasaréis hambre. ¡Ay de los
que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo” (Lc
6,20-25).
¿Dos textos trasnochados?
Tanto Amós como Jesús viven en una
sociedad muy distinta de la nuestra (al menos de la del Primer Mundo). Entonces
no existía la clase media. La riqueza se acumulaba en pocas manos, mientras la
mayor parte del pueblo vivía en circunstancias muy duras. Aplicar la parábola a
los multimillonarios de hoy día, jeques árabes, grandes industriales, artistas
de cine, deportistas de élite… supondría dejar con la conciencia tranquila a
los millones de personas que vivimos en circunstancias infinitamente mejores
que la inmensa mayoría de la población mundial. Si ahora mismo resulta difícil
resistir su mirada, mucho más difícil será cuando nos mire Dios.
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