"Ventana abierta"
La tristeza buena
La tristeza no nos gusta, porque la tristeza es el sentimiento ante el mal presente; y cuando somos conscientes de que algo nos amenaza, de que algo nos afecta, de que algo negativo está actuando en nuestra vida, evidentemente no es un sentimiento grato; además tiene consecuencias muy negativas, la tristeza nos cierra el corazón, nos lo angustia.
La tristeza en cierto modo encoge nuestros horizontes, hace que no estemos abiertos: ¡Bastante tenemos con lo nuestro!
La tristeza también nos aisla de los demás, queremos estar solos, que no nos molesten; incluso en casos más graves, puede ponernos enfermos.
Sí, la tristeza desde luego no es para que nos guste, no nos gusta, pero, ¿no habrá también una tristeza útil, una tristeza buena, no por su gusto sino por sus consecuencias?
Creo que sí -nos explica el sacerdote dominico Fco. J. Rodríguez Fassio- que hay tristezas que son muy buenas e incluso necesarias si queremos madurar en lo humano y también en lo cristiano.
Por ejemplo, la tristeza de descubrir lo que me falta, porque de ninguno de nosotros está todo hecho, y descubrir ese trozo en cualquier parte de tu vida que te falta por realizar, y que necesita ponerte a ello, hace que no pueda vivir ni vanidoso, ni presumido, ni creyendo que ya ha llegado.
Dicen los especialistas en aprendizaje, que para conseguir dominar bien una parcela de conocimiento, hace falta pasar por dos etapas:
1. La primera es la que ellos llaman la "incompetencia inconsciente", es decir, yo no sé una cosa, pero como lo necesito, como nunca me lo he planteado, como no me es necesario, pues tampoco me causa ningún problema no saberlo.
No saber cómo hablaban los antiguos egipcios 3.000 años antes de Cristo, a la mayoría de la población no le causa ningún problema añadido.
2. Pero cuando yo me esfuerzo en conocer una cosa, en practicar una cosa, entro en la etapa que se llama la "incompetencia consciente", pues me subo a un coche para aprender a conducir, y me doy cuenta lo difícil que es llevar todo para adelante; intento cocinar algo y veo que la cocina no es tan simple; intento aprender un idioma, y me doy cuenta de la complejidad de la Gramática, del vocabulario, de las expresiones.
Por lo tanto, en ese momento realmente me siento triste y mal, porque me doy cuenta de que soy muy poco experto en eso que necesito aprender o que quiero aprender.
3. La tercera etapa sería la de la "competencia consciente", es decir, ya sé manejarme en ese asunto, pero tengo que estar muy consciente de cómo en un idioma utilizar esta palabra y no otra; estoy pensando en español aunque hable en inglés, estoy muy consciente de todos los artículos del código de la circulación y también de las enseñanzas del profesor.
4. Hasta llegar a una cuarta etapa, que es la que llaman la "competencia inconsciente", ya no me tengo que preocupar, puedo conducir y oir la radio al mismo tiempo y hablar con alguien, ya hablo un idioma, me sale espontáneo, pienso en ese idioma, tengo el secreto de mi idioma incorporado a mí.
Y dicen los especialistas, que el aprendizaje, que la etapa más importante, donde se aprende más, aunque sea la más dura y la más triste, es la segunda, la "incompetencia consciente", esa tristeza de saber que yo tengo que aprender algo que no domino, es triste pero es sano.
Es triste, porque además en las grandes asignaturas de la vida, esa tristeza va a durar siempre, porque ¿cuándo vamos a decir ¡basta!?, pero es sana y se aprende más.
También otra tristeza viene cuando somos conscientes que hay que desaprender. Bueno, vamos aprendiendo cosas, pero a veces aprendemos las cosas mal; pensemos en alguien que practica un deporte y tiene un mal hábito, se lo tiene que corregir y cuesta más que aprenderlo de nuevo, o cuando uno tiene un vicio, o cuando tiene un pronto -que decimos- y te da tristeza el tener que esforzarte por desaprender lo malo para reemplazarlo con lo bueno.
Otro tipo de tristeza buena es la tristeza ante el mal del otro, la compasión que lleva a la solidaridad, que lleva a asumir como propia las necesidades de los demás.
Sería tan fácil, pues, no darse cuenta, mirar para otro lado, pasar de largo.
Sería tan satisfactorio vivir en un mundo donde no tuviera que preocuparme de nada ni de nadie.
Sería tan feliz un telediario donde no me contara penas, donde solamente saliesen cosas positivas, dond no hubiera dudas, donde no hubiera tragedias, donde no hubiera dolores, donde no hubiera muerte...
Ver la vida como es, en sus afectos positivos, pero también esos afectos carenciales o negativos, es duro, es triste, nos afecta, nos hunden, pero por cierto es sano, es útil, nos transforma, nos obliga a pensar, nos obliga a actuar, nos obliga a remangarnos, nos obliga a caminar.
Claro, que tenemos que tener en cuenta, para no caer en el victimismo, ni en la melancolía, que la tristeza por muy buena que sea es solamente un medio, un medio para ponernos en movimiento, para levantarnos, para motivarnos, pero nunca puede ser un fin.
¡Ay de los trágicos! ¡Ay de los resignados! ¡Ay de los amargados! ¡No!, la tristeza tiene que ser un medio para conseguir el bien, para conseguir el fin bueno.
Por eso no basta -y lo vemos en el caso de Judas- simplemente con arrepentirse del mal cometido, si no hay una conversión a mejor, a otra nueva vida como hizo Pedro.
Porque en definitiva, la tristeza puede ser un buen diagnóstico, pero evidentemente lo importante es, a base de luchar y aprender, y trabajar por el bien, llegar a la alegría que es la salud y el fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario