"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
PROCLAMAD, HA LLEGADO EL REINO DE DIOS, A VOSOTROS
1 Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
2 Los nombres
de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano
Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan;
3
Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo;
4
Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó.
5 A estos
doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de
gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos;
6
dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
7 Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. (Mt. 10, 1-7)
Jesús,
al hacerse hombre, vino desde La Trinidad, donde todo es comunión y se encarnó
en nuestra tierra. Desde los primeros balbuceos de su vida, se rodeo de una
familia santa que lo amaba y junto a ellos, aprendió el difícil trabajo de
ser hombre. Aquí, lo tuvo que aprender todo de sus padres. También ellos,
habrían podido decir que asintieron a Dios para acoger a este Hijo, Dios
y Hombre y “para que estuvieran siempre
con Él ”… Jesús, ya hombre maduro, se
escogió doce Apóstoles de entre el pueblo de Israel y lo
primero, los quería “para que estuvieran con Él ”: respirando su
mismo aire; hablando su misma lengua y también comiendo en su mismo plato y
escogiendo, hasta en su trabajo y medio de vida, lo que Jesús, de parte
del Padre, había preparado para ellos...
¡Cada
uno de estos doce hombres eran distintos por su carácter y medio en que se
ganaban la vida...! ¡Desde luego, no eran de la casta sacerdotal o de linaje
regio! ¡No, eran hombres humildes y hasta rudos, torpes para entender y
poco fáciles para creer, lo que no fuera lo aprendido desde niños en la
sinagoga y de la tradición judía!... Pero estaban abiertos a la novedad
que, a través de los profetas les hablaban de, el Dios de Israel, “el
Dios de nuestros Padres... Así, oyendo a Jesús, por
una parte, no quería soltar la tradición y por otra, su alma
simple, estaba abierta a las maravillas que Jesús hacía entre
ellos, y, sobre todo, su Palabra que, los tenía
encandilados, porque les descubría Misterios que,
les eran inéditos y ampliaban su conocimiento y amor hacia el
Dios-Yahvé...
Jesús
mismo, preparó a estos doce Apóstoles, para la misión que
el mismo Padre le había encomendado, desde toda la eternidad. Era
su Maestro, el único Maestro, de quién tenían que aprender
todo. Y lo primero, viéndole a Él, verían también a
su Padre- Dios. Al Padre, era a quien habían de referir
toda su vida, como el mismo Jesús les enseñaba con su vida
entregada a Él y sólo pendiente de su
voluntad... A los pobres Apóstoles, les costó asimilar que
no podían tener otra voluntad, amable y amorosa que, la
del Padre. Y en algún momento, alguno se atrevió a
rectificar a su Maestro, para que pusiera los ojos en su voluntad humana
que, rehúsa siempre el sacrificio por amor, y no el deseo
del Padre que, pidió al Hijo la entrega de toda su
vida. Pero con la muerte de Cristo, y sobre todo con su Resurrección y
la invasión del Espíritu Santo,vencieron su torpeza para entender
que, “era necesario que el Mesías padeciera esto, para entrar en
su gloria” ... Ni siquiera, con los poderes que Cristo les
confirió, de expulsar los demonios y curar todas las enfermedades, fueron
convencidos de la misión de Jesús, sino sólo cuando fueron envueltos
por el Espíritu de Santidad. Entonces, fueron capaces de
entrar en este Misterio de la salvación del mundo, decretado por
el Padre: ¡Sólo, dando la vida por Jesús y como Jesús, llegarían
a ser perfectos hijos de Dios y hermanos suyos!…
¡Oh Señor, qué sublime
misión, qué grandísimo privilegio el que
el Padre nos llame: “¡Hijo mío eres tú, y quiero tenerte junto a
mí, por toda la eternidad, gozando en mi Seno Trinitario!...
¡Que tu Espíritu Santo, nos haga capaces de que, esta llamada, sea realidad en nuestra vida! ¡Amén!...
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