"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2)
“¡Muera el día en que nací, la noche que dijo:
‘Se ha concebido un varón’!”
En la liturgia de hoy continuamos leyendo el
libro de Job (3,1-3.11-17.20-23). En el pasaje de ayer veíamos como Job, ante
las desgracias que le habían sobrevenido en un día exclamaba: “Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo
quitó, bendito sea el nombre del Señor”.
En la lectura de hoy vemos cómo ese mismo
hombre que ayer nos presentaba el ejemplo de aceptación de la voluntad de Dios,
llega el momento que se rebela y lanza un grito de angustia y dolor: “¡Muera el
día en que nací, la noche que dijo: ‘Se ha concebido un varón’! ¿Por qué al
salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió
un regazo y unos pechos me dieron de mamar?”
El libro de Job ha sido llamado el libro de los
“por qué”, y con razón. Debemos recordar que este libro, junto a los otros
libros sapienciales, fue escrito durante la época de la restauración, luego del
exilio en Babilonia, y el pueblo reflexionaba sobre “por qué” Dios le había
retirado su favor. Pero esa pregunta del porqué de las desgracias es la
pregunta que todos nos hacemos en algún momento de nuestras vidas.
En Job encontramos el grito de angustia y frustración
de todo hombre que sufre y no acaba de comprender el “por qué” de su estado, el
por qué Dios aparenta haberlo abandonado a su suerte. Es el grito que recoge el
salmista cuando grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal
21,2), para luego convertirse en un canto de alabanza; salmo que Jesús entonará
luego en su hora suprema.
Pero lo que cabe resaltar es que Job en ningún
momento reniega de Dios ni le maldice; se limita a maldecir el día en que
nació. Exterioriza su dolor y frustración con una reacción bien humana,
deseando no haber nacido, estar muerto, pues de ese modo se hubiese librado de
su desgracia. Y si se dirige a Dios, aunque sea para reclamarle, e incluso
recriminarle, es porque cree en Él. Si no creyera en Dios no le preguntaría
“por qué”, pues no tendría a quién preguntar. Esa fe en Dios es lo que le
sostendrá en la tribulación hasta el final, cuando Yahvé restaura todo a Job,
no sin antes hacerle comprender que no está en nosotros comprender los
designios misteriosos de Dios.
La única respuesta de Dios a los “por qué” de
Job la encontramos en la persona de Jesucristo, quien sufrió las más grandes
humillaciones y la peor de las desgracias cumpliendo la voluntad del Padre,
para luego verse coronado de gloria. Es decir, que en lugar de “por qué”, la
pregunta debe ser “¿para qué?”.
Hoy, pidamos a Dios que nos conceda la
perseverancia de Job para mantenernos fieles a Él en las pruebas que nos
presenta la vida, a pesar de nuestro natural rechazo al sufrimiento. Que
podamos ofrecerle inclusive nuestras frustraciones, nuestros reclamos, nuestro
espíritu quebrantado que Él nunca rechaza (Cfr. Sal 50,19).
No hay comentarios:
Publicar un comentario