"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2)
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos,
y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles.
El relato evangélico que nos brinda la liturgia
de hoy (Lc 6,12-19) nos narra la elección de “los doce” como preludio al
discurso de las bienaventuranzas, que Mateo ubica en un monte (Mt 5,1 – de ahí
el nombre de “Sermón de la montaña”), mientras Lucas lo hace “en un llano”.
Recordemos que Mateo era judío y escribió su relato evangélico para los judíos
de Palestina convertidos al cristianismo. Para estos, Dios siempre de
manifiesta en lo alto, en la montaña (ej., la Transfiguración, las tablas de la
Ley). Lucas, por su parte, era un pagano convertido que escribe su relato para
los cristianos que ya estaban siendo perseguidos. Por tanto, ubica el relato en
un llano.
Este pasaje, que comienza diciéndonos que “por
aquellos días se fue él (Jesús) al monte a orar, y se pasó la noche en la
oración de Dios”, nos apunta a una característica de Jesús: Él vivió toda su
vida pública en un ambiente de oración; desde su bautismo (Lc 3,21), hasta su
último aliento de vida (Lc 23,46). Son innumerables las ocasiones en que Jesús
“se retiraba a un lugar apartado a orar”. De hecho, el evangelio según san
Lucas nos presenta a Jesús orando en al menos once ocasiones. Podemos decir que
toda su misión, su actividad salvadora, se alimentaba constantemente del
silencioso diálogo con su Padre celestial.
La elección de los apóstoles no fue la
excepción. Por eso encontramos a Jesús en profunda oración previo a la elección
de los doce. No debemos olvidar que Jesús es Dios, pero aun así deseaba
“compartir” su decisión con el Padre y el Espíritu en ese misterio insondable
del Dios Uno y Trino. Vemos por otro lado que su oración no se limitó a una
“visita de cortesía”. No, pasó toda la noche en oración.
Jesús nos invita constantemente a seguirle. Y
el verdadero discípulo sigue los pasos del maestro, imita al maestro. Si
analizamos la vida de los grandes santos y santas de nuestra Iglesia
descubrimos un denominador común: Todos fueron hombres y mujeres de oración,
personas que “respiraban” oración; personas comunes como tú y como yo, que forjaron
su santidad a base de la oración. Discípulos que supieron seguir los pasos del
Maestro. Personas como Santo Domingo de Guzmán y tantos otros que supieron
pasar las noches en vela dialogando con el Padre, tal y como lo hacía Jesús.
Jesús nos invita a seguirle… Hoy debemos
preguntarnos, ¿cuándo fue la última vez que yo pasé una noche, o una mañana, o
una tarde entera teniendo una conversación de amigos con Dios? Lo mejor que
tiene ese amigo es que SIEMPRE está disponible; no tenemos que textearle ni
llamarle para saber si está en casa, o si puede recibirnos. De hecho, Él
siempre está llamando a nuestra puerta (Ap 3,20). Lo único que tenemos que
hacer es abrirle; y tiene todo el tiempo del mundo para nosotros; Él es el
dueño del tiempo, de la eternidad…
La última oración del pasaje nos apunta a otra
realidad: “Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que
sanaba a todos”. Esa fuerza no es una “energía”, es una persona divina y tiene
nombre y apellido: Espíritu Santo, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Tan solo tienes que acercarte a Él y abrazarlo. Está tocando a tu puerta. Anda,
anímate… ¡Ábrele tu corazón!
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