En la festividad de Todos los Santos mirábamos al cielo.
Ahora quiere la Iglesia que nos acordemos de los que están en la antesala: de esos fieles difuntos que aún necesitan purificarse para ser capaces de amar a Dios como se le ama en la Gloria.
Benedicto XVI, en su Encíclica sobre la Esperanza, habla también del purgatorio, y lo ilustra así:
"Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo Juez y Salvador".
El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada el toque de su Corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, "como a través del fuego. "Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios".
Al leer este texto me viene a la memoria lo que San Josémaría decía acerca del Purgatorio:
"Cuando el hijo pequeño llega sucio de la calle, la mamá le da un buen baño: lo lava, lo enjabona, lo frota por todas partes, lo perfuma y lo deja hecho un cielo. Luego le planta dos besos y lo viste de fiesta".
¡Si ese es el fuego purificador, me apunto ya!
En este día, miles de personas entran y salen del Camposanto llevando flores a sus seres queridos: crisantemos, lirios, gladiolos y rosas entre otras.
Otros se quedan en misa, dejando sus quehaceres familiares en bóvedas, capillas mausoleos, donde tienen enterrados a quienes un día caminaron sobre la tierra. Sin embargo la realidad de fe no elimina la sensibilidad humana ante el hecho traumático de la muerte, pero le da un sentido.
¿No lloró Jesús ante el sepulcro de Lázaro, a punto de resucitarlo? (Jn 11, 40).
Y ¿No se sintió triste hasta la muerte en Getsemaní y pidió al Padre que pasara de Él el cáliz?. (Mt 26, 39).
Nuestra resurrección seguirá el modelo de Cristo viviendo una vida nueva en la que nos encontraremos a nosotros mismos, pero de un modo diverso:
"Se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción; se siembra en vileza y resucita en gloria; se siembra en flaqueza y resucita en fuerza; se siembra cuerpo animal y resucita cuerpo espiritual". (1 Cor 15, 42).
Nosotros conocemos la muerte, como una realidad que ha causado en nuestra carne desgarramientos dolorosos. Acuden a nuestra mente nombres de personas, rostros, palabras hermosas que llenan el recuerdo de los días vividos juntos, o de sufrimientos que nos hacían llorar viendo el dolor de los que hemos amado, que nos dolía casi más que si lo sufriéramos nosotros mismos, impotentes para apagarlo y se nos representan los lugares animados por personas queridas y amadas.
san Agustín nos cuenta su tristeza al morir su madre y su llanto copioso.
El consuelo nos lo ofrece la fe. Pensemos que están con nosotros. Ellos son invisibles, pero no están ausentes. Nos podemos comunicar con ellos por medio de la oración.
Ellos permanecen completamente transfigurados o en vías de maduración. Por eso ofrecemos nuestra oración y sobre todo la Eucaristía, para que la Sangre de Cristo la acelere.
"Si el grano no cae en la tierra y muere, queda infecundo, pero si muere produce mucho fruto". (Jn 12, 24).
De ese grano muerto en el Calvario y enterrado, han brotado tres espigas: la de la vida celeste, la de la vida que se purifica y la que peregrina por este mundo. Las tres están unidas en la caridad.
Estamos unidos con nuestros difuntos, pues la familia no se divide, sino que se transfigura en la ciudad celeste y ellos nos ven, como el jardinero ve las rosas en el jardín, aunque las rosas, que viven una vida inferior, no vean al jardinero.
Nosotros somos esas rosas visibles para ellos, pero ciegos para verlas.
¿Y en la muerte; dónde está la muerte?
"En lugar de la muerte tenía la luz" -escribió un poeta-.
Y otro de los nuestros:
"Morir sólo es morir.
Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba".
(Martín Descalzo).
Vuestra hermana en el Señor: Angelita...
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