"Ventana abierta"
“...el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se los pidan”
(Lucas 11, 1-13)
Un conocido maestro
de oración de nuestros tiempos, Anthony de Mello, se refiere a la oración de
petición con estas palabras: "La oración de petición es la única forma de
oración que Jesús enseñó a sus discípulos; de hecho, es prácticamente la única
forma de oración que se enseña explícitamente a lo largo de toda la Biblia. Ya
sé que esto suena un tanto extraño a quienes hemos sido formados en la idea de
que la oración puede ser de muy diferentes tipos y que la forma de oración más
elevada es la oración de adoración, mientras que la de petición, al ser una
forma «egoísta» de oración, ocuparía el último lugar. De algún modo, todos
hemos sentido que más tarde o más temprano hemos de «superar» esta forma
inferior de oración para ascender a la contemplación, al amor y a la
adoración, ¿no es cierto? Sin embargo, si reflexionáramos, veríamos que apenas
hay forma alguna de oración, incluida la de adoración y amor, que no esté
contenida en la oración de petición correctamente practicada. La petición nos
hace ver nuestra absoluta dependencia de Dios; nos enseña a confiar en Él
absolutamente" (De Mello, Contacto con Dios).
El Señor nos ha dicho que no debemos insistir en nuestras peticiones
porque el Padre sabe lo necesitamos antes de pedírselo (Cfr. Mateo 6,8). Sin
embargo, no deja de insistir que debemos pedir, como puede comprobarse en el
texto que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. Lo más típico de la
oración de Jesús, por lo que registran los evangelistas, parece ser la oración
de petición. Jesús no sólo pide en su oración, sino que nos enseña a pedir. Lo
que hemos llamado la Oración del Señor o
el Padrenuestro,
es una cadena de siete peticiones que se van desprendiendo del 'Padre
nuestro'. La petición nos hace tomar conciencia de nuestra radical
dependencia de Dios; nos recuerda nuestro límite y la generosa misericordia de
Dios que se nos revela en Jesús. Esto aparece aún más claro cuando la petición
más repetida de Jesús en los textos evangélicos es "que no se haga mi voluntad sino la
tuya", o el "hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo".
Por eso, la pregunta que tendríamos que hacernos no es si pedimos, sino
qué pedimos en nuestra oración, porque por allí suele estar el problema. Muchas
veces no pedimos que se haga su voluntad, o que nos conceda lo que más nos
conviene en una situación determinada, sino que pedimos lo que nosotros creemos
que más necesitamos. Cuando el Señor dice que pidamos con insistencia, nos recuerda
que lo que tendríamos que pedir sería el Espíritu Santo: “¿Acaso alguno de
ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le
pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes
que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre
celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”
Entonces, recordemos siempre lo que nos dice el Señor: “Pidan, y Dios les
dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el
que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le
abre”. La oración de petición nos pondrá en contacto con nuestros límites y
hará que nos relacionemos con el Señor desde nuestra pequeñez. No dejemos de
pedir, ni pensemos que la oración de petición es de inferior calidad a otras
formas de encuentro con Dios. Pero no olvidemos pedir el Espíritu Santo, para
que nos ayude a entender los planes de Dios y a ponerlos en práctica.
Por: P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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