"Ventana abierta"
Verano, veranete
P. Leonardo Molina García. S.J.
Vie 22/07/2022 17:26
Amigos. Voy a expresar mi mala experiencia
del verano.
El verano es tiempo de descanso para casi
todos, por lo menos así nos lo decimos cuando hablamos entre nosotros. Porque
no todo el mundo descansa. Vosotras mismo, las mujeres, a veces, cargáis con un
plus de trabajo: vienen los hijos, los nietos, los hermanos y caen sobre
vosotras como una lluvia de tareas que hay forzosamente que atender, pues os
toca la intendencia… el agua mansa del verano se convierte en aguacero,
cuando no en tormenta.
En fin, que Dios reparte suerte, pero no
para todo el mundo, ¿verdad?
Lo digo yo, hombre, que suelto las cosas
en mi casa y mi hermana y mis sobrinas (assss) cargan con el mochuelo del
hermano y del tito.
En fin, que me entra cierta desazón cuando
hablo del verano.
Pues hay otro inconveniente. Yo siempre he
deseado la llegada del verano para descansar del agobio del invierno y por fin,
tener jornadas libres y poderme dedicar a las cosas atrasadas. Y uno de los
propósitos pendientes es tener más tiempo para orar, leer, contemplar, pasear
sin prisa, visitar amigos, sin prisa. El ideal es sentarse frente al mar y
contemplar reposadamente la inmensidad, la variedad, los recuerdos bonitos, las
olas. Y no digamos la noche estrellada… Una hamaca, un libro y ojos abiertos a
las maravillas de la creación. Sí, y hacer oración, larga, reposada, tranquila,
profunda. Por fin, por fin, vacaciones…
Pero llegan las rebajas. Hace mucho calor.
Entra una mandanga superior, sube la pereza…y todos los buenos propósitos se
van al traste… ¡Vaya por Dios! Los mosquitos (y las impertinentes moscas)
acuden a la fiesta, las hormigas reptan debajo de la toalla. El balonazo
de los niños jugando a la pelota nos hace maldecirlos y nuestro vocabulario de
lengua castellana se enriquece en nuestra mente con ricas y certeras
expresiones... Pero no lo hagas: ¡cualquiera se mete con los niños hoy día…! No hace falta que acudan los papás (ya muy en
su puesto de defender los derechos de sus pequeñuelos) sino que los mismos
infantes tienen un arsenal apropiado para defenderse y atacar cruelmente a
nuestro supuesto derecho al reposo… ¡Qué tiempos!
Bueno, a lo que iba. Que tenía un plan de
oración, reposo y descanso… y lo he desaprovechado. Parece que eso lo ejercito
mejor en invierno… Van pasando los días y se ha frustrada toda mi batería. Ni
he descansado, ni he orado, ni he leído.
Total, que estoy deseando llegue
septiembre para poder ejercitar mis buenas intenciones.
Convencido de que todo eso SE PUEDE
REALIZAR EN VERANO, pero al no ser posible, estoy
DESEANDO LLEGUE EL INVIERNO. Amén.
Nota: todo esto viene a que os mando
un largo artículo sobre la necesidad de parar, detenerse, meditar… A ver si
consigue convencernos.
Leonardo Molina S.J.
Paz
Leonardo Molina García. S.J.
Vie 22/07/2022 17:26
El presente número de la revista SAL
TERRAL quiere llamar la atención sobre el modo de vida que poco a poco, pero de
modo inexorable, se ha ido introduciendo en nuestra existencia hasta llegar a
configurarla: la prisa, el exceso de informaciones que nos llegan por todos
los medios sin haberlas pedido, la necesidad de atender a todo y además
inmediatamente.
Para
ello, José María Rodríguez Olaizola, S.J constata que vivimos en una sociedad
acelerada, sujetos a la tiranía del reloj, a la multiplicación de actividades,
a agendas sin un hueco. La lógica del consumismo se ha extendido a todos los
ámbitos de la vida. Trabajo, relaciones, ocio, espiritualidad... Queremos más
de todo, y lo queremos al instante. Frente a ello, hay una urgencia
por cultivar algunas actitudes que puedan ayudarnos a frenar: la austeridad,
la hondura, el tiempo y las relaciones sólidas.
Margarita
Saldaña Mostajo pone de relieve que también los cristianos vivimos la
experiencia de la tiranía del tiempo y nos sentimos de vez en cuando tentados
de pasar rápidamente cada página para seguir acumulando saberes, vivencias,
relaciones... Pero la encarnación del Hijo de Dios puso en marcha una dinámica
que invita a vivir la relación con el tiempo de un modo nuevo. La vida oculta
de Jesús despliega ante nuestros ojos, fatigados de estímulos y de pantallas,
un significado que invita a embarcarse en una cadencia sosegada, la
cadencia de la encarnación.
Augusto
Hortal Alonso, S.J. afirma cómo es responsabilidad de cada uno desconectar,
tomar distancia, poner límites. Conviene parar y discernir qué hacemos y
qué dejamos de hacer, qué hacemos despacio y qué requiere ser hecho
rápidamente. Además de descansar, necesitamos tomarnos tiempo
para pensar, convivir, conversar y celebrar y así gustar el sabor de la vida
vivida con profundidad y sabiduría.
Patricia
Noya Arrizabalaga, se aproxima a este mundo acelerado y "líquido"
desde una actitud contemplativa, reconocida en sí misma como un concepto
paradójico. Para ahondar en ello se detiene en algunas claves: el silencio como
escucha, el tiempo como camino y la paz como tarea.
Finalmente,
dentro de la serie dedicada al Camino de Santiago, Gerardo Villar
Maciñeiras, S.J. describe el camino interior que se va tejiendo a medida que el
peregrino recorre el camino exterior. Nos habla así de la experiencia
espiritual que acompaña al peregrinar como experiencia privilegiada en el
ámbito pastoral. El camino aglutina numerosos elementos vitales, culturales y
comunitarios que recorren las diferentes dimensiones de la persona.
ENFERMOS DE TIEMPO
José María Rodríguez Olaizola
Resumen
Vivimos en una sociedad acelerada. Muchas
personas viven demasiado rápido, nietas a la tiranía del reloj, a la
multiplicación de actividades, a agendas sin un hueco. La lógica del consumismo
se ha extendido, más allá de lo material, a todos lo, ámbitos de la vida. Trabajo,
relaciones, ocio, espiritualidad... Queremos más de todo, y lo queremos al
instante. Y, por eso mismo, la vida se ha convertido en una carrera
contrarreloj. El autor juega con la idea del "homo celerensis" como
prototipo de este ser humano contemporáneo, atrapado por el vértigo. Un ser
humano consumista, superficial, atrapado en el presente y moviéndose en redes
de relaciones fugaces. Frente a ello, hay una urgencia por cultivar
algunas actitudes que puedan ayudarnos a frenar: la austeridad, la
hondura, el tiempo y las relaciones sólidas
El frenazo.
Hace algo más de dos años el mundo tuvo que frenar. No fue una decisión voluntaria, ni el resultado de una conversión a la lentitud, por más que en esta última década se hayan multiplicado los discursos, filosofías y espiritualidades que apuntan en esa dirección. Fue la consecuencia indeseada de una pandemia. Y fue también resultado de la perplejidad de las autoridades que, a lo ancho y alto del globo, se vieron desbordadas por la velocidad de transmisión de un virus que, en tan solo unas semanas, pasó de un mercado en la ciudad china de Wuhan a ser global. De la noche a la mañana, como piezas de un dominó, las autoridades de un Estado detrás de otro tuvieron que tomar la decisión de confinar a sus ciudadanos y prohibir todo movimiento. Se detuvo la actividad, la vida pública, la aceleración habitual. Se cerraron escuelas, bares, teatros, comercios, empresas... Se paralizó todo, menos lo estrictamente imprescindible para el abastecimiento de los ciudadanos y la cobertura de los servicios básicos. Las calles vacías parecían el plató de ficciones que habíamos visto muchas veces en las pantallas, pero ahora se convertían en escenario de una realidad mucho más amenazante, que veíamos por la ventana. El silencio gritaba.
Hubo que reinventarse. Las tecnologías de la comunicación permitieron que siguiésemos conectados. Pero a otro ritmo. De algún modo se puede decir que también se detuvo el tiempo. O, más precisamente, se ralentizó. Pasamos de vivir con agendas sobrecargadas y en constante movimiento, a la estabilidad forzosa y la suspensión de actividades que resultaban imposibles de sostener en aquellas condiciones. El frenazo fue brusco, salvaje, y nos dejó descolocados.
Durante las primeras semanas de confinamiento muchos, quizás por el contraste entre el ritmo habitual y esta lentitud sobrevenida, quisimos examinar nuestros hábitos. O no tuvimos más remedio que hacerlo. Vimos una oportunidad en este frenazo urgido por la pandemia. Y empezamos a formular, de una u otra forma, que cuando volviera la normalidad saldríamos cambiados. Ni podíamos ni queríamos volver a lo de antes. Cada quién aludía a unos u otros rasgos de la vida personal y comunitaria. Había quien se refería a repensar sus prioridades, a cambiar sus pautas de consumo, a buscar nuevas maneras de emplear el tiempo... Yo recuerdo haber pensado entonces que el ritmo anterior, vertiginoso y sobrecargado, debería dar paso a una vida más sosegada, donde uno tuviera tiempo para emplearlo en algunas actividades o dedicarlo a algunas personas que suelen quedar postergadas en nombre de un presente que se impone una y otra vez.
Dos años después, me temo que la mayoría no hemos salido distintos. Hemos vuelto a donde estábamos. Con otros problemas, sin duda, y algunos trastornos extra generados por este tiempo de incertidumbre. Pero seguimos enfermos de tiempo. El nombre de esta enfermedad es la celeridad. Vivimos acelerados. Las personas, y las sociedades. No es que todo fluya, sereno como el agua de un río, es que se precipita, con furia, con inmediatez y sin pausa alguna, como el agua de una catarata. Pero al final del salto no hay un remanso de paz, sino otro salto, y otro más. Quizás la paz espere al final, como paz de los cementerios.
¿Qué ha pasado para que tantas personas vivamos sobrecargados, acelerados, multiplicando los minutos del día y saltando de un evento a otro, de una actividad a otra, de un acto a otro?
La sociedad acelerada
Creo que
la principal causa es la extensión de la lógica del consumo a todos los
ámbitos de la vida. El consumismo de masas del siglo XX consistió
fundamentalmente en multiplicar las necesidades y facilitar que dichas
necesidades se pudieran satisfacer, adquiriendo para ello bienes y servicios.
Se multiplicó la producción, y por tanto la oferta, y se multiplicaron también
las necesidades, y con ellas la demanda. Esta dinámica necesitaba un
ingrediente más: el tiempo. Era imprescindible que el tiempo que duraba la
satisfacción por haber obtenido algo fuera cada vez más corto, para que no se
frenara el ciclo de la producción. El presente se comió a la memoria y a la
paciencia. Un presente cada vez más constante, más invasivo, iba haciendo que
nada permaneciese estable durante una temporada demasiado larga. Los grandes
gigantes de la información, producción y distribución en muchos sectores son
hoy los que, en su momento, consiguieron acortar plazos de espera y vendieron
inmediatez. Lo vimos en el sector textil en la segunda mitad del siglo XX. Lo
hemos visto con las tecnologías de la información en estas dos décadas del XXI.
Esperar es herejía. Todo es urgente. La inmediatez es un imperativo y un deber.
Atención instantánea. Olvido casi inmediato. Retrasarse es un crimen. No
tenemos tiempo que perder.
Esta lógica del consumo (el consumismo),
se ha extendido a muchas dimensiones de la vida que antes no caían bajo esa
misma esfera de la oferta y la demanda. En este mundo, invadido por un presente
absoluto, cada vez más facetas de la vida empiezan a reproducir el mismo
cortoplacismo y la misma urgencia. Las relaciones, el ocio, el trabajo, el
consumo, la espiritualidad... Es como si el hoy fuera un monstruo voraz al que
constantemente hay que alimentar, con más y más experiencias, vivencias,
nombres.
Voy a intentar mostrarlo en cuatro ámbitos que creo conocer y en uno que desconozco, pero imagino.
El consumismo en forma de activismo se nos ha colado a muchos de quienes trabajamos en el mundo de la pastoral. Y aquí va un mea culpa. Hay que hacer, hacer, hacer. Todo el tiempo. Hay que proponer actividades, encuentros, celebraciones... Hay que multiplicar convocatorias. El problema es que, con tanto vértigo, vamos acabando con el espacio para dejar reposar lo vivido. Para evaluar, reflectir y esperar a ver qué queda cuando el bullicio se apaga un poco. Parece que cerramos un evento solo para estar ya zambullidos en el siguiente.
Esto ocurre también, por ejemplo, en todo el mundo de las actividades literales ofrecidas por distintas instituciones —pensemos en las universi-i1.1(les. Uno se queda perplejo al ver cuantas conferencias, cursos o talleres no responden a una verdadera inquietud o necesidad. Son tan solo el resultado de mantener, por inercia, aulas y seminarios que surgieron en un momento determinado y ahora hay que alimentar, porque nadie parece tener la libertad para decir «hasta aquí hemos llegado». No dejamos de empezar cosas, pero nos cuesta muchísimo terminar con alguna.
El tercer ejemplo es el del mundo editorial. Se ha multiplicado hasta el Infinito la producción. Más editoriales, más competencia, más títulos... Con ciclos cada vez más breves. La novedad de hoy, salvo que tenga un éxito inmediato, será retirada de las librerías —o de la sección de novedades en la web de turno— el mes que viene, para dar paso a nuevos títulos que han empezado a caducar desde el momento de ver la luz. Es raro que algo cale, que algo tenga tiempo para echar raíz. Estamos enfermos de ot turación. Y por lo mismo el proceso de producción es cada vez más acelerado. Plazos más cortos. Ciclos más inmediatos. Menos tiempo para cuidar los detalles. Decisiones rápidas. Y vuelta a empezar.
El cuarto ámbito que voy conociendo bien es el de la comunicación. La inmediatez aquí es verdadera compulsión. Ya no solo en el ámbito de la información (basta ver en qué se ha convertido la prensa, moviéndose siempre al hilo del último hashtag), sino en todos los ámbitos de la comunión, con especial virulencia tras la irrupción en la vida social de las rtles sociales. No hay tiempo para la reflexión sosegada. Los temas han le ser comentados al instante de surgir, con independencia de si detrás l'ay verdad, conocimiento, opinión o frivolidad. Las noticias de hoy son prehistoria mañana. Estar al día requeriría dedicación completa. Tampoco ir la tenemos. Y esto influye en facetas tan importantes de la vida pública onio puede ser la política. En este mundo donde la política es más sobre .1W cuentas y cómo lo cuentas que sobre qué haces, quien mejor maneja los resortes de esta comunicación líquida es quien más posibilidades de todo tiene: quien consigue meter a todas horas sus temas en la agenda isáblica, quien crea los eslóganes más resultones, y quien sabe manejar el 'miente —consciente de que el pasado se olvida muy rápido (a no ser que por intereses determinados se encuentre la forma de convertirlo en tern del día). El populismo contemporáneo es consecuencia, entre otras cosas de esta multiplicación en tiempo presente.
El mundo de las relaciones virtuales y las aplicaciones de citas es un mundo que no conozco de primera mano. Pero me da la sensación de que re produce, en buena medida, la misma lógica. Consumo inmediato, olvido rápido, multiplicación de experiencias. Seguro que hay quien busca algo más estable, más permanente y con la posibilidad de convertirse en historia. Pero oyes, una y otra vez, a gente que no deja de hablar de lo fugaz banal y etéreo de un mundo construido, de nuevo, desde la inmediatez.
Y ahora un nuevo elemento viene a sumarse. No solo es que la pandemia y el confinamiento no hayan conseguido que frenemos. Es que ha añadido el ingrediente que faltaba: la posibilidad de retransmitir todo para no perderse nada. Antes parecía que cualquier retransmisión implicaba algo de infraestructura, conocimiento, preparación. Ahora hemos comprendido que no —o sencillamente los medios han mejorado, porque la necesidad ha llevado a ello— y resulta que ahora cualquiera con un buen teléfono móvil y un perfil en redes sociales puede retransmitirlo todo e tiempo real. De ahí a que la posibilidad se convierta poco menos que en exigencia ha habido tan solo unos meses de experimentación.
Hoy la gente no quiere perderse nada. Antes tenías que elegir. No podías estar en dos sitios al tiempo. Pues elegías. Y al mismo tiempo renunciabas. Ahora pides que lo que no eliges se grabe, que se retransmita, que se conserve on line para poder disfrutarlo en cualquier momento. Más sobrecarga. Más tiempo lleno. Más urgencia.
Antes las reuniones requerían más tiempo.
Tenías que desplazarte (en ocasiones viajar entre ciudades). Y por eso mismo,
ya se aprovechaba para que fueran largas, poniendo órdenes del día lo más
amplios posible.
Por un tiempo, con los cambios generados
por la pandemia, pareció que, gracias a los programas de reunión virtual, al
menos íbamos a conseguir una mejora. Muchas reuniones se pueden hacer on
line, y durar el tiempo mínimo necesario. Eso nos iba a dejar más
tiempo para otras cosas ¡Ingenuos! Solo ha servido para que se multipliquen las
reuniones. Ahora tenemos
muchas más. Todo el mundo convoca reuniones por zoom, por meet, o
por el último invento digital.
Es agotador. Es estresante. Es imposible
seguir el ritmo de un mundo así. Pero ahí vamos, a toda velocidad. Como si
un horror vacui se nos hubiera instalado en la entraña y nos
diera miedo perder el tiempo, aburrirnos o enfrentarnos con jornadas
improductivas.
El "homo celerensis"
Hasta aquí una breve y algo esquemática descripción del fenómeno y de cómo repercute en distintas dimensiones de la vida colectiva. Pero %pusiera reflexionar también sobre las dinámicas personales que este io riere existencial genera. Sobre cómo es el tipo de individuo que se va consolidando en este mundo vertiginoso. Si estuviésemos haciendo Antropología podríamos hablar de la aparición del horno celer (el ser humano veloz).
No ea que todas las personas en nuestra sociedad respondan a este patrón. Seguramente la descripción que voy a hacer no casa con otras personas I u vo problema es el contrario. Gente a la que se le pasea el alma por el 'lino, diletantes que ni se preocupan, ni se estresan ni se complican, aunque de ellos dependa un montón de gente, personas que han hecho de tiempo personal su único absoluto. Eso también ocurre. Pero eso sería i M111 para otro artículo. Volvamos al horno celer.
Esta persona acelerada no tiene tiempo de calidad para las relaciones. Vive tan rápido que los ratos compartidos con la gente que quiere son también huecos robados a la agenda. Y esto es un problema. Porque las Ilaciones más sólidas necesitan no únicamente ratos bien aprovechados. Necesitan tiempos perdidos, necesitan compartir el aburrimiento ,necesitan conversación intrascendente, silencio gratuito, o momentos gastados en elegir planes porque hay tiempo disponible. Esto es deseable en la amistad, en el amor, en la familia, en la pastoral... Todos necesitamos tiempo de calidad en nuestras relaciones. Desgraciadamente el horno celer tiene poco tiempo.
Me gustaría hacer aquí una reflexión que es como un paréntesis. Una reflexión sobre la conversación en el mundo contemporáneo. Cada vez tenemos menos tiempo para conversar tranquila y personalmente. Emoticones, los conocemos todos. Gifi, Memes para expresar sentimientos si expresar en realidad demasiado, también. Pero vivimos en una sociedad donde cada vez se hace más difícil conversar sobre uno mismo. Hablamos, sí, de la noticia del día, del tenista revelación, de la última polémica que implica al gobierno de turno, de la guerra (por ahora), de Chanel, del emir de Qatar (tema del día cuando escribo este artículo, seguramente ya no cuando tú lo leas)... de todos esos temas es fácil hablar porque es puro presente descomplicado y que no nos implica demasiado. Pero hablar personalmente requiere confianza, requiere intimidad, y requiere el tiempo previo de haber ido gestando un espacio donde sea posible abrirse Esto es hoy cada vez más un lujo.
El homo celer es un ser humano anclado en el presente. Un presente voraz, como hemos dicho, que le lleva a un carpe diem inevitable. No es que olvide o minusvalore el pasado. No necesariamente. Lo que ocurre es que no tiene mucha holgura para dejar que lo vivido solidifique en una historia que eche raíz, a la que volver y desde la que construir, cuando a veces el hoy se vuelve problemático. Por ejemplo, parece que el confinamiento de hace dos arios ya es el neolítico de nuestra historia. ¿Quién se acuerda de los buenos propósitos, de los aprendizajes, de las expectativas de entonces? En buena medida se han desvanecido.
Tampoco es que este ser humano acelerado no tenga futuro. Lo tiene, pero no tiene demasiada ocasión de planificarlo. Porque hay tantas urgencias hoy, aquí y ahora, que demasiadas veces el futuro cae bajo el paraguas de la ensoñación, del anhelo vago de que lleguen tiempos mejores, o de 1 «habría que» que no terminan de materializarse por falta de planificación.
El presente se impone. El ahora manda. El instante ejerce su ley. La comunicación instantánea con todo el mundo en tiempo real no ayuda. instantáneo es casi un imperativo, y el retraso se vive como ofensa.
El horno celer es un consumidor. ¿De qué? Depende. Hay muchos perfiles diferentes. Pongamos algunos ejemplos.
Puede ser un activista, absorbido por el trabajo, sepultado por tareas, en 4 I11.1 carrera constante contra el vacío, contra sí mismo, queriendo llegar a i 4 ido y un poco más allá.
Puede ser un hedonista, un consumidor de experiencias, que va saltando .10 vivencia en vivencia, queriendo probarlo todo, experimentarlo todo, saborearlo todo. Siempre evitando ese instante de vacío en el que, tal vez afronntado con el horizonte de no tener un plan, pueda abrirse paso en ii interior la constancia de un vacío al que no le sabe poner nombre.
Existe también el consumidor de ocio. El streaming como forma de consumismo audiovisual es un fenómeno digno de ser analizado. Series que son devoradas por millones de espectadores ansiosos en el mismo día o fin de semana de su estreno. Recomendaciones que generan adhesiones y hordas de seguidores que, durante unas horas o como mucho unos días disfrutan hasta que llegan al último capítulo, tras lo que, de nuevo, toca emprender una búsqueda desesperada contrarreloj hasta encontrar algo a lo que engancharse. Canales que suben el mismo día toda la temporada de tu serie favorita para que no tengas que sufrir la molesta espera semanal de un nuevo capítulo.
Sería interesante preguntarnos si no existe también una versión espiritual de este horno celer. El consumidor de experiencias religiosas. Que va persiguiendo el último movimiento , al último influencer, la última tendencia, la última forma de celebración que, durante unos minutos, le elevará al cielo, cual Pedro en el Tabor, para dejarle después de nuevo persiguiendo otro momento de subidón emocional.
El homo celer, la superficialidad y la banalidad. La disposición para . II ot.cr la realidad en detalle, con matices, con historia, pide una holgura II. 4 tiene quien vive acelerado. La tentación de un mundo de eslógans-veredictos inmediatos está ahí para quien todo lo hace a velocidad de vértigo. Y de ahí a la superficialidad hay una línea muy tenue.
Me gustaría establecer una distinción. No hay que confundir superficialidad con banalidad o frivolidad. De hecho, creo que uno de los equívocos o; los que muchas veces incurrimos es el de identificar como intercambiables superficialidad y banalidad. Lo banal es, por definición, olvidable, es intrascendente, es efímero. Pero no es necesariamente superficial Recordemos algún diálogo de «El diablo viste de Prada» donde se analiza la moda como una opción por la frivolidad muy meditada y con un tras fondo de sentido. O la oscarizada «La gran belleza», cuya tesis principal es precisamente esta, la de la convergencia en el protagonista de profundidad y frivolidad. Pensemos en figuras como Lady Gaga u otros iconos de la cultura contemporánea, que hacen de la banalidad su escenario. N podemos decir que Gaga sea superficial. Más bien parece alguien bastante inteligente, que sabe explotar los resortes del mundo mediático contemporáneo.
En el otro extremo, ¿cabe la superficialidad sin banalidad? Sí. La fe, por poner un ejemplo, no es banal. Tiene que ver con las grandes preguntas de la existencia: la trascendencia, el sentido, el sufrimiento, el amor, la felicidad, la muerte, la posibilidad de algo más... Todo eso es esencial la vida de las personas. Y normalmente asociamos fe con hondura, que es lo deseable. Sin embargo, cabe una fe superficial que es más sociológico que personal, más infantil que adulta y más basada en tópicos que en formulaciones profundas.
Quien vive acelerado tiene cada vez menos ocasiones de profundizar en nada. No es que tienda necesariamente a la banalidad. Puede elegirla Pero también puede consagrar su vida a metas y fines muy trascendentes Sin embargo, tiene que enfrentar el peligro de la superficialidad. Porque cuando pasas por la vida picoteando, sin echar raíz, sin demasiada vida oculta ni tiempo de búsquedas y preparación, es fácil que termines convirtiéndote en un escaparate, en una fachada, o en un opinador que habla antes de pensar (porque no ha tenido tiempo para hacerlo).
Decelerar
¿Puede cambiar el horno celerensis? ¿Hay posibilidad de reconducir esta dinámica del vértigo? Aquí ya entramos en el terreno de los buenos deseos y la tentación de buscar recetas es enorme (y tramposa). Imagino que cambio necesario tiene algo de conversión en el sentido más religioso término y también algo de terapia en el más humano. Pero no creo que haya recetas, sino caminos y circunstancias diversas. Más bien la última parte de esta reflexión se centra en qué valores han de trabajarse y priorizase, convertirse en suelo desde el que construir dinámicas más serenas. La calma hay que reconquistarla. Y para ello hacen falta sujetos más conscientes de los límites del tiempo (que es un bien escaso). O de sus propios límites personales (empezando por la vida, que es solo una, y siguiendo ,por nuestras capacidades, talentos y alcance). Basta de querer vivirlo todo. Basta de tener que hacerlo todo. Basta de forzarse a estar al día de todo.
Me gustaría proponer cuatro aspectos de la vida que nos pueden ayudar a frenar
Frente a superficialidad, hondura. Acabo de señalar que el horno celer es superficial (lo que no significa necesariamente banal). Hace falta cultivar la hondura. Esto, depende del ámbito en el que estemos, serán dinámicas diferentes. En lo intelectual, será buscar formación sólida y no ;conformarse con pildorazos de conocimiento. En lo informativo, buscar conocer los problemas y no quedarse en los titulares. En lo espiritual, darle espacio y tiempo al sentido y vivencia de las cosas, sin convenirse en consumidor de experiencias fugaces. En lo relacional, no conformarnos con fachadas.
Frente al consumismo, la austeridad. En todos los frentes. Salir de la lógica de la multiplicación de necesidades y de la insatisfacción inmediata es fundamental para la libertad. Hay que tomar tiempo para, valorar y apreciar lo ya conseguido. Hay que imbuirse de cierta disciplina vital, que nos evite el riesgo de ser corredores veloces que van meta tras meta. Austeridad en el consumo. Austeridad también en la actividad. En el ocio. En la cultura. En la fe. Una cierta calma se va haciendo necesaria.
Frente a la tiranía del presente, se vuelve necesario recuperar el pasado y el futuro. Dicho de otra manera, hay que ser capaces de examinar la vida y eliminar algo del flujo constante de información, estímulos y búsquedas al día, para no olvidar demasiado rápido el pasado. Porque el saber sí ocupa-lugar. O, dicho de otra manera, son tantos los nombres, personajes, historias, eventos, actividades que nos asaltan en tiempo presente que no da tiempo a recordarlos una vez que pasas página. Pues bien, tal vez haya disminuir ese caudal para poder fijar en la memoria lo que de verdad queramos conservar. Es también necesario hacer proyectos a medio y largo plazo que den un ritmo diferente a la vida. La esperanza no puede ser deseo impaciente o urgencia inaplazable.
Frente a la multiplicación de vínculos
débiles, propia de esta sociedad de redes, el cultivo de relaciones
sólidas. Un cultivo que pasa necesariamente, por aceptar que no
se pueden multiplicar los vínculos significativos en la vida, y que las
relaciones necesitan tiempo, conversación, silencio, espacio en el que irse
templando. Darles a las personas. entrada en tu vida es darles tiempo
para ello.
Conclusión
A muchos no nos cambió la pandemia. Ni el confinamiento. Ni los buenos propósitos de aquellas semanas. Es posible caer en un diagnóstico demasiado pesimista, y pensar que somos incorregibles. ¿Sin embargo, posible que algo sí haya cambiado? Quizás ya está sembrada una semilla La de la inquietud y la duda sobre dinámicas perniciosas. Quizás vislumbramos un escenario diferente. Quizás sería igualmente precipitado pretender que cambios de este calado se producen de la noche a la mañana. Frenazos así no se producen en seco, salvo en caso de accidente (o. pandemia). Pero sí cabe decelerar. Cabe empezar a frenar, sabiendo que el cambio no es inmediato. Porque en realidad, también la lentitud pide tiempo.
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